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viernes, 10 de enero de 2014

La identidad como instrumento de dominación y sustento del Estado

Por: Eduardo Ruiz

Todas las revoluciones modernas han contribuido a un reforzamiento del Estado. La de 1789 trajo a Napoleón, la de 1848 a Napoleón III, la de 1917 a Stalin, los disturbios italianos de los años veinte a Mussolini, la república de Weimar a Hitler. Aquellas revoluciones, sobre todo después de la guerra mundial hubo liquidado los vestigios del derecho divino, se propusieron sin embargo, con una audacia cada vez mayor, la construcción de la ciudad humana y de la llamada libertad real.
Albert Camus; El hombre rebelde.

Nosotros, hijos de la modernidad, tenemos el legado de la historia a nuestro paso. Cada triunfo, cada bandera, cada imagen corresponde a nuestra concepción del mundo. Una de esas grandes conquistas es la configuración de la llamada identidad dentro del Estado-Nación. Hablar de la identidad en estos términos nos remite inmediatamente a la Ilustración, a la Revolución Francesa y a la Declaración de los Derechos del Hombre y del CiudadanoLa libertè del hombre frente al monopolio del poder, representado por la figura del Rey divino, es la bandera revolucionaria del siglo XVIII, sin embargo, tras el triunfo de este ideal se perfilan nuevos mecanismos de control, donde el surgimiento de las banderas nacionales instaurará una maquinaria ideológica para monopolizar al nuevo poder, ejerciendo así prácticas de dominio que permitan fortalecer al Estado-Nación. Tales prácticas -necesarias desde una perspectiva, peligrosas desde otras- forjarán la afinidad entre semejantes a partir de la tierra, de las fronteras territoriales, de la sangre, de la historia, así como de imaginarios colectivos al servicio del Estado.


Debemos entender por Estado a la relación social y política entre los elementos que lo conforman, la cual permite la coexistencia de sus integrantes. “El legislador y el gobernante están íntimamente ligados a la ciudad; porque la constitución o el gobierno consisten en la organización de sus habitantes. Pero tengamos en cuenta que es un compuesto como cualquier otra totalidad integrada de múltiples partes.”[1] Si bien Aristóteles no habla de un concepto de Estado, podemos vincular ésta premisa a las prácticas de integración que el Estado Moderno implanta a sus habitantes, pero sin olvidar que el entretejido social está conformado por pequeñas partes, las cuales ayudan a tensar con mayor fuerza los cánones ideológicos, o donde éstas mismas, interfieren en la creación de nuevas configuraciones.
En nuestro tiempo se intenta presentar un ente colectivo unificado en el Estado, fundamentado en instituciones, las cuales intentan prevalecer por medio de despliegues ideológicos; utilizando la educación, el arte, la ciencia, la religión y hasta el mito como instrumentos de cohesión que permitan dotar de una identidad imaginaria a cada uno de sus miembros. Cabe aclarar que nuestra finalidad no es realizar una propuesta anarquista, sino observar desde otra perspectiva el movimiento que se manifiesta entre la identidad y el Estado-Nación.
Las líneas a trazar son las siguientes: la identidad como forma de exclusión, donde el proceso de reconocimiento entre “semejantes” propicia la exclusión de los “no semejantes”; la herramienta ideológica –fundamento para sustentar las prácticas de poder– en la que se consolidan los imaginarios sociales como agentes flexibles de control; la inoculación del “rebelde”, es decir, aquel que se opone a las prácticas ideológicas pero simultáneamente se vincula a ellas, estableciendo así nuevos imaginarios que el Estado necesita para su renovación ideológica.

I
La identidad como forma de exclusión
¿Qué entendemos por identidad en el Estado-Nación? Es importante señalar que la identidad vista desde las primeras prácticas sociales, en las que el hombre se adhería para su supervivencia, contaban con una predisposición inmediata a satisfacer tres características vitales: alimentación, reproducción y seguridad. Podemos pensar que hay un elemento intrínseco en la naturaleza humana que establece la necesidad de encontrar sustento en grupos sociales y garantizar la supervivencia. Para ello es importante vincular los elementos vitales y adscribirse en las prácticas que permitan la continuidad de la vida. Mediante la ayuda conjunta se recolectan alimentos en las sociedades arcaicas, se hace propicia la reproducción y un orden jerárquico, y finalmente la seguridad, al enfrentarse con “otros” grupos que atentan contra la existencia de los miembros de la comunidad. Estas características que constituían la necesidad de crear identidad en el lejano mundo primitivo, siguen siendo un elemento fundamental en nuestro presente.
Visto desde el panorama abordado en nuestro tema, podemos definir a la identidad como aquel elemento que permite encontrar orden dentro de la vida social, un imaginario colectivo que circula entre todos los integrantes de una comunidad para permitir que ésta persista, y a su vez se reproduzcan los elementos que afirman las prácticas de conservación de la misma. Esta identidad representa un signo de cohesión para identificar los rasgos semejantes entre los involucrados. Siendo así, la identidad puede ser entendida como un proceso cultural de afinidades, gustos, preferencias, sentidos de pertenencia y adscripciones a prácticas sociales. En estos procesos se forma gran parte de nuestra percepción del mundo, desde lo social hasta lo particular. Dicho tipo de identidad dentro de un Estado, propicia una gran variedad de identidades, lo cual es observado en las distintas manifestaciones culturales dentro de una gran comunidad.

