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miércoles, 2 de octubre de 2019

La llama del amor.


La llama del amor

Ahí estaba él, acostado, tranquilo, casi nunca lo veía así, su cabello entrecano, con esos rizos que tanto le gustaban, quería acercarse y enredarlos en sus dedos, como muchas veces había hecho, acariciar esa barba encanecida, tan abundante, que, al tomar su rostro entre las manos, le daba la impresión que una suave nube le protegía, pero prefirió disfrutar la escena de lejos, ella con frecuencia, se contentaba con admirarlo en la distancia, parecía además, que al acercarse, perturbaría tan dulce descanso.

El amor que él le había ayudado a descubrir, por ella, por la vida, de todo y por todo, se cimentaba en la sensación de seguridad que su presencia, le hacía sentir, eso era para ella, la llama que avivaba y mantenía, su propia existencia, era la fuerza para vivir cada día, al menos, eso pensaba en ese momento. Dónde y cómo se conocieron, poco importaba ahora, era un recuerdo vago, los momentos reunidos con familia y amigos, disfrutando, contribuían sin lugar a dudas, a mantener esa llama, tantos recuerdos, brotando intempestiva y desordenadamente.
Pero, era su cuerpo sobre el colchón, su peso, la sinuosa prominencia que se formaba con la ropa de cama, ésa montaña, alta, densa, a la que ella se aferraba, siempre que le era posible, fuera de día o de noche, con alegrías o con enojos y quizá, en los enojos, era justamente ese acercarse y rodearlo, el inicio de una apasionada o una suave reconciliación; pues si era ella quien había estado enojada y cuando todo esto sucedía, él, apretaba fuerte  sus manos, gesto que ella solía  interpretar como la forma en que le decía: “perdóname, no me sueltes”.
Ella sabía, que él nunca pronunciaría palabras como esas, pero entre amantes, las miradas, son conversaciones tan profundas y completas, que bastan breves instantes, para abarcar el universo entero que contiene a una relación de amor.

Mientras con sus ojos, recorría nuevamente ese cuerpo, sintió en su pecho, un enorme vacio, en su interior, comenzó a sentir que aquél fuego, de pronto, se congeló, podía ver las llamas, lo altas que habían sido y las veía ahora envueltas en un enorme témpano de hielo. El dolor que ese frío producía en ella, la hizo desear que su siguiente respiración la cortara en dos; sí, que la cortara y asi, dejara de sentir la ausencia de esa llama, que la mantenía viva, feliz.
Muchas veces había escuchado que quién se ama a si mismo no sufre por la ausencia de alguien, el amor no causa dolor y sintió que era cierto, era el egoísmo de sentir la soledad, también recordó, haber oído, acerca de no depender del afecto de nadie, pero, ¿cómo recuperar lo perdido?, trató afanosamente de encontrar en su mente, alguna otra frase que diera la respuesta, la solución a ese momento, pues el dolor era insoportable. La respuesta apareció, como un susurro proveniente de él: “el tiempo todo lo cura”.

Pero ¿cuál tiempo? sí parecía que se había detenido, desde el segundo exacto, en que, en ése hermoso cuerpo, cálido, fuente de su amor; el corazón se detuvo, sin importar los esfuerzos de los médicos, las oraciones, los ruegos, las promesas. Como si se produjera un hechizo, por unos instantes, ella cambio su lugar con el finado, se vio a sí misma, siendo la protagonista de la escena, y se sintió avergonzada del dolor que sentía, respiro profundamente, retomó su lugar, comprendió que nadie, por voluntad provoca un pesar tan grande, volvió a mirarlo, las lagrimas corrían por su rostro, y una sonrisa de complicidad, cómo tantas que habían existido entre ellos, se dibujo en su rostro, se acercó le rizó el cabello que descuidado caía sobre la frente y le dijo en un tono tan bajo que sólo ella pudo escuchar: “ perdón. . . tranquilo. . .   ya estoy bien. . .  gracias. . .   te amo”.

Volvió a sentir calor en su pecho, ya no era aquella hoguera que le incendiara el alma y el cuerpo, el frío de su separación lo redujo, pero, decidió, que para honrar el amor,  que él había construido en y para ella, continuaría su camino, sin llorar su ausencia pues las lágrimas podrían apagar el débil fuego, en lugar de eso, agradecería cada día, todo lo bueno y malo vivido a su  lado, alimentando asi la llama del amor.



                                                                                                       Ana Laura Quiroz Marcial.
                                                                                            Ilustración: Desiree Wong Quiroz

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