“El laberinto de la soledad”
Cuerpos imaginarios
El cuerpo del Chuco[1]
El cuerpo del Chuco[1]
Por: Ríos Osorio A. Fabián
No es tan fácil, o no debería ser tan fácil, aceptar las ideas de totalidad del lenguaje de las que habla Wittgenstein cuando dice: “El lenguaje disfraza el pensamiento. Y de tal modo, que por la forma externa del vestido no es posible concluir acerca de la forma del pensamiento disfrazado; porque la forma del vestido está constituida con un fin completamente distinto que el de permitir reconocer la forma del cuerpo”(TractatusLogico-Philosophicus, 4.002). Enfocándonos en la última parte de la cita, que en realidad es análoga a la primera nos preguntaremos: ¿Sería verdad que por la forma del vestido se puede adivinar la forma del cuerpo? Es usual que la respuesta a ésta pregunta se enfoque en la parte externa del vestido, es decir, el significado que para el otro tiene la vestimenta que cubre un cuerpo o la relación que tiene la vestimenta con el medio al que se muestra, que es también el medio en donde se configura. Se dirá entonces que el vestido no sólo oculta un cuerpo sin a su vez expresarlo, siendo el acto de ocultamiento el acto mismo que da identidad al sujeto que intenta ser reconocido por el mundo que lo ve.
Pero pensándolo bien, el vestido que recubre el cuerpo a su imagen y semejanza no es suficiente para generar la certeza de un “yo”, si acaso construye una idea para envolver a un sujeto, sobre todo en aquellas identidades fronterizas que se juegan la existencia entre territorios polarizados en los límites que demarcan culturas enteras. La identidad que pensadores mexicanos como Octavio Paz quieren para el pachuco es la punta de un extremo. En el cuerpo de este extremo es en donde este trabajo se desarrollará.
Se dice que la “Ausencia de espíritu” que esta ambivalencia causa en el pachuco lo hace disfrazarse de una manera en la que el exceso en las vestimentas distorsionadas compense la opacidad de su ser. Pero ¿Qué hay del cuerpo? Con o sin vestimenta el pachuco sigue siendo pachuco. El impulso que se niega a si mismo que se la atribuye permanece aún en su cuerpo “desnudo” corroborando a lo que puede llegar aquel –parafraseando a Paz- ser temeroso de que la mirada ajena lo desnude. Basta con la peculiaridad de un cuerpo para hablar de las identidades de miles de ellos que buscan expresar un sentir común.
Esta reflexión lo que pretende es inspeccionar la peculiaridad de un cuerpo que habla por sí mismo. El cuerpo de un sujeto que sirve como llave de acceso para reflexionar sobre la consciencia de una singularidad, “momento de reposo reflexivo antes de entregarnos al hacer.”[2] El cuerpo le pertenece a un pachuco y se basta a sí mismo para –sin vestimenta alguna- saber que de quien hablamos es de la figura mítica que representa el principio del Laberinto de la soledad.
Edward “Chuco” Caballero -personaje de la cotidianidad- nació en California en 1954 y murió en el 2008 víctima de un agresivo cáncer. Destacada figura en el mundo del tatuaje “Chuco”[3] fue, entre otras cosas, un joven pachuco en los años 60´s al sur de California. Su cuerpo fue –por que el cuerpo no siempre es- memoria de la identidad de un hombre que se entrega a su realidad, se hunde en ella hasta el extremo de convertirse en los símbolos externos de los que fue testigo, que se incrustaron en lo más profundo de su conciencia y que salieron de ella construyendo una memoria de imágenes encarnadas que sirvieron como recordatorio imaginario de quién es y de dónde es que viene.[4]
El zootsuit, vestimenta del pachuco que se despoja del mundo de la eficacia estadounidense y se reafirma en su sola manifestación estética sin más tarea que atraer las miradas sobre la moda excesiva que visten, no pretende acercar al pachuco a una agrupación específica. Sin más remedio que mostrarse estéticamente, la vestimenta del pachuco desborda su cuerpo, muestra su rebeldía al desajustar el ideal de practicidad del modo de vida americano y a la vez oculta el cuerpo del chuco que se esconde en el zootypara reafirmarse como ser solitario, -citando a Paz sobre el pachuco- “Generalmente los excéntricos subrayan con sus vestiduras la decisión de separarse de la sociedad, ya para constituir nuevos y más cerrados grupos, ya para afirmar su singularidad. En el caso de los pachucos se advierte una ambigüedad: por una parte, su ropa lo aísla y distingue; por la otra, esa misma ropa constituye un homenaje a la sociedad que pretende negar.”[5]
A pesar de que el “Chuco” Caballero era considerado un auténtico portador del zoonsuit de la época de los 60´s y recordado por lo esencial de su caló; esa manera de distorsionar el lenguaje con la que el pachuco insiste para desapegarse del otro, del espectador cualquiera que en ningún sentido es capaz de entender la onda de su hablar, pero que a su vez, sin faltar ni por un momento a la constante de su ser ambiguo y agresivo el clown impasible y siniestro sádico pregunta a su interlocutor, con más intensión de aterrorizar que de hacer reír, si ¿Me comprendes Méndez o te explico Federico?; “Chuco Caballero”, que dominaba el arte del no decir nada al hablar mucho, fue un pionero del tatuaje que lo distinguió aún más que lo estrambótico de sus vestimentas y su forma de hablar.