Por lo general tendemos a reconocer que la identidad es un símbolo de particularidad individual, un rasgo de distinción ante “el otro”, es decir, aquello que nos hace diferentes, distintos; una construcción y búsqueda constante de nuestra autenticidad. Sin embargo, hablar de identidad permite llevarnos a suponer que lo que somos puede ser una construcción otorgada desde lo externo, es decir, el ser social esculpe nuestro ser individual. La implantación de ideales y necesidades dirigidas desde arquetipos ideológicos que conducen a la ilusión de una identidad propia, pueden ser las herramientas de nuestra inclusión a diversas prácticas sociales. Cada individuo cree encontrar su identidad al seguir cierto tipo de cánones que determinan su entorno cultural, que va desde el uso de vestimentas y la afinidad musical, hasta las prácticas violentas de exclusión racial. Nuestra identidad parte de la mirada de “uno mismo” y “los nuestros”, a la de los “los otros”, aquellos que no soy “yo”, esos que no “somos”. Nuestra identidad social está representada a través de distintos simbolismos que reafirman nuestras prácticas, podemos observarlas en la religión, en el lenguaje, en la historia, en la educación, en la raza. Este proceso de domesticación y forjador de “identidad” se transmite de generación en generación y, dependiendo del poderío ideológico[2], puede ser más inmediato.
Al encontrarse o identificarse con estos rasgos, se nos expresa entonces que la identidad es una representación social en donde el reconocimiento de “uno mismo” requiere de la aceptación de un “nosotros”, donde para encontrar dicha distinción se tienen que identificar a aquellos que son “los otros”. Si la identidad trabaja en construir elementos semejantes, su campo de acción se manifiesta en decir qué es lo que les otorga diferencia a los otros. Los griegos veían a los extranjeros como bárbaros[3], a parir de ese momento se realizaba un proceso de exclusión al establecer qué era y que no era lo griego. Sólo excluyendo se permite delinear un cierto tipo de hombre al cual es posible dotarle de identidad. Para el bárbaro nazi, todo aquél que no correspondiera con su pasado histórico, con las características biológicas y con la “superioridad de su raza”, no era digno de ser llamado hombre. La manera de reconocernos establece el comportamiento que proyectaremos ante los otros, es por ello que el poder ideológico puede convertirse en un arma sumamente peligrosa –tal es el caso de los regímenes totalitaristas-
Para poseer “identidad” se requiere de aparatos de control ideológico, para que de esta manera se justifiquen las prácticas sociales y den fuerza a sus acciones, en las cuales se excluyen a los “otros” que no correspondan con el tipo de identidad establecida. Siendo la comunidad una organización hecha a parir de individuos, es necesario que su funcionamiento se encuentre establecido en los lazos creados en cada uno de sus elementos, para ello hay que hacer medible cada parte, otorgar rasgos generales de identidad para que los individuos adopten el modelo más adecuado a sus necesidades.
En un sentido más espontáneo y posiblemente más auténtico, los elementos que moldean nuestra identidad se encuentran en las actividades triviales, en el espacio vivencial, en la cotidianidad, en las tradiciones, en la utilidad,  y es que la vida social sin identidad no podría existir. Tomando significados simbólicos, tales como la pertenencia a la tierra, las tradiciones, la lengua, la religión, el arte, en resumidas cuentas, en los movimientos culturales. Podemos apreciar estos procesos en todo tipo de cultura, sin embargo, en el surgimiento del Estado moderno se aprecian movimientos más complejos, pues se tiene el proyecto de crear una nación fuerte, en continua competencia con las naciones vecinas, para lo cual se necesita inscribir a todo el conjunto de individuos en cánones específicos que doten de identidad y voluntad a sus ciudadanos.
La identidad construida en el Estado-Nación busca conservar un punto fijo de hombre, rompe con la diversidad e implanta lo homogéneo, a su vez limita lo no útil o lo que no considera digno, con valor y significado, generando así una actitud excluyente, sin embargo hay elementos reactivos o rebeldes, que son necesarios para mostrar las contradicciones de un sistema social y éstos más allá de contrarrestar la estructura del Estado, ayudan a su transformación (este punto será abordado más adelante)
Cultura y raza se encuentra dentro de la psique de los individuos de una comunidad, cuando ésta se vuelve compleja al instaurar un proyecto de Estado-Nación puede impactar a un grado tremendamente excluyente, manifestando el despliegue ideológico y su movimiento práctico en los imaginarios sociales. Para ilustrar lo anterior expongo algunas características de los planes del surgimiento del Estado mexicano: En el artículo Para hacer nación: discursos racistas en el México decimonónico[4] Alicia Castellanos plantea las dos vertientes del racismo en el México del siglo XIX y XX, el de Lucas Alamán, quien proponía que los indios deberían seguir viviendo en colonias, pero ahora llamadas repúblicas de indios. El otro discurso: “Que coman más carne y menos chile y atraigámonos más inmigrantes de sangre europea[5], palabras de Justo Sierra para terminar con el problema indio en el proyecto de nación. En la legislatura número XIII del Congreso de la Unión, Gómez Parada sentencia que a los indios no había que fusilarlos, sino instruirlos. Estos procesos de “proyecto nacional” inician desde el Porfiriato y se continúan observando con Lázaro Cárdenas, donde el Estado-Nación asume un rol progresista e industrial.
Para finalizar esta primera parte, podemos pensar que al establecerse los grupos dominantes se da pie a la instauración de programas con fines de repartición ideológica, pero no sólo por medio de libros de texto, sino con el despliegue de diversos mecanismos como lo son el cine, la religión, la política, el periodismo, la educación, el arte, donde además de distribuir sus ideas en la mentalidad de la población, se irán excluyendo los elementos que no permitan consolidar el “proyecto nacional”. Los grupos dominantes, dueños de privilegios, dan marcha a la maquinaria ideológica, siendo la población receptora quien imitará sus valores y hasta se identificará con tales “ideales”En dicha relación ideológica es donde los imaginarios ejercen su dominio.

