por Josué Isaak Muñoz Núñez
Cinco millones de personas ven en internet una transmisión
en vivo.
Es un joven rubio y delgado que grita para hablar. Hay
música electrónica de fondo.
En nueva york, una pareja tiene sexo mientras lo ven desde
una laptop.
En su cuarto, solo y aislado hace muecas a la cámara, se ríe
de todo y de nada.
Menciona que tiene una sorpresa. Se levanta y sale de su
cuarto. Regresa con una indigente y la sienta en su silla.
Explica que la encontró debajo de un puente y que le dará
asilo y alimento. Guiña un ojo y saca un platón de un cajón.
Sale de nuevo y regresa con una olla. La destapa y le sirve
una cucharada de lentejas humeante.
En el chat la gente le aplaude, otros le preguntan por el
nombre de la indigente, otros que la bañe con una manguera.
El
número de espectadores no aumenta.
La mujer acaba de prisa y pide otro plato.
El joven le sirve de nuevo. La abraza y se aleja con
una sonrisa.
Después de probar el segundo plato se detiene, de las
comisuras le brota algo de sangre.
La gente invita a sus amigos a ver la transmisión.
El número empieza a crecer, casi llega a seis millones.
Le excita la fama.
Camina hacia atrás y levanta una botella de vidrio, hace señas a la olla.
Camina hacia atrás y levanta una botella de vidrio, hace señas a la olla.
La indigente arquea y un raudal carmesí le brota de la boca.
La toma del pelo y le tapa la nariz.
Le vierte todo el plato en la boca.
Le vierte todo el plato en la boca.
Mientras se ahoga la mujer, él dice tranquilo: “si llego a diez
millones, destazo a la puta.”
Saca una navaja de tipo militar. La muestra y da a entender
lo que hará.
Algunas personas comparten la transmisión en las redes sociales.
Sube el volumen a la música. Quita la funda al cuchillo y lo clava en la mesa.
En el chat lo incitan a matarla, otros que la viole, otros
le piden que deje de bromear.
Los jóvenes indios abren una bolsa de papas y beben un
enorme refresco.
Un grupo de oficinistas expectantes de lo que sucederá se juntan
alrededor de un compañero.
La pareja sigue follando, están enajenados con la
transmisión. La mujer está por llegar al orgasmo.
Un australiano se masturba en su oficina, le fascina la sangre.
Algunas mujeres mientras lo ven, crean peticiones online
contra la violencia.
La policía recibe decenas de llamadas sobre la transmisión. Lo
ven y esperan atentos.
Somete a la mujer, la alza de la silla.
El hombre desprende el cuchillo de la mesa y juega a que es
un terrorista del yihad.
Mira atentamente al contador: diez millones.
Empuña el cuchillo, sólo piensa en la fama eterna.
Lo coloca en posición.
Una idea lo ilumina.
De golpe hace un corte fino y profundo.
La mujer está suspendida con el cuello abierto.
La tira al suelo y la patea.
Toma el cuchillo y lo limpia con su camisa.
Después se conecta a Facebook.
Después se conecta a Facebook.
Muchos también lo grabaron. Lo suben a las redes con nombres
ridículos.
“Increíble acto, debes verlo” “No creerás lo que paso, hasta que lo veas”
“¿Podrás verlo hasta al final?”
La transmisión sigue, y muchos mandan aplausos y elogios.
Desean que se repita.
Ya son quince millones de personas y el número sigue
aumentando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario