Por Brian De Camus
Todo ser humano
ha tenido que decir adiós alguna vez. Nunca es un adiós satisfactorio; es
ingrato, penoso y muchas veces incomprensible, aún con la muerte, decir adiós
llega a ser odioso. Hay un adiós que principalmente nos duele en la plenitud de
la vida, y es cuando decimos adiós a alguien que amamos.
Amar se dice de
muchas maneras; pensamos en el hijo, la esposa, el amante o la madre, pero para
generar un punto interpretativo y de familiaridad con el lector, basta decir
que siempre nos hallamos en una relación entre amante y amado; unas veces nos
aman sin darnos cuenta, y otras veces; amamos sin que se den cuenta. Es la
triste condición de la humanidad.
Para reflexionar
sobre el amor, uno pensaría que basta o se necesita recurrir a Shakespeare,
Pesoa o Schiller, pero el matiz viene con la palabra pensar, una cosa es que hay autores que nos hacen sentir (no se
excluye que a veces nos hagan pensar) y otros que, solamente nos hacen pensar.
Jamás pensé que Aristóteles me ayudaría a pensar sobre lo que amo y a entenderlo
o, cuando debo o simplemente decir adiós a mi amado. Es verdad que Aristóteles
indaga la relación entre amante y amado en su Ética a Nicómaco, pero creo que esta obra, y en específico este
pasaje, no se entiende del todo si no atendemos a toda una tradición que
subyace detrás de él, tradición cosmológica y de pensamiento que es fundamental para identificarse con el tema. Conócete a ti mismo es un imperativo tan
viejo como el pensamiento mismo. Era un menester para el griego; pues se hallaba
inscrito en el templo del oráculo de Delfos, y más tarde Sócrates se dedicó
toda su vida en darle vueltas al conocimiento de sí. Es curioso, pero la
filosofía parece dictar qué es lo que uno tiene que hacer y lo dibuja de una
manera tan diáfana que pareciera que no hay complicaciones. Otra vez, diáfano
nos causa problemas, porque en el andar humano justamente se opone a esta
claridad, es casi un antónimo.
Aristóteles
manifiesta la importancia del conocimiento de sí en bastantes obras, sigue a
Sócrates muy seguramente gracias a Platón. Por ejemplo, en su obra biológica y
psíquica, Aristóteles parte de lo más elemental a lo más complejo, de seres
menos completos a más completos; los describe, los estudia. Parte de algo tan
elemental como la alimentación, después describe la percepción y finalmente la
reproducción. Describe que, ahí donde hay vida hay reflexividad; la planta
busca su alimento y lo busca porque la constituye y le hace bien. Dichosa la
planta porque no ama.
La complejidad
es el hombre, porque al sentir se siente: genera consciencia de su
individualidad. Sentir es sentirse. Este imperativo fenomenológico nos lo
muestra, al alimentarme sé que soy una cosa alimentada. Si aceptamos que el
amado o amante producen algún bien, cabría preguntar si al amar soy una cosa
que es amada… Dichosa la planta.
Buscamos nuestro
alimento porque sabemos que es bueno, y tal vez para el pensamiento clásico
griego, decir que el hombre y las cosas tienden al bien es algo intrínseco en
nosotros. Al buscar al amado, buscamos el bien; al menos eso parece, pensamos
que lo amado es bueno, lo sabemos y lo sentimos. Pero una cosa es saber que el
alimento nos es bueno de manera tan clara e inmediata, y otra el amor. En el
amor presuponemos que lo que o al que amamos es bueno y es nuestro bien.
Conócete a ti mismo, bien lo pensaron
los filósofos, no se trata de un deber superficial y egoísta en el sentido
estricto de la palabra, este imperativo demanda conocer bien el papel universal
del hombre, ¿cuál es el papel del hombre en el mundo? Aristóteles lo sabía, y
por ello sabe que el bien, en tanto ser que se nutre, es el alimento, ¿pero como
seres racionales cuál es ese bien? Conocerse a sí mismo.
Aquel que no se
molesta en atender el mandato délfico, ¿cómo va a saber cuál es su propio bien?
Si aceptamos que somos seres que tendemos al bien, y que buscamos ser amados y
amar, nuestro amado debe buscar un bien en nosotros, pero si desconozco cuál es
mi propio bien, no puedo dar ese bien al que amo.
Si acudimos al
teorema sentir es sentirse, y si somos capaces de ser autoconscientes de
nosotros mismos y a ello agregamos el mandato délfico, tendríamos que buscar el
bien en nosotros mismos: estar bien es ser un bien. Al alimentarme
correctamente me constituyo adecuadamente. Por ello Aristóteles señalaba la filoautia (amarse implica constituirse
plenamente), este señalamiento nos es
más familiar, ¿cómo amar al otro si no me amo a mí mismo? ¿Cómo ser amado si no me sé un bien?
Amor y
autoconsciencia van de la mano. Al saberme, siempre busco mi bien, y es un bien
genuino, no buscamos bienes aparentes. Sé que la manzana me nutre y sé que el
cigarro no, no me nutre, no es un bien, ¿por qué fumaría? Porque es un bien
aparente, pero cuando sabemos que es un bien aparente no nos engañamos; sabemos
que nos da placer, pero no nos nutre, descaradamente admitimos que no tendemos
a un bien. No se trata sólo de ser bueno sino que se es bueno para conservarse.
En una relación
de bienes (dos que se saben un bien), al igual que el alimento y el hombre, la
vida se nutre, se mantiene. Pero en una relación de alguien que se sabe un bien
y otro que no lo sabe, la relación es más efímera, está condenada a perecer.
Si alguna vez
han amado sin ser correspondidos o si han sido “amados” intermitentemente,
parecería que no hay porqué sentirse mal. Puede ser que ese amado no era su
bien y que sólo era un bien aparente. También puede ser que no hallan disertado
lo suficiente para saber cuál es su propio bien, y por ello amamos de manera
errante. Pero no todo en la vida puede ser remordimiento. También puede ser el caso que
uno se reconozca como un bien y que efectivamente ese bien se lo demos a una
persona que amamos de manera real, honesta y consciente, entonces ¿por qué nuestro
amado habría de rechazarnos? Porque aún no se conoce a sí mismo, porque aún no
se concibe un bien mismo, porque no se ama a sí mismo y porque no tiene nada más
que dar. Al no saberse un bien, tampoco sabe que debe de tender a un vínculo con otro bien, no
sólo por placer sino para conservarse.
Ahora podríamos
entender, mas no padecer, cuando decimos adiós a nuestro ser amado. Desearle suerte
para que se conozca a sí mismo y halle su propio bien; mientras tanto, como bien señaló Aristóteles, al no
hallarse en condiciones iguales, el amor es imposible.
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