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domingo, 23 de febrero de 2014

Sueños reales

El siguiente escrito tiene como fin exponer, de la manera más clara y precisa posible, el pensamiento de Stephen Greenblatt en cuanto a lo encontrado en la conferencia registrada con el nombre de sueños reales. Para hacerlo se ha visto pertinente dividirlo de manera bipartita tomando la tesis central como fundamento. Así en una primera instancia, subdividida a su vez en cinco apartados, titulada instrumentalización del terror; el ejercicio del poder por parte de los regímenes absolutistas, se revisará el cómo se da la instrumentalización del terror para dominar y utilizar a la gente, así como el proceso de legitimación de un Estado de terror. La segunda parte titulada Denuncia y emancipación del Estado de Terror; la ficción como rebelión, subdividida a su vez en tres apartados, hablará sobre la posibilidad de disolver la instrumentalización del terror a partir de sus mismos fundamentos, rescatando así el quehacer de la ficción. Todo esto tomando en cuenta el quehacer del autor como precursor del neohistoricismo que es, y sus referencias.

Tesis central 

El análisis por parte de Stephen Greenblatt, trata de demostrar cómo el terror en los sueños, es decir en la dimensión onírica, es crucial para el ejercicio del poder durante los gobiernos absolutistas, partiendo, y particularizándose durante el régimen nazi y en la obra de Ricardo III; sin embargo la instrumentalización del terror posibilita la denuncia y la emancipación del poder absoluto. Se sostiene así que el quehacer de la imaginación del hombre juega dual en el nivel político-estatal.

1. Instrumentalización del terror; el ejercicio del poder por parte de los regímenes absolutistas

1.1 Penetración 

El ejercicio de poder en los gobiernos absolutistas se manifiesta primero como propaganda, la propaganda será la inserción de las ideas de aquellos que ocupan los puestos de poder sobre el resto de la población, haciendo énfasis en el sector poblacional que pueda representar alguna complicación, o, como sucedió en el caso de la población judía durante el régimen nazi, en el sector de la población sobre la cual descansa la ideología propuesta; la ideología es el sustento del poder absolutista, pues representa una penetración en el orden del pensamiento de los sujetos, cuyo fin no es otro que el reforzamiento de las estructuras dadas por los que ejercen el poder; así, es necesario hacer pasar por cierto lo que a unos convenga más sin importar el contenido.

En la dimensión onírica, y es aquí donde radica la importancia del análisis, los sueños dan testimonio de la profunda experiencia íntima del absolutismo vil, de su habilidad para penetrar en la mente, en el sueño, en la fantasía, en las ficciones que creamos durante el día o la noche, como si pudieran incluso penetrar en el cuerpo[1]. El fin perfecto de la ideología será el crear un sentimiento panaceico intenso sobre quien se ejerce el poder, es decir la sensación de estar adentrado en una totalidad dada, sin posibilidad de reflexión; en este caso será el crear un sentimiento terrorífico. 

1.2 Control físico

Sin embargo la penetración de la ideología tendrá repercusiones físicas. Si bien la ideología se mueve en el orden del pensamiento, sin duda una de las principales intensiones de ésta es manipular acciones, es decir reprimirlas e incitarlas. Al no reducirse únicamente al orden del pensamiento los sueños de las víctimas son más que testimonios de ficción del terror y sobre el terror... Son manifestaciones físicas del terror pero sin que los testigos hayan sido necesariamente víctimas de violencia física[2]. La violencia física directa queda suspendida, evitando así la censura y reforzando la hipocresía; sin embargo es remplazada por una violencia simbólica[3] que repercute físicamente, con esto no se falsea el concepto de suplicio, sino que es transformado. Pues el suplicio sigue siendo una pena corporal, dolorosa, más o menos atroz, un fenómeno inexplicable, lo amplio de la imaginación de los hombres en cuestión de barbarie y de crueldad, inexplicable quizá, pero no irregular ni salvaje ciertamente[4]. El suplicio en el régimen nazi hacia los judíos sin duda es la refinación del mismo pues demuestra lo amplio de la imaginación en cuestión de barbarie y crueldad al prescindir incluso de un rasgo fundamental como lo es causar dolor de manera directa, ejercer violencia directa. Sin embargo, y es aquí donde se encuentra su mayor labor, no se pierde el control sobre las víctimas, puesto que es capaz de incrustarse en ellas gracias a que puede traspasar la dimensión onírica e incrustarse en la materialidad; y es precisamente como ficción que son elementos de la realidad histórica. Incluso como apariciones, los sueños son formas de instrumentación del propio terror.[5] La creación del sentimiento panaceico de terror encuentra su realización precisamente porque se logra un entrecruzamiento entre el ámbito físico y el psicológico, entre la materialidad y lo onírico. 