En el cuerpo tatuado del pachuco conviven imágenes que chocan. Sin espacio alguno para asomarse a una identidad pura que en realidad no existe, el cuerpo de “Chuco”Caballero esconde esa: “pobreza de nuestro Romanticismo frente a la excelencia de nuestro arte barroco”[6]. Con la falta de un punto central en donde sostenerse el cuerpo pachuco marcado quiere íntimamente volver a ser centro de un universo fragmentado por la frontera que su cultura pasada cruzó.
En los límites del ser está marcada la existencia del pachuco tatuado. En su cuerpo conviven imágenes de dioses aztecas, corazones y calaveras del día de los muertos, monumentos y actrices y actores norteamericanos, revolucionarios mexicanos y latinoamericanos, tipografías callejeras, imágenes religiosas, escudos nacionales y simbolismos carcelarios. Lo mitificante de su figura nace del arraigo de las figuras culturales que permite incrustar en su cuerpo -lo único intransferible que tiene- que al apropiarse de ellas fundamenta una nueva manera de ver lo ya visto por todos. Miles de turistas han fotografiado la estatua de la libertad, pero el pachuco que la tiene en la piel junto con Marilyn Monroe y debajo del Che Guevara atenta contra el espacio vacío de un monumento en medio del mar –de alguna manera apartado del territorio americano, la estatua de la libertad da un saludo fraterno a los nuevos pobladores, pero al ser ella un monumento alejado de tierra firme, su espacio representa más un estado transitorio entre el inmigrante que llega al nuevo mundo con el sueño americano en mente y la constante realidad de exclusión con la que es marcado una vez que baja del barco-. Al situar la imagen de la estatua de la libertad en un espacio arbitrario su figura es acompañada de otros símbolos que solamente adquieren un sentido como un todo.
Por sí misma, el rostro de la estatua no dice nada, es simple tinta y técnica en la piel de alguien, pero el alejamiento de la mirada del cuerpo al que contempla permite darle a la imagen un sentido más íntimo que se comprende gracias a lo que lo acompaña. Como la contemplación de una estrella que por sí misma brilla en medio de la nada y que después se descubre como parte de una constelación, las imágenes en el cuerpo de una persona que gusta de saturarlo con tatuajes que esconden su piel, no hablan por sí mismas, pues están en comunión con una unidad que al final hace que el cuerpo responda a la pregunta ¿Quién eres?: “Pasivo y desdeñoso, el pachuco deja que se acumulen sobre su cabeza todas estas representaciones contradictorias, hasta que, no sin dolorosa autosatisfacción, estallan…”[7]
La resignificación de estas imágenes icónicas –todas- representan la voracidad del pachuco por irrumpir en un equilibrio ya de por sí difícil de mantener “hecho de la imposición de formas que nos oprimen y mutilan.”[8] La visión unilateral de la cultura dominante es su principal enemigo pues él representa una contradicción innata que se afirma como tal. Los iconos revolucionarios del “Chuco” no tienen la pesadez del significado político e ideológico; entre Zapata, Pancho Villa y el Che están Marilyn Monroe y Susan Hayward. Los rostros de revolucionarios usados más de mil veces para representar ideologías en contra del sistema no son, en este cuerpo, antisistema, están ahí para generar una ruptura individual con lo establecido. No es sino rebeldía del individuo, pues su identidad no está con la del pueblo que quiere ser liberado; no hay nada de heroico en el Zapata que está a la altura del pecho, es más una cuestión de evocación religiosa, la adoración que ya trae consigo el rostro del revolucionario y no el ideal mismo, es una imagen fetichista por el Che o por Villa la que él tiene, imagen despojada de su origen, igual que él mismo.
Zapata usualmente se encuentra fuera de su contexto revolucionario, es más un símbolo que acerca al hombre con una idea de nación libre y justa jamás realizada: “El zapatismo fue una vuelta a la más antigua y permanente de nuestras tradiciones”[9], la representación de un hombre que muestra la conciencia histórica pero que a su vez es aislado en su pueblo y en su raza; el villismo y el zapatismo (el norte y el sur) representan en la piel de alguien que ha crecido al otro lado de la frontera voluntades de identidad nacional basadas en el origen y la simplicidad de ideas como Tierra y libertad que simbolizan, en palabras de Paz: “un punto de partida, un signo oscuro y balbuceante de la voluntad revolucionara”[10] que fue derrotada y marginada. En la piel del pachuco la revolución mexicana significa una reconquista de representaciones siempre pulsantes, una pasión por ideales jamás conocidos o una reconquista por la tierra a la que jamás ha pertenecido, pero que fruto de la soledad y desesperación el “Chuco” Caballero lleva en la piel, en un gesto de orgullo por la redención que el pasado le confiere, su “”origen” que es el que le perdona todos sus pecados. Su “historia” arropa la soledad que porta con orgullo. Sin identidad propia el pachuco que lleva la revolución en la piel por fin se atreve a ser, conoce su misterio, comulga con la idea para ellos santa del México perdido, como paraíso al que jamás regresarán.
