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domingo, 3 de agosto de 2014

La filosofía de Sade y el crimen



Josué Isaac Muñoz Núñez.



La filosofía de Sade es compleja: muchas veces se le malinterpreta o se le ignora; sus palabras se toman por la de algún loco, hereje, ateo o ignorante. Yo veo lo contrario; observo que hay que leerlo con la misma atención con que se lee a Platón, Kant o Heidegger. Por lo tanto, pretendo mostrar el cuidado con que Sade hace de su filosofía  un sistema. En otra palabras, que su pensamiento es consecuente y coherente.

El ensayo tiene por tema el crimen. El concepto debe ser desarrollado desde varios puntos a tratar como la materia, el placer del crimen, la fuerza y la naturaleza. Por esto mismo, el ensayo se divide en pequeños apartados donde explicaré qué es la materia, el hombre, la naturaleza y el crimen. Todo con la finalidad de demostrar que el crimen es necesario, y se justifica en la naturaleza.

El fundamento de la materia para Sade

Para adentrarnos en la filosofía de Sade es importante entender qué es la naturaleza para él. Este concepto se entiende como el conjunto de fenómenos materiales, en otras palabras, que toda la materia es naturaleza, y toda la naturaleza es materia. Son equivalentes materia y naturaleza. Asimismo nos dice en Juliette: el universo se mueve por su propio impulso, y las leyes eternas de la naturaleza, inherentes a ella misma, son suficientes, sin una causa primera, para producir todo lo que vemos; el perpetuo movimiento de la materia lo explica todo[1]
            Su filosofía se basa en el movimiento inherente de la materia, todo lo que existe es en ella, incluso su fuerza motriz. El principio de que la materia sea fuerza inmanente niega de sí todo fundamento externo, sea metafísico, religioso o místico; no necesita nada ajeno a ella para subsistir. Si el universo es la totalidad de la materia, y la materia es un constante desarrollo, entonces, el universo es la totalidad de la materia en constante desarrollo. 

El ser humano como ser material

Al respecto del ser humano, éste al ser parte de ella no es libre. Todos sus actos son efectos de causas materiales; su cuerpo y su mente son objetos subordinados a la materia. Nuestro cuerpo responde con sensaciones de dolor, placer, frío, calor; la razón responde con ideas de miedo, enojo, compasión; nuestro hacer moral, también sujeto a la materia, actúa con actos virtuosos o viciosos:

“Todos los efectos morales responden a causas físicas a las que están encadenados irresistiblemente. Es el sonido que resulta del choque del palillo con la piel del tambor: si no hay causa física, no hay choque, y, necesariamente, no hay efecto moral, es decir, no se produce el sonido. Ciertas disposiciones de nuestros órganos, el fluido nervioso más o menos irritado por la naturaleza de los átomos que respiramos… por el tipo o la cantidad de partículas nitrosas contenidas en los alimentos que tomamos, por el curso de los humores, y por otras mil causas externas, determinan a un hombre al crimen o la virtud y a ambos a la vez, con frecuencia en un mismo día: este es el choque del palillo, el resultado del vicio o de la virtud; cien luises robados del bolsillo de mi vecino, o dados del mío a un desgraciado, es el efecto del choque, o el sonido[2]”.

Las causas materiales nos llevan a actuar hacia la virtud o el vicio, pero también nuestra estructura física tiene un lugar importante. El cuerpo como espacio donde convergen causas y efectos tiene sus propias inclinaciones: podemos cometer crimen por comer algo, pero también podemos disfrutarlo. Esto se debe, porque, al no haber principio moral, religioso o universal, la verdad depende de nuestra experiencia; si siento placer en algo, eso será mi verdad. Por ejemplo, cuando algún libertino como Noirceuil, Delbene o Dorval reflexionan sobre el crimen y su explicación, todos ellos llegan a un principio común: actúan para su propio placer, son egoístas: “me gusta el mal, […]: puedes ver que también aquí soy egoísta, como en todas las otras ocasiones de mi vida[3]”.
El criminal, por lo tanto, sólo sigue la verdad que su cuerpo le da. El crimen para él es su placer, pero ¿Cómo justificarlo?

El crimen y su justificación
           
El crimen en palabras de Noirceuil es “toda contravención formal, sea fortuita, sea premeditada, de lo que los hombres llaman leyes[4]”. Éste puede ser cometido con un propósito o por alguna otra causa. Me interesa el cometido por intención, pues es el que Sade defendió.
Como ya vimos más arriba, el hombre está sojuzgado a la naturaleza; no puede actuar según su voluntad sino según las causas. El crimen es un efecto de éstas, y tiene su fundamento en los conceptos de fuerza y naturaleza, ambas causas materiales.

El concepto de Fuerza lo usa Sade para establecer la desigualdad en los hombres; nos dice, “una sola diferencia distingue a los hombres en la infancia de las sociedades: la fuerza[5].” Ésta es inequitativa, y al serlo da por sustentado que existan hombres fuertes y débiles. La naturaleza al dar fuerzas desiguales permite y justifica, de cierta manera, el crimen: “ya tenemos aquí un robo establecido; porque la desigualdad de esta repartición supone necesariamente una lesión del fuerte sobre el débil, y esta lesión, es decir, el robo, la vemos decidida, autorizada por la naturaleza, puesto que da al hombre lo que debe conducirle necesariamente a cometerla[6]”. Por lo tanto, la fuerza es la capacidad que tiene el hombre para diferenciarse de sus congéneres, logrando que el crimen sea establecido.

El segundo concepto, también justifica el crimen. La naturaleza es un orden coherente y armónico que se desarrolla por sí misma; este orden se basa en la diferencia, en la lucha de contrarios que es destrucción y creación: “Sus leyes (de la Josuénaturaleza) se sostienen gracias a una mezcla absolutamente igual de lo que llamamos crimen y virtud; renace mediante destrucciones, subsiste mediante crímenes; en una palabra, vive gracias a la muerte[7]”.


Ya observando como estos dos conceptos justifican el crimen, se entiende ahora que éste no es un mal para la sociedad, sino un efecto necesario para el desarrollo de la naturaleza. La materia vive de esa dualidad. Si todo fuera creación, no habría lugar para nadie ni nada. La destrucción permite que el universo siga su flujo sin detenerse, porque de sus mismos elementos derruidos surge su fuerza creadora. Así pues, los criminales no son monstruos, son sujetos necesarios para un orden material.
Como ya dijimos en el apartado anterior, la única verdad es la que yo puedo experimentar con mi cuerpo; pues todo es materia y no hay más que eso. El criminal siente placer en el vicio, y éste tiene su sustento en la naturaleza y en la fuerza que lo hace capaz de realizar el crimen. Pero este crimen se anula en la naturaleza, si pensamos que todo mal sólo afecta al ser humano, ya que, tal mal no existe fuera de nuestra percepción: “El alegato de Sade llega a tales límites en su energía que termina por liberar al crimen de toda criminalidad. [...]Pero volcanes, incendios, el veneno, la peste, si no existe Dios y el hombre no es otra cosa que un vapor, si la naturaleza lo consiente todo, las devastaciones peores se diluyen en la indiferencia[8]”. El crimen cuando se juzga como un mal o una contravención a las leyes, se hace desde una perspectiva humana, asunto que para la naturaleza le es indiferente. Sólo afecta nuestra vida humana, pero no la vida del cosmos; al universo le es indiferente el crimen, aunque necesario.