II
La herramienta ideológica
Hemos hablado de la identidad como un instrumento que permite establecer orden dentro de la estructura social del Estado-Nación, siendo las ideologías y los imaginarios, elementos que configuran la identidad colectiva, los cuales trabajan en la cohesión social, cuyo medio de operación es a través de la exclusión. Ahora trataremos de observar la función de la herramienta ideológica en la reproducción de las prácticas de poder.
Es a partir de la Ilustración cuando comienzan a surgir con aplomo las nuevas ideologías imperantes, tales como el canto a la libertad, a la igualdad, a la fraternidad.  Las palabras acuñadas por los humanistas del momento buscan dirigirse a un público cada vez más numeroso. Nunca antes se le habló al pueblo de igualdad ante la ley humana, pues ésta nunca había existido, ya que previamente era concebida por un Dios soberano; es este el momento para desprenderse de los vínculos tradicionales de la Edad Media, otorgar al individuo un sentimiento de independencia y a su vez de identidad en la nueva forma del Estado.
La identidad nacional se convierte en una bandera de libertades el rescate del individuo que tendrá el valor de un ciudadano perteneciente a fronteras y límites, así como derechos determinados por la nación de la que forma parte. La guerra no es ya por Dios, sino por la defensa de la dignidad del hombre, de la afirmación del sí mismo, de un humano que afirma lo humano.
El espíritu revolucionario defiende al hombre que no quiere inclinarse, al hombre que ha de rechazar el reino de los cielos y opta por la construcción de la historia desde una perspectiva lógica y aceptable. La voluntad del legislador versa desde El espíritu de las leyes hasta el Contrato social, -el cual fue una especie de Biblia de la Asamblea constituyente previa a la Revolución Francesa- estableciendo así el ideal del nuevo Estado. El individuo requiere creer en el orden de una gran sociedad, la cual será modelada y fundada en la voluntad del legislador y de las voluntades que conforman la nación. La sociedad surgida a partir de la Revolución Francesa establece los nuevos ideales de la humanidad y a su vez los nuevos procesos de construcción del individuo, pero esto sólo en apariencia, en otros términos, se crea una verdad oculta bajo la máscara de la universalidad. Se pretende explicar la historia desde un sentido progresista en la cual se debe comprender al hombre y al mundo, estableciendo así nuevas valoraciones que corresponden simplemente a las nacientes ideologías.
El sentido de pertenencia del hombre a la tierra implica el reconocimiento de los límites territoriales, los cuales estarán regidos por el Estado legislador y los integrantes de la nación, ahora convertidos en ciudadanos. El sentido patrio toma gran importancia dentro de los mecanismos ideológicos para sostener los vínculos históricos de la especie, sólo con ellos el individuo habrá de retomar la construcción de su identidad y, a su vez, la expansión y dominio “A través del himno de la bandera, ella conduce a  la expansión colonial y a la comunidad laboral de las colonias”[6].  Las ideologías buscan explicar la realidad fuera de todo contexto histórico, es decir, su poder es la descripción más adecuada de la realidad, es decir una confabulación que responde a las necesidades de producción material, en donde la realidad es lo que menos importa, pues ésta se crea a partir de la interpretación que los grupos dominantes le otorguen: “También las formaciones nebulosas que se condensan en el cerebro de los hombres son sublimaciones necesarias de su proceso material de vida, proceso empíricamente registrable y sujeto a condiciones materiales”[7]La preocupación de los individuos, así como sus anhelos, están íntimamente ligados a los procesos de producción material, los cuales establecen las necesidades de consumo a la población, cuando ya no es posible satisfacer la necesidad, y las contradicciones económicas son ampliamente marcadas, se inicia un proceso de transformación.
Las ideologías establecen puntos fijos en el horizonte, como si siempre hubieran existido o siempre hubiesen sido los mismos. El ilustrado francés cae en este tipo de discurso, lo cual se aprecia en el artículo I de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano: Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común[8]. Si la esencia del concepto Nación está basada en el nacimiento de un individuo dentro de cierto territorio, donde los miembros de éste gozarán de derechos y garantías, el artículo no dice que la libertad es un derecho universal, sino que ese derecho sólo es correspondiente si se es parte de una nación; derecho vinculado a la actividad social con sus semejantes, con aquellos con quien posee “identidad” nacional. Lo anterior es visto con mayor claridad en el artículo número III de la misma declaración: “El principio de toda soberanía reside esencialmente en la Nación. Ningún cuerpo, ningún individuo, puede ejercer una autoridad que no emane expresamente de ella[9]. El poder es otorgado por la nación, donde los grupos dominantes se auto-denominan representantes de éstapero la herramienta ideológica presenta a la nación  como un ser autónomo, libre de intereses particulares porque sus ambiciones aspiran a la universalidadSin embargo las determinaciones productivas y administrativas, ejes rectores de la estructura del Estado, son llevadas a cabo por la naciente burocracia. Por ello mismo, el artículo número III de de la declaración mencionada, corresponde a un discurso ideológico, ya que en una nación la soberanía proviene de las instituciones que determinan y administran las leyes, siendo así los grupos dominantes quienes se expresan a partir de ellas.
La ideología expresa parte del contacto con lo real, pero de manera insuficiente, capaz de realizar manipulación al dirigirla a los grandes colectivos. El contacto de lo real está en el hombre como un ser con necesidades y apetitos, del cual se  puede forjar un molde al dirigir sus pasiones e impulsarle a desear y creer aquello que no es real pero que en su imaginario sí lo es. Ejemplos de estos lo vemos en toda la historia de la humanidad, como el Hidalgo que usa el estandarte guadalupano, o como el pueblo alemán que se alimentó con el sueño de una raza aria. Ambos ejemplos nos plantean a un tipo de hombre bajo necesidades reales que requieren de una plataforma ideológica para mover su voluntad a la acción. La ideología es utilizada para dar una visión de la realidad y el imaginario es la asimilación de un modelo de identidad. Hidalgo muestra al indio una virgen india, le regala una madre[10]; Hitler le da a los alemanes un modelo de hombre que levantará el ánimo de un pueblo deprimido y angustiado. Ambos ejemplos emplean la imagen como instrumento ideológico y a su vez la reivindicación con un pasado, con un legado histórico que se proyecta a futuro. El imaginario es beber de la fábula ideológica, tomarla como realidad verdadera, adquirir “conciencia” a través de ella y ejercer las prácticas encomendadas.
José Manuel Villalpando nos dice sobre una de las características del cardenismo donde podemos vincular el uso de los imaginarios:

Cárdenas dotó al sistema político mexicano con una serie de pilares ideológicos que luego se convirtieron en paradigmas del México moderno. El más importante fue el llamado nacionalismo revolucionario, vinculado en todos sentidos a la defensa de la soberanía nacional frente a la amenaza constante del exterior, particularmente de Estados Unidos.[11]

El despliegue ideológico se encuentra contenido en el discurso político como en sus prácticas sociales, en las cuales, si bien defendían la soberanía nacional, se utilizó el recurso de la amenaza exterior como un motivante de la defensa de lo “nuestro” en un proyecto imaginario de unidad nacional.

Podemos observar cómo la ideología y el imaginario tienen un contacto constante con la realidad, pero vista y presentada desde la óptica del dueño del discurso. Otro aparato de control del Estado y reproductor ideológico es la educaciónContinuando con Cárdenas y el periodo “socialista” en México, el general expresaba lo siguiente: “…La educación socialista combate el fanatismo, capacita a los niños para una mejor concepción de sus deberes para con la colectividad y los prepara para la lucha social en la que habrán de participar cuando alcancen la edad suficiente para intervenir como factores en la producción económica”[12]En otras palabras, se quiere establecer un nuevo orden social, anatemizar la conciencia a partir de la lucha de clases por medio del despliegue educativo socialista, superar la ideología religiosa y establecer la conciencia proletaria.
En resumen, la ideología trabaja en colocar la representación de lo real y el imaginario es el motor de la práctica con que se trabaja para dirigir la voluntad y la conciencia.
En estos momentos podemos preguntarnos ¿Qué es lo que lleva a la empatía ideológica? Podemos responder: la necesidad, ya sea por la opresión, la miseria; o por elementos abstractos como el miedo al aislamiento, el deseo de poder, o el resentimientoAmbas ópticas requieren de la adhesión social dentro de una población que le dé fuerza a su debilitada voluntad. Sensación de poder y superioridad produce el agradable calor de estar estrechados los unos con los otros. Es éste el triunfo del Estado-Nación.
No se trata de la lucha por la supervivencia -pues gracias a la técnica y a los altos procesos de producción, se han logrado satisfacer las necesidades primarias- sino de generar la constante insatisfacción de querer poseer nuevas necesidades implantadas. Para ello se requiere enfrentar al otro que amenaza contra la felicidad propia, esto como producto de la ilusión otorgada por el progreso, pues las dinámicas empleadas socialmente y adquiridas por el individuo responden a necesidades económicas, por ende de producción en los marcos del capitalismo. Erich Fromm nos dice:

El proceso social, al determinar el modo de vida del individuo, esto es su relación con los otros y con el trabajo, moldea la estructura del carácter; de ésta se derivan nuevas ideologías –filosóficas, religiosas o política- que son capaces a su vez de influir sobre aquella misma estructura y, de este modo, acentuarla, satisfacerla y estabilizarla[13]

   El Estado, para mantenerse y reproducirse, se vale de mecanismos cada vez más sofisticados, tanto en la incorporación de necesidades como en la asimilación de nuevos imaginarios tales como la igualdad de unos con otros, o la creencia de que el pueblo manda a través de la democracia, o que todos podemos alcanzar la felicidad si luchamos por ella. Los profesionales de la ideología son los que se encargan de repartir la enseñanza del Estado y éstos, como diría Althusser, los encontramos en la escuela, en la iglesia, en el ejército, en la televisión, etc. A partir de estos elementos se vincula la percepción de la realidad, asegurándose de enseñar las habilidades prácticas que permitan el sometimiento del individuo a la ideología dominante.
Al individuo se le reivindica mientras éste sea útil al fortalecimiento de los lineamientos sociales en pro del Estado legislador. Aquél que no cumpla con las reproducciones afianzadoras es visto como un detractor: “Un patriota es el que sostiene la república en masa; cualquiera que la combate en detalle es un traidor[14]. Sin embargo, criticar a la autoridad es un legado otorgado por la Ilustración. ¿Cómo el Estado rector puede asimilar dicha contradicción?

III
El rebelde
Dado que pretende encontrar unidad dentro de lo diverso, el Estado reconoce la individualidad de sus congéneres como las múltiples expresiones de identidad que en él se desarrollan; suprimirlas sería llevar a la posibilidad de una insurrección. Un Estado débil aplicará la fuerza para condenar a los que afrentan su dominio -por ello es que todo régimen autoritario está condenado a la extinción- pero un Estado fuerte se valdrá de las diferencias y contradicciones para inocularlas a su beneficio.
Valiéndose de sus propias contradicciones, el Estado-Nación, se puede explicar mediante el padre de la política moderna, Maquiavelo señala que “Un príncipe hábil debe hallar una manera por la cual sus ciudadanos siempre y en toda ocasión tengan necesidad del Estado y de él. Y así siempre le serán fieles[15].  Las necesidades que tienen los grupos inconformes al pugnar contra el Estado, crean tensión para encontrar reconocimiento de su identidad. Esta demanda se hace hacia el Estado, lo cual es una muestra clara de la necesidad que éste proporciona, donde la demanda misma de reconocimiento es muestra clara de fidelidad.
¿Qué es el rebelde? es aquél que se vuelve violentamente o en forma de guerra contra un poder o autoridad, dando como resultado una rebelión. Este elemento reactivo a todo orden es también un agente indispensable para la evolución del Estado, pues el rebelde permite el movimiento y transformación de las prácticas que se implantan. El rebelde crea también nuevas ideologías y da paso a un nuevo orden. Personajes rebeldes podemos ver a lo largo de la historia, ya sea Sócrates, Jesucristo, Lutero, Giordano Bruno, sin embargo al rebelde que haremos referencia es el que surge a partir de la Edad Moderna, pues la intención es ilustrar cómo el rebelde ha ayudado a la evolución del Estado-Nación, donde las revoluciones modernas han permitido la instauración de un Estado más flexible y a su vez más poderoso.
Si bien el Estado moderno ha dejado atrás el fanatismo religioso y la cerrazón, por otra parte arroja al hombre a un mundo desencantado, donde la fe consiste en la ciega creencia del mundo de los procesos mecánicos y cientificistas, y el papel que juega nuestro rebelde en la presente época dista mucho del carácter universal de los personajes antes mencionados, ahora se enfrenta al Estado, y le exige a éste su transformación.
El rebelde viene a ser identificadodiría Camus, “Un hombre que dice no. Pero si niega, no renuncia: es también un hombre que dice sí, desde su primer movimiento”[16]. El rebelde establece una denuncia contra algo que no puede continuar, dice no al estado de opresión en el que se encuentra inmerso, pero a su vez, en ese no hay una afirmación, pues se reconoce dentro del espacio que niega, que es la realidad a la cual no puede seguir perteneciendo. El rebelde así, es aquél que invierte los juicios de valor, o al menos los pone en crisis y transforma con nuevas ideologías. Pero ¿cuál es el papel del Estado y el proceso de inoculación de agentes rebeldes? en otras palabras ¿cómo se asimila la contradicción de las prácticas negativas para reforzar al Estado?