1.3 Función del terror; disciplina.

El terror instrumentalizado sirve para adentrar la ideología y repercutir físicamente en el sujeto para conservar las estructuras sociales dadas reforzándolas constantemente. En la particularidad del régimen nazi el terror que experimentamos en el sueño, como en la vigilia, tuvo una función importante en la habilidad del Tercer Reích para llevar a cabo un programa de asesinato masivo de por sí difícil[6]. La programática de un asesinato masivo, de un genocidio, era una función concreta del terror instrumentalizado, dicha programática sería imposible si el régimen absolutista no se sirviera de la disciplina y la disolución de la materialidad, dos componentes esenciales para su realización.

El provocar terror se vuelve un ejercicio metódico, analizado a profundidad y exigente de un seguimiento riguroso, disciplinado, pues es a estos métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad, a lo que se puede llamar las disciplinas[7] El ejercicio del poder mediante el uso del terror queda reforzado, inmune de los riesgos que puedan presentar los victimarios; ya que el terror es un sentimiento extremado que puede provocar actos desesperados de resistencia. Sin embargo, cuando funciona, cuando se disciplina, el terror se encarga de bloquear actos resistentes, pues busca paralizar al sujeto, como cuando se encuentra ante la situación de profundo terror. Además el terror disciplinado inhibe la oposición directa y los actos de humanidad, es decir los dados en los simpatizantes, vecinos o amigos de las víctimas, pues funciona como suplicio ejemplo, como sanción ejemplificadora. Mas la disciplina no sólo hace dócil al sujeto, sino que tiene una fuerte carga de utilidad. La disciplina es útil en cuanto que produce, no reprime únicamente, sino que es herramienta para la realización de los crímenes de un modo ordenado, entrega a los sujetos a una locura o pánico ciego, sin embargo logra que éstos sigan un orden establecido.

1.4 Disolución de la pesada materialidad por medio del humor grotesco 

Ahora bien, la realización de la programática nazi, y de las programáticas de los estados totalitarios, resulta difícil porque es necesario confundir, desorientar y engañar a mucha gente, hacerla sentir impotente por completo, incluso frente a la evidencia incontrovertible de que se está ejerciendo violencia despiadada sobre ellos con premeditación[8], esto no puede conseguirse con el solo uso de la disciplina aplicada al terror. El enmascaramiento de los actos, hacia las víctimas mismas y hacia el resto del mundo, tiene que presentarse como totalitario sin perder control, pero esto es por demás difícil pues la evidencia es incontrovertible. Pero una vez llevado más allá del plano onírico, el terror bien puede ser el disolvente de la materialidad, y por lo tanto de la evidencia. Si tomamos en cuenta que los sueños de las víctimas funcionan como sueños por inversión del proceso: transforman la realidad fáctica en representaciones fantasmagóricas por medio de la exageración[9], vemos como se presenta la naturaleza de la imaginación humana ante una materialidad; sin embargo, este proceso se ve roto cuando se presenta impedido ante la realidad fáctica, por ejemplo en el régimen nazi, en los campos de exterminio, donde la materialidad igualaba, y en algunos casos superaba, la exageración del sueño.

El proceso por el cual se realiza el terror nuevamente comienza en la dimensión onírica, en donde lo más llamativo de los sueños tal vez no sea su terror, sino su humor extraño y macabro, una risa triste y terrible[10]. Al presenciar actos horribles no se está cierto de lo que se ve, pues cuesta trabajo creerlo, pero el terror instrumentalizado tiene el trabajo de hacerse creíble, sin posibilitar el repudio. Así, el terror logra insertarse en la materialidad sin ser denunciado, ni denunciable, aunándose al humor; al presentarse con un elemento cómico el terror se hace soportable. Lo atroz es fragmentado, salvaje e inhumano sigue siendo, sin embargo ya no causa la repulsión del horror.

Es entonces cuando se trabaja sobre el sujeto y se busca la pérdida total de identidad profesional, la eliminación del cuidado y la protección del individuo y su comunidad por parte de la ley, mediante técnicas y estrategias, claro ejemplo de esto se presentaba en los campos de concentración donde el altavoz bramante con su lenguaje burocrático o el cartel que aquellos designados como desecho humano se tenían que colgar al cuello no reducían el terror en los sueños; en todo caso lo intensifican[11]. Hay una reducción de la persona a basura, en la materialidad y en el sueño.

La copula entre terror y comicidad presenta el grotesco en la materialidad, en una materialidad invadida por los horrores de los sueños, allí vemos cómo surge, como una flor obscena, en el resquicio entre las implicaciones formales, normativas y sociales de la racionalidad burocrática y, un autoritarismo retorcido que apenas se molestaba en disfrazarse o justificarse[12].

El elemento grotesco cómico pretende dar crédito a lo que de ninguna manera lo tendría, otorgar una especie de forma legal a la violencia arbitraria, una legitimidad por completo fraudulenta. Permite que un homicida, incropuloso tomé el poder, gracias a que es persuasivo y perversamente cómico, la ambigüedad se hace presente y permite la legitimación del poder. 

1.5 Legitimación del poder

Los lazos entre el Tercer Reich y la obra de Ricardo III son significativos, pues los elementos de terror dentro de un régimen totalitario están presentes y representados en la obra teatral. 

