Existen en el mundo una gran cantidad de verdades que asumimos de manera inmediata, algunas no requieren de análisis abstracto de mucha complejidad, como la afirmación del movimiento de rotación o translación de la tierra, o la existencia misma del mundo que nos rodea, sin embargo, eso no significa que tales afirmaciones, entendidas como verdades, deban su existencia a la mera especulación o simplicidad, por el contrario fueron necesarias enormes fuerzas para poder emitir tales afirmaciones. Hoy son verdades simples, evidentes, incuestionables. Por su parte hay otras verdades que de igual manera aceptamos sin mayor análisis, cosas como aquellas que dicen que toda propiedad es un robo, que todo “burgués” es un ladrón, que toda justicia elemental se encuentra en planificar las cosas.
Según el comunismo, la alternativa al mercado es la
planificación. Ahora bien, infiramos la diferencia entre lo sencillo y lo
complejo: lo sencillo pertenece al mundo de la imaginación y lo complicado al
mundo de la realidad, es decir, ambos son mundos distintos. Sobre esto,
pensemos en el mercado. En el mercado no existe una obligación para producir ni
para consumir, hay una autonomía de la voluntad en términos de producción y
consumo. Lo contrario al mercado es la planificación y en su práctica es el
llamado economato. Es decir, en lugar de acudir al establecimiento privado a
adquirir mercancías, se acude al economato. “Tenemos cupones”, “tenemos vales”,
“tenemos tiendas de raya”, “tenemos economato”. La doctrina marxista es una
ferviente defensora del economato. ¿Qué ha pasado con los economatos? La
historia dice que el economato de Camboya, Checoslovaquia, Cuba, Venezuela,
estaban y están desabastecidos, pues el desabastecimiento forma parte esencial
del economato.
¿Existe alguna
razón inexplicable por la cual el libre mercado anda, corre y funciona?
La respuesta se explica al comprender la diferencia entre
el mundo de la imaginación y el mundo de la realidad.
Entonces, cuando dejamos que la libertad “sea”, que es lo
que sucede en el mercado, resulta claro que la humanidad se divide vertical y
horizontalmente, es decir se gradúa desde el que tiene lo mínimo (el mendigo y
el limosnero), hasta el súper-millonario como Arthur Fry.
Tal graduación se traduce en clases sociales. Marx dijo
que había que crear una sociedad sin clases, pero quizá lo que quiso decir sin
saberlo, era el deseo de crear una sociedad sin estamentos. Un estamento es un
sector del cuerpo social cuya posición viene determinada por la cuna. La mayor
parte de las civilizaciones de la historia de Occidente y de Oriente, hasta
llegar a la sociedad comercial Renacentista, fueron estamentales.
La sociedad de clases llega a instaurarse con el
comercio. Cuando el comercio permite que unos: los ingeniosos, los diligentes y
los que tienen suerte se distingan y logren escalar peldaños sociales, genera
también que esa movilidad le afecte al conjunto de clases y a los mismos
escaladores, pues ya no hay posiciones que se sostengan a través de las
herencias y legados, bien puede decirse el dicho popular: “padre trabajador,
hijo señorito, nieto pordiosero”. Las clases son movilidad intrínseca.
Cuando Marx dice: “quiero una sociedad sin clases”,
quiere decir que quiere una sociedad inmóvil. No quiere que nadie cambie de
posición. Nadie estará en función de su ingenio, mérito o suerte. Una sociedad
sin clases es una sociedad inmóvil. Esto es lo que prácticamente han creado
todos los regímenes de corte socialista. Pero para ellos y para muchos esto es
una mentira. Son meras nomenclaturas auspiciadas por perversos genios malignos,
mafias, tiranos y malvados neoliberales. Ya lo dicen hoy dirigentes políticos
de la Habana, Venezuela o México. Según ellos no hay inmovilidad social, no hay
crisis, no hay maldad, no hay economatos, todo es júbilo y esplendor, pues la
austeridad es culpa de los “otros”, los que nos “somos-nosotros”, los enemigos
del Estado, los detractores de la patria, la nación y el pueblo.
Tenemos que, a mí juicio, tener el coraje de amar lo
real, y lo real no es ni bueno ni malo, ni justo ni injusto, es simplemente lo
real, pues a pesar de todo ninguna cosa es más real que nosotros mismos.
Odiar la individualidad, que es lo que hacen los
igualitaristas, implicó operaciones de crueldad que la humanidad no estaba
acostumbrada a presenciar, pues no ha existido sistema de control más perverso
y aniquilante de la voluntad, la libertad y el desarrollo del hombre, que el
socialista. Basta investigar el número de muertos que arrojaron esos regímenes.
Para finalizar, existe también un carácter reivindicador
y justiciero dentro del marxismo, es un elemento emotivo, moral, casi cristiano;
vengador del pueblo y verdugo de los poderosos. Este aire le otorga al marxismo
un tufo casi religioso.
La diferencia entre el comunismo y el sermón de la
montaña se encuentra en que éste último es un comunismo del amor, mientras que
el comunismo científico expreso en aquél manifiesto de 1848 es el del
resentimiento y el del odio; sin embargo el sermón de la montaña, el del evangelio,
desprecia la realidad más verdadera que es ésta vida y el más acá; el mundo es
un valle de lágrimas del cual se espera salir para llegar al cielo. Mientras
que el comunismo científico tiene la terrible insolencia de querer crear el
paraíso en la tierra y lo único que ha conseguido es realizar la versión más
parecida al infierno.
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