La historia ha mostrado que la conservación de un pueblo requiere que la mayoría de sus individuos mantengan un sentimiento común por medio de las prácticas de cohesión, las cuales son la causa de identidad y los fundamentos de toda civilización. El planteamiento de principios indiscutibles o verdades sin discusión, es la herencia de un legado que se transmite por generaciones, en un principio por necesidad y posteriormente por hábito, por consiguiente se modelan los arquetipos de las creencias comunes. La subordinación del individuo es necesaria para el desarrollo de la cultura; sólo mediante el establecimiento de parámetros, por ejemplo de lo bueno y lo malo, lo útil o lo inútil, se incorporan las valoraciones fijas, y se trascienden por medio de la educación. La conservación del Estado, podría pensarse, requiere de individuos homogéneos, llanos, unidimensionales, empero, los instrumentos de control ideológico de un Estado son tan diversos que reconoce la pluralidad de los miembros que lo constituyen, entonces, al reconocer las diferencias, necesita clasificarlas de acuerdo a sus necesidades, satisfacer las partes para el beneficio y conservación del todo, pero sin perder los puntos fijos que son la estructura del mismo. Por ejemplo, podemos observar la gran variedad de partidos políticos, cada uno de ellos, ya sea de “izquierda” o “derecha”, justifican la estructura general que los mantiene, son parte de los mismos mecanismos de un sistema establecido.
Generar hombres iguales, en cuanto a necesidades y pensamientos, llevaría al embrutecimiento paulatino y a la degeneración del Estado. Se requieren los contrastes, puntos divergentes que pongan en marcha el funcionamiento del gran motor, donde el hombre corresponde al engranaje de la maquinaria.
Los puntos fijos mantienen la estructura, son los individuos que han adoptado la ideología imperante a través de los educadores ideológicos, así como por la tradición y costumbre. Los puntos fijos son los elementos que conforman las prácticas imaginarias del Estado-Nación, como diría Tagore “Una nación, en el sentido de la unión política y económica de un pueblo, es el aspecto que asume toda una población cuando se organiza para cierto fin mecánico[17][17].  La población en este sentido no se explica en el ser individual sino en el conjunto social, donde el ser individual cree tener una independencia, una autonomía, un libre criterio para elegir, sin embargo, este tipo de individuo es una constante repetición, pues aspira a lo que todos sus congéneres desean, creyendo tener distancia de ellos. Este resultado surge de las necesidades que el sistema capitalista ha implantado: la constante competencia en las fuerzas productivas. En la lucha emprendida se vislumbra la necesidad del poder, la comodidad, la codicia, la rivalidad; se hace a un lado lo humano, pues lo que al Estado le importa es el buen funcionamiento de la maquinaria, donde los hombres, que antes eran mecánicos, son ahora objetos de la máquina.
El imaginario para consolidar el punto fijo, en la supuesta independencia del hombre, crea el imaginario de individualidad y autonomía; es el hombre el dueño de sus deseos y apetitos, donde la constante competencia le hace mirar al “otro” con recelo. Sin embargo, dicha “autonomía” le convierte a su vez en un ser temeroso de las adversidades y el cambio. Este individuo no puede sobrevivir bajo su propia fuerza, por ello requiere del “otro” para mantenerse, para escapar de la sensación de miedo e inseguridad de estar solo consigo mismo. Ejemplos de estas prácticas hay muchos, la administración del tiempo libre es muestra clara; el hombre no debe encontrar descanso, pues su descanso debe estar confinado a prácticas que le impidan acercarse al ocio. El entretenimiento se dirige a actividades consumistas, desde visitar plazas comerciales, cines, galerías, bares u otros centros de diversión. Erich Fromm nos dice al respecto:

El hombre moderno cree que sus acciones están motivadas por el interés personal, en realidad su vida se dedica a fines que no son suyos… El “yo” en cuyo interés obra el hombre moderno es el yo social, constituido esencialmente por el papel que espera deberá desempeñar el individuo y que, en realidad, es tan sólo el disfraz subjetivo de la función social objetiva asignada al hombre dentro de la sociedad.[18]

