-¿No quieres tramar
Damaris?
La trigueñita no
comprende a la primera, ni a la segunda. Cómo buena hembra hay que explicarle.
Me llevo la mano a la boca y le digo:
-Qué vayamos a comer.
-Ja,ja,ja, no te entiendes
mexicano, ven, yo sé dónde.
-Deja comprar algo de
tomar antes, tengo sed.
-¿Y esto?
Levanta la botella de
ron. La agarro y la aviento lo más lejos que puedo. No llega lejos, soy una
mierda. Pero estoy asqueado. Del alcohol, porque de la trigueñita que me
acompaña no. Ella se habría asqueado antes de mí, seguro.
-Damaris, voy aquí
pasando la calle, no te me vayas a ir.
-Si quieres vamos
juntos, o voy yo.
Se apiada de mí, así me
veo de jodido, cree que no podría escapar a ningún lado sin pagarle el dinero
que le debo. Saco un billete de veinte CUC.
-Gracias, lo que te
alcance.
A ella le da gusto,
sonríe, yo le devuelvo la sonrisa. En cuanto cruza la calle y medio se pierde
aprovecho para largarme, busco una máquina. A Habana vieja. Karina, una negra
de 1.80 con tetas del tamaño de mi cabeza, espera en Varadero y no se me va ir
viva. La huida me ahorra una lanita, lo de unos converse.
Y es que a Damaris no
le caló que fuera de madrugada, el ansia de sus cien dólares en la bolsa
mandaba. Es un decir porque no traía bolsa. Salimos a buscar el arancel de sus
servicios equipaje en mano: Unos sorbos en la botella de Santiago y tres
botecitos de Pringles Cream & Onion. Devoraba esas chingaderas. La entiendo
porque para lo que comen las cubanitas esas madres son Gourmet. Cómo si supiera
yo qué es Gourmet.
Se le había pasado la
desconfianza, con los tragos y los acostones que nos dimos en la noche. Nada
que ver ahorita. La cara era otra a la de cuatrera que puso cuando le dijimos
que sólo traía pesos mexicanos y unos cuantos pesos convertibles. Así son las
pinches cubanas, encimosas hasta que les hablas de dinero y no les parece.
Igual que las acapulqueñas o las veracruzanas, si no te pones vergas te la
dejan caer.
La sangre caliente.
Damaris era caliente,
tenía el coño tibio y los pezones paradísimos. Me prendía cabrón. Sus pezones
pequeños, negros, bien duros.
Cuando salimos en la
madrugada en busca de la casa de cambio, la traía aferrada del cuello, no
dejaba de olerme. Encantada con la mezcla de suavizante, sudor, polo sport y
ron. En eso se parecía a mis amigas más putas, en eso y en que borracha seguía
el juego de que no nos importaba más nada en la pinche vida; que ganas de
joder.
Ya la quería.
Ella quería templar.
Pero a mí me re caga fajar en la calle, exhibirse no es bueno. Imaginen que mi
madre pasara por ahí. Mi madre nunca iba a pasar en la madrugada por las calles
de la Habana, tal vez mi padre. Aunque uno piensa qué diría su madre si lo
viera haciendo semejantes desfiguros. Además, sólo fajo en la calle si estoy
muy pedo, y ya se me estaba bajando.
Cuando llegamos a la
CADECA estaba cerrada y con fila, puros viejos. Era muy temprano, mejor nos
seguimos de frente hacía el malecón. Ahí esperaríamos a que abriera.
Damaris estaba morrita,
por eso Carmela, mi casera en la Habana, la convenció de prestarme sus servicios
y cobrar en la mañana.
-Damaris ¿qué te dijo
Carmelita?
-Pus na, que eras amigo
de la casa, que venías seguido, que te instalabas ahí en Vedado…
¡Amigo de la casa! De
no ser porque me corrieron el contacto, no sabía nada de esa vieja ni ella de
mí. Pero qué buena esquina me hiciste Carmela, y qué buen rabo tienes,
madurito, firme. Cada CUC que gasté en tu cuarto lo gasté a gusto.
-¿Te vas hasta el
sábado a Varadero?
-Voy para Cancún
Damaris, regreso en agosto a seguirte besando. Quédate conmigo hasta el sábado.
-Sí, si quieres te
llevo a conocer centro Habana.
-Órale.
Nos echamos en el piso,
estaba hasta la madre. Amanecía. Me recosté un rato recargando la cabeza sobre
las piernas suavecitas de mi trigueñita. Ella acariciaba mi pelo y se terminaba
las Pringles. Cuando me estaba ganando el sueño me acordé de las tetonas de
Karina.
-¿No quieres tramar
Damaris?
Nadie quiere pesos
mexicanos en la Habana. Ni en ningún lado.
Yo tampoco los querría…
Por Schava
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