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domingo, 5 de febrero de 2017

Clickbait




por Josué Isaak Muñoz Núñez

Cinco millones de personas ven en internet una transmisión en vivo.  

Es un joven rubio y delgado que grita para hablar. Hay música electrónica de fondo. 


En la india, un grupo de jóvenes se reúne en un café internet para verlo.

En nueva york, una pareja tiene sexo mientras lo ven desde una laptop.

En su cuarto, solo y aislado hace muecas a la cámara, se ríe de todo y de nada.

Menciona que tiene una sorpresa. Se levanta y sale de su cuarto. Regresa con una indigente y la sienta en su silla.

Explica que la encontró debajo de un puente y que le dará asilo y alimento. Guiña un ojo y saca un platón de un cajón.

Sale de nuevo y regresa con una olla. La destapa y le sirve una cucharada de lentejas humeante.

En el chat la gente le aplaude, otros le preguntan por el nombre de la indigente, otros que la bañe con una manguera.

El número de espectadores no aumenta.  

La mujer acaba de prisa y pide otro plato.

El joven le sirve de nuevo. La abraza y se aleja con una sonrisa.

Después de probar el segundo plato se detiene, de las comisuras le brota algo de sangre.

La gente invita a sus amigos a ver la transmisión.

El número empieza a crecer, casi llega a seis millones.

Le excita la fama. 

Camina hacia atrás y levanta una botella de vidrio, hace señas a la olla.
La indigente arquea y un raudal carmesí le brota de la boca.

La toma del pelo y le tapa la nariz.

Le vierte todo el plato en la boca.


Mientras se ahoga la mujer, él dice tranquilo: “si llego a diez millones, destazo a la puta.”

Saca una navaja de tipo militar. La muestra y da a entender lo que hará.

Algunas personas comparten la transmisión en las redes sociales.




Sube el volumen a la música. Quita la funda al cuchillo y lo clava en la mesa.

En el chat lo incitan a matarla, otros que la viole, otros le piden que deje de bromear.

Los jóvenes indios abren una bolsa de papas y beben un enorme refresco.
Un grupo de oficinistas expectantes de lo que sucederá se juntan alrededor de un compañero.

La pareja sigue follando, están enajenados con la transmisión. La mujer está por llegar al orgasmo.

Un australiano se masturba en su oficina, le fascina la sangre.

Algunas mujeres mientras lo ven, crean peticiones online contra la violencia.

La policía recibe decenas de llamadas sobre la transmisión. Lo ven y esperan atentos.  

Somete a la mujer, la alza de la silla. 

El hombre desprende el cuchillo de la mesa y juega a que es un terrorista del yihad.

Mira atentamente al contador: diez millones.

Empuña el cuchillo, sólo piensa en la fama eterna.

Lo coloca en posición.

Una idea lo ilumina.

De golpe hace un corte fino y profundo.

La mujer está suspendida con el cuello abierto.

La tira al suelo y la patea.



Toma el cuchillo y lo limpia con su camisa. 

Después se conecta a Facebook.


Muchos también lo grabaron. Lo suben a las redes con nombres ridículos.

“Increíble acto, debes verlo”  “No creerás lo que paso, hasta que lo veas” “¿Podrás verlo hasta al final?”

La transmisión sigue, y muchos mandan aplausos y elogios. Desean que se repita.

Ya son quince millones de personas y el número sigue aumentando.




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