Retomemos ahora a los agentes reactores para analizar cómo éstos fortifican al Estado. Pongamos como ejemplo a los intelectuales, cuya labor transita en cuestionar y discutir sobre la realidad, reflexionar sobre la eticidad de las costumbres, o postular distintos escenarios de mundos posibles. Ellos son elementos de reblandecimiento que pretenden poner en crisis a la estructura dominante. Hablan de la novedad y la diversidad, se niegan al estancamiento que ofrece la estabilidad de los puntos fijos. Si es necesario, serán exterminados, muchas veces no por el Estado, sino por el mismo rechazo de sus compatriotas, ya que al ser una minoría son evidentemente débiles, y al cuestionar los imaginarios sociales como la igualdad, la educación, la fe, las leyes, y todo lo que implica fuerza para el colectivo, provocará que sus principios sean peligrosos y considerados como dañinosSin embargo los agentes reactivos participan, si tienen el poder necesario, en la misión de hacer compartida su insatisfacción o inconformidad, generando así nuevas prácticas de reconocimiento social, por ende del Estado.
La voz reactiva no pugna contra el Estado, sino contra el funcionamiento de éstevitupera los instrumentos de dominio, señala culpables de toda índole, como a la economía, la razón, la ignorancia, y sin embargo su ejercicio es mantenido por el financiamiento del Estado mismo; si sus obras son influyentes ante la masa suena la alarma, pero como en nuestros días eso es imposible, se les puede inocular con facilidad.
Dicho de otra manera, podemos imaginar al Estado como un cuerpo vivo, el cual, si es lo suficientemente fuerte, podrá resistir alguna infección y a su vez generar los anticuerpos necesarios para contrarrestar el mal, dicho proceso de asimilación del ente negativo será procesado y puesto al servicio del fortalecimiento general.
Lo duradero es la fuerza de la comunidad que reconoce los arquetipos mediante la creencia y el sentimiento de unidad, por su parte los menos contribuyen al cambio mediante procesos de inoculación benéfica para el Estado. Otros grupos minoritarios buscan inclusión en los aparatos institucionales del Estado y el reconocimiento de su diferencia con la sociedad. Movimientos indigenistas, feministas, homosexuales, emplean sus fuerzas para que el Estado les reconozca, tratan de reblandecer las estructuras fijas e incorporar nuevas prácticas regidas por un Estado de derecho. La negación y descontento que tiende a cuestionar la autoridad sirve para que ésta se vuelva flexible e incluyente, donde un Estado fuerte podrá incluir las diferencias, pues como se ha mencionado, requiere de la movilidad de los mecanismos que permitan el “progreso”. Cuando se duda de la credibilidad de las instituciones, no se vitupera a la institución en sí, sino a los integrantes que la conforman y vician. Por ello, desde la gran Revolución Francesa solamente se han suscitado movimientos de Reforma y no revoluciones.
Cada movimiento social busca reafirmar al Estado, no proponer modelos distintos, la Revolución se proyecta a la humanidad, y los movimientos sociales a la conservación de un modelo fijo y específico. Tal es el caso de los sistemas totalitarios, en donde el uso de ideologías son las consignas con que los líderes proceden. Los nazis inventaron la llamada superioridad biológica para definir su identidad, excluyendo a todo mundo y convirtiendo sus instrumentos ordenadores en máquinas brutales. La identidad creada en el nazismo retoma la idea de la bestia rubia de la que Nietzsche habla, pero deforma su discurso y lo convierten en una práctica imaginaria a través de la propaganda ideológica. El Estado alemán era excluyente en todo sentido, lo cual era viva muestra de la necesidad imperiosa de mantener el punto fijo.
Los Estados que buscan la unidad dentro de lo diverso, “respetando” y “reconociendo” las diferencias, son más eficaces en la creación de imaginarios, inoculan a los agentes reactores, pues éstos no se manifiestan contra el Estado sino que reclaman legislaciones que aprueben su “identidad”, reconociendo así a la autoridad.
Recordando a Maquiavelo: “El que llegue a príncipe mediante el favor del pueblo debe esforzarse en conservar su afecto, cosa fácil, pues el pueblo sólo pide no ser oprimido”[19].Es por eso que nuestro gobierno vela por la creación de nuevas leyes que tengan a todo grupo social contento en su proceso de integración totalitaria. La libertad de expresión es la voz de nuestra libertad, voz que reclama justicia, pero que sin la fuerza colectiva y el reconocimiento del Estado, es sólo una voz más que al verse desprotegida queda en silencio.
Nuestra identidad es un estandarte moderno que aún debemos considerar si es justo y necesario levantar al aire. El sueño de la identidad dentro del proceso Estado-Nación, ha llevado a grandes conflictos, desde la negación a otros, persecuciones, muerte; hasta la manipulación de grupos dominantes para justificar prácticas de poder. La identidad, dentro de los mecanismos que forman parte del Estado, es un fenómeno bastante confuso, pues desde una perspectiva, es la evolución de los ideales del hombre, de la liberación de antiguas cadenas y, desde otra, es la configuración de nuevos símbolos opresivos, que más allá de afirmar la esencia del hombre, son prácticas de control ideológico que sólo impulsan a la cerrazón, al engaño, al deseo vehemente de formar parte del engranaje de un todo fragmentado. Tanto la industria cultural, como la necesidad de consumo, son muestras claras del embrutecimiento paulatino al que todos estamos expuestos. Nadie vitupera los beneficios de la técnica, ni de los sistemas de producción, por el contrario, se ensalza con orgullo el progreso y se ve nuestro tiempo como la consumación de la historia. Nuestra cultura material justifica la dominación desde su carácter ideológico y se reproduce por medio de las experiencias concretas en el acceso a la comodidad y el lujo: el ideal burgués. Este sueño lleva tras de sí la propia aniquilación del individuo, pues las valoraciones reproducidas están dentro de los aparatos de producción y utilidad.
Los grupos rebeldes vituperan el orden y permiten que la estructura del Estado sea flexible, ya que la fuerza reactiva está a la espera del reconocimiento que sólo el Estado le puede otorgar. Las revoluciones sociales no imputan al Estado, sino a las prácticas ejercidas internamente por éste. El espíritu rebelde sería efectivo si se buscaran nuevos arquetipos, tal vez nuevas ideologías capaces de hacer creer en nuevos imaginarios. Finalmente ese es el trabajo del arte y la filosofía. En su lugar se instaura un punto fijo de hombre, al cual el Estado ha domesticado para no confiar en sí mismo, ni en los otros; su voluntad debe estar apuntalada ante la ley que se hace valer por el Estado, como diría Maquiavelo: “El ciudadano no siente responsabilidad con el pueblo, pues ésta la entrega a quien le puede otorgar la libertad al ser oprimido por los enemigos del propio pueblo, es por ello que el ciudadano se entrega al Estado.”[20]
Quizás sea el Estado-Nación un paradigma, el cual es relativamente nuevo ante nuestros ojos. Posiblemente la cercanía que tenemos, como hijos de nuestro tiempo, nos impide matizar y distinguir sus partes. Un hecho evidente es que nuestra labor consiste en atrevernos a mirar más allá del sentido inmediato, pensar dialécticamente, ver la contradicción y hacer uso del sentido crítico. Hemos de preguntarnos entonces sobre la posibilidad de que una cosa pueda surgir de su antítesis. Tarea complicada, pero quizás, no imposible.
Permitámonos especular lo siguiente: “El Estado es el nuevo ídolo del pueblo. Estado llamo yo al lugar donde todos, buenos y malos, son bebedores de venenos: Estado, lugar donde todos, buenos y malos, se pierden a sí mismos: Estado, al lugar donde el lento suicidio de todos, se llama: “la vida”[21]
Habría que detenerse y reflexionar con bastante profundidad las palabras de Zaratustra, preguntarse en qué medida tal especulación tiene alguna verdad contenida, pues de ser así, nos diría que ahí donde termina el Estado comienza el hombre, y aquí donde estamos, en nuestro Estado, se encuentra la barbarie.