Del tatuaje del revolucionario Emiliano Zapata nace la imagen de Cristo a la altura del cuello demostrando la religiosidad que siempre ha de acompañarlo como buen pecador que es. Muestra su herida, la tiene en lo más alto y vulnerable de su ser. Cristo en el cuello es la apropiación del cuerpo martirizado en el cuerpo mismo: “No es una intimidad que se vierte, sino una llaga que se muestra, una herida que se exhibe. Una herida que también es un adorno bárbaro, caprichoso y grotesco…”[11] La herida que muestra es también posibilidad de salvación, viviendo la vida loca el pachuco pide perdón de sus pecados. Siendo no-ser el pachuco vive la vida del bandido solitario con la cual niega la sociedad en donde se establece: “La persecución lo redime y rompe su soledad: su salvación depende del acceso a esa misma sociedad que aparenta negar. Soledad y pecado, comunión y salud, se convierten en términos equivalentes.”[12]. La madre a la que se pide perdón no falta, se encuentra justo en las manos, fácil de ver, siempre presente en toda acción la virgen de Guadalupe es el ícono infaltable que no necesita acompañamiento, está ahí sola en la mano derecha del pachuco, también hijo de la santa madre sufrida mexicana que le perdona todo.
En los brazos están plasmadas evocaciones prehispánicas, Cuauhtémoc, último tlatoani convive en el brazo izquierdo, en una dialéctica entre resistencia y entrega, con Moctezuma el emperador vencido y abajo una posible malinche madre chingada de los malos mexicanos que se afirman como la negación de la raza que a su vez gustan de adorar. -Paz dice- El pachuco es ese otro que nosotros no somos. “Y esos otros no se definen sino en cuanto hijos de una madre tan indeterminada y vaga como ellos mismos”[13]. Como punto final, justo en medio de su cuerpo se lee, como título de un cuerpo que habla con imágenes, la leyenda South Sidecomo límite de su existencia, mucho más al sur está la tierra prometida jamás conocida, mucho más al norte no hay nada, South Sidees para Edward “Chuco” Caballero la tierra de nadie a donde el pertenece.
Decir que el lenguaje que nos reviste es la única posibilidad de nuestra existencia en cuanto es la totalidad de nuestro pensar es excluir una visión oscurecida de los significados de las cosas que conocemos. Los significados llevan consigo una carga de posibilidades que se revisten según los lugares desde donde pensamos lo que pensamos. No se reconoce la forma del cuerpo por el vestir, así como no se reconoce el pensamiento con el lenguaje. Pareciera que el vestido y el cuerpo se desarrollan en un mutuo acuerdo en donde uno transforma al otro y viceversa. La cuestión entre lenguaje y pensamiento pareciera ser más bien una relación dialéctica que no termina de reconciliarse en una síntesis final pues todo aquello que es excluido de lo definido siempre encuentra como salir a flote y transformar lo establecido bajo la visión de una nueva perspectiva. Por eso se hace necesario regresar y reflexionar sobre las cosas que tenemos como ya establecidas, es decir, quitar la vestimenta con la que a simple vista generamos una opinión. Desnudar para luego conocer.
Bibliografía
-Paz, Octavio, “El laberinto de la soledad”, Fondo de Cultura Económica, México, 1973, Primera edición (cuadernos americanos) 1950, 191pp.
-Labastida, Jaime, “Cuerpo, territorio y mito”, Siglo XXI Editores, México, Primera edición 2000, 306pp.
[1] Conferencia pronunciada en el Coloquio: Las figuras del nacionalismo mexicano, la modernización de los imaginarios, celebrado en la FFyL y la FES Acatlán (UNAM)
[2]Paz, Octavio, El laberinto de la soledad, Fondo de Cultura Económica, México, 1973, Primera edición (cuadernos americanos), México, 1950, p. 13.
[3] Contracción de la palabra pachuco usada en el sur de Texas.
[4]Es por esto que Paz dice “Despertar a la historia significa adquirir conciencia de nuestra singularidad, momento de reposo reflexivo antes de entregarnos al hacer.”Op. cit. p. 9
[5] Op. cit. p. 14
[6] Op. cit. p. 29
[7] Op. cit. p. 16
[8] Op. cit. p. 18
[9] Op. cit. p. 130
[10] Op. cit. p. 131
[11] Op. cit. p. 16
[12] Ibíd.
[13] Op. cit. p. 68
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