En conclusión, el criminal es efecto de la fuerza y naturaleza, sin éstas él no es nada; del mismo modo, nuestros actos de virtud son efectos de las mismas, pero viceversa porque somos débiles y no sentimos placer en el crimen. Esto nos lleva a entender dos cosas, primero que el ser humano no puede actuar de otra forma: su naturaleza ya está dada. Segundo, su actuar es necesario e igual de importante que al de un huracán, una peste, un volcán haciendo erupción, e incluso, la destrucción de una estrella; la importancia del crimen se vuelve trascendental para el universo mismo, pues sin estos la naturaleza se extinguiría. ¡Enorme dignidad ser criminal o virtuoso, pues ambos son necesarios; aunque, ese orden sea indiferente a nuestra existencia, ya que, únicamente somos materia!


No necesitamos más explicación del mundo: el mal se realiza porque es un efecto de una causa, la naturaleza lo determina. Pero el ser humano es consciente de su actuar; somos materia, sí, pero materia consciente. Para Sade hay mal porque es necesario, y bien porque también, entonces la conciencia de esto no sirve de nada: daría igual si fuéramos lobos y ovejas, pues nuestro fin sería ser devorado o devorar. La conciencia modifica nuestra comprensión de la idea causa-efecto, ya que sabemos cuál causa es necesaria y cuál no. El crimen si lo disfruta el libertino, puede hacer abstracción de él, igual el virtuoso, el mismo Sade preveía esto: “De la misma forma, la conciencia es pura y simplemente la obra de los prejuicios que nos infunden o de los principios que nos creamos[9]”.
Nuestra determinación no es total, Juliette es educada para el crimen, pero sí esa educación hubiera sido otra, tal vez su naturaleza no cambiaría, pero sí hubiera sido desarrollada de distinta manera. De igual manera Justine hubiera logrado disfrutar del sexo de otra manera, si otros hubieran sido sus principios, aunque su naturaleza perduró. Son ejemplos que debemos tomar con cuidado, pues representan portadoras de la filosofía de Sade: no podemos ir más allá de sus principios con ellas.
Cabe observar que el mal se anula en la totalidad de la materia, pero no en la sociedad; si nuestro cuerpo nos da la verdad, el dolor que siento al ser ultrajado es tan verdad como el placer que siente el que ultraja, no es indiferente para nosotros, sólo para la materia. Ésta no es consciente, ni reflexiva pero nosotros sí. Si nuestra conciencia se forma por los prejuicios o por los principios, podemos tener principios que modifiquen nuestro actuar. Los prejuicios de causas externas, omnisapientes, eternas, regulares y buenas en sí que fundamentaban al mundo, ya las atacó Sade y la ilustración, ahora nos falta atacar los prejuicios del actuar humano; éste al ser consciente puede medir sus acciones. Darse cuenta de éstas nos quita la condición de ser inconscientes: el lobo no puede dejar de comer carne, pero el hombre sí. 

            No podemos ir más allá de la materia con Sade, pero sí podemos criticar esta interpretación. Somos materia racional, tenemos la posibilidad de distinguir y comprender el mundo. Esto sería la razón que es reflexiva. Si partimos de ésta, se observa que el ser humano no actúa por mero instinto o reacción, sino por reflexión. El criminal mismo, en los diálogos sadianos usa la reflexión para justificar o para aumentar sus placeres. Por lo tanto, el sujeto no es un ser pasivo, puede actuar. Sade nos diría que dejemos de preocuparnos por esto y actuemos según nuestro cuerpo, pero al ser reflexivos nos queda preguntarnos ¿Es necesario nuestro actuar? es decir, ¿podemos ser libres? Esto no lo podemos responder aquí, sin embargo, si lo podemos dejar como tema de reflexión.



[1]Sade, Marques de, Juliette o las prosperidades del vicio, España, Tusquets, 2000 p.24
[2]Sade, Ibidem. p. 8
[3]Sade, Ibidem. p.120
[4]Sade, Ibídem p. 148
[5]Sade, Ibidem. p.66
[6]Sade, Ibidem. p. 66
[7]Sade, Ibidem. p.99
[8]Beauvoir, Simone, ¿Hay que quemar a Sade?, Mínimo Tránsito, Madrid, 2002, p.31
[9]Sade, Ibidem. p. 7

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