[1] Aristóteles. (1980). La Política. México: Cumbre.

[2] La Ideología nazi tuvo una rápida implantación social, diría Erich Fromm en su texto Miedo a la libertadEn la psicología del nazismo; desde una perspectiva psicológica, hay una disposición a someterse ante el nuevo régimen, motivada por un estado de cansancio y resignación como consecuencia de la Posguerra. Los alemanes, principalmente jóvenes, encuentran en Hitler su salvación y esperanza. Asimilan una obediencia ciega al líder, así como el odio a las minorías raciales; apetitos de conquista, exaltación del pueblo alemán y de la raza nórdica, como elementos de atracción emocional que lograron convertir a gran parte de un pueblo en seguidores apasionados de una ideología, en muy poco tiempo.  
[3] La voz “bárbaro” no denota necesariamente a los guerreros norteños de pelo en pecho. Ya en el siglo V a.C. su significado remitía simplemente a alguien que fuera “diferente de nosotros.
[4] Sánchez Díaz De Rivera, M. (2006). Reseña de: Los caminos del racismo en México. De Gómez, J. Núñez, F. Castellanos. Cuicuilco, 37 (13), 207-212.
[5] Ibíd.
[6] Adorno, T. (2007). Dialéctica de la ilustración. Madrid: Ediciones Akal.
[7] K. Marx y F. Engels. (1970). La ideología alemana. Barcelona: Grijalbo.
[8] Disponible en: http://www.juridicas.unam.mx/publica/librev/rev/derhum/cont/30/pr/pr23.pdf
[9] Ibíd.
[10] El profesor Mauricio Pilatowsky en su conferencia: “La virgen de Guadalupe en la colonización del imaginario mexicano”, nos dice: “…Guadalupe es también acompañante de los defensores de su mito; legitima la causa de quien la porta. Su utilización en todo tipo de luchas funciona para proteger a los que pelean, mientras que amenaza a los que los enfrentan, en la fantasía de los portadores de su imagen la madre los protege mientras ellos defiendan su virginidad, y el que se atreva a desflorarla atraerá sobre sí la ira del Padre”.
[11] Villalpando, J. y Rosas, A. (2003). Historia de México a través de sus gobernantes. México: Planeta Mexicana.
[12] Cárdenas, L. (1990). Ideario Político. Selección y presentación de Leonel Durán. México: Era.
[13] Fromm, E. (1984).  El miedo a la libertad. México: Paidós.

[14] Camus, A. (2008). El hombre rebelde. Madrid: Alianza Editorial. 
[15] Maquiavelo, N. (2010). El Príncipe. México: Porrúa.

[16] Camus, A. (2008). El hombre rebelde. Madrid: Alianza Editorial.

[17] Tagore. (1988).  La luna nueva. Nacionalismo. Personalidad. Sadhana. México: UNAM/SEP.
[18] Fromm, E. (1984). El miedo a la libertad. México: Paidós.
[19] Maquiavelo, N. (2010). El Príncipe. México: Porrúa.
[20] Ibíd.
[21] Nietzsche, F. (2004). Así habló Zaratustra. España: Alianza Editorial.

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