Shakespeare logra llevar al plano teatral el Estado monstruoso, su Ricardo III es de hecho, una representación brillante de un régimen de terror ilegítimo, un régimen conducido por un monstruo retorcido, perverso y despiadado que, sin embargo, posee un extraño carisma en el ejercicio del poder[13]. El poder absolutista en la obra tiene los elementos de legitimación del poder otorgados por una instrumentalización del terror; el Estado aquí representado es digno de mostrarse. Si bien la figura del poder se ve como desposeída de cualquier cualidad buena, digna de un monarca, es dotada a su vez de elementos positivos que permiten al poder desarrollarse y ejercerse de la más atroz de las maneras sin llegar al repudio; lo monstruoso se aplica como digno de mostrarse, mas lo es tanto para el análisis de la figura del régimen absolutista, como se hace mostrable al aunarse de elementos carismáticos para evitar el rechazo.

El elemento carismático aunado a la figura del terror en la obra de Shakespeare tiene la misma función que en el Tercer Reich: busca por medio del grotesco legitimar el poder. El Ricardo de Shakespeare capitaliza, así, todo detalle mínimo de debilidad, vulgaridad, avaricia y miedo en aquellos que están a su alrededor; causa horror, un sentimiento profundo de terror. Sin embargo, y aunque en apariencia es malvado para con todo el mundo, a pesar de que es un asesino de niños, posee –cosa que él sabe y explota- un encanto pervertido, un atractivo casi pornográfico y muy teatral que conjuga atracción y repulsión. El atractivo teatral proviene de la incredulidad de posibilidad de concreción de algo que en la materialidad no es posible. Sin embargo al ser una especie de pesadilla diurna que despierta sueños de terror en los otros[14], Ricardo es la ficción que camina, la concreción de una pesadilla, a la cual no se puede dar crédito a menos que se viva lo que antes era inconcebible en la “realidad”. Así gracias a la disolución entre realidad y ficción y a la copula entre terror y carisma el poder puede legitimarse, puede adentrarse una vez disuelta la legitimación anterior.

Una vez hecho esto sólo es cuestión de reforzar el ejercicio del poder, pues ya se da por un “hecho real” que el poder que se ejerce es el que debe haber. De esta manera Ricardo III es audaz e ingenioso, y si bien no puede realizar sus deseos de manera solitaria, el mismo carisma aunado a las técnicas de manipulación como la corrupción, el chantaje o la intimidación sirven para hacerse de esbirros, cómplices útiles en el ejercicio del poder. Dichos personajes tienen la ardua labor de colaborar con el régimen de terror sabiendo que enmascaran una gran mentira, es por esto que deben eliminar los actos de conciencia, los personajes de la obra no quieren tener nada que ver con la conciencia, ya que la pérdida de ésta permite y marca la posibilidad para cometer el crimen. 

2. Denuncia y emancipación del Estado de Terror; la ficción como rebelión

2.1 Hacer hablar a los espectros; denuncia

Ahora bien la instrumentalización del terror por parte de los regímenes totalitarios puede denunciarse. Y es en el modo de la víctima como es retratada en la obra, es decir como espectro, en donde se encuentra la posibilidad de una denuncia. Así en la aparición de estos espectros se asoma una nueva legitimidad política, la restauración de la decencia, la comunidad y la esperanza. Dicha restauración marca un quehacer filosófico importante, marca la tarea de cómo hacer hablar a los espectros de los asesinados, de hacer hablar a las víctimas, a los caídos de manera injusta. Esto implica ver a los vencidos como tales para lograr reconstruir su historia de manera fiel, y así hacerla presente como la llaga que es y que pretende ocultarse.

En la obra los personajes espectrales no son una representación simbólica simple, es decir no representan una conciencia reprimida que sale a la luz, los sueños tienen una dimensión tanto psicológica como política: son el registro en un nivel psíquico profundo del terror calculado del Estado absolutista[15]. De aquí surge la posibilidad de hacer hablar a las víctimas, de ver a los espectros y encarnizarlos, parece incluso necesidad de hacer hablar a los fantasmas, pues se pretende hacer lo que magistralmente se logra en el teatro con la obra de Ricardo III, donde los fantasmas se materializan, tanto en el plano teatral como en la representación física de ésta, pues los espectros se vuelven actores. Esta materialización parece confirmar que son más que proyecciones psíquicas[16], que son protagonistas reales en la obra. Por supuesto tienen un significado psicológico pero son, antes bien, signos del proceso histórico objetivo.

Entonces si sólo en sueños y como sueños pueden ser comprendidas las fuerzas más siniestras y obcecadas que no pueden ser reducidas a las razones históricas, “materialistas psicologístas”, es decir no podemos aceptarlas como mero dato científico, puesto que hay algo que se niega a dar o a aceptar estas razones, pues considera que estos actos responden a estructuras poéticas o trágicas de la historia, será necesario dotar a las razones fácticas, a las razones científicas modernas, del tinte trágico que representa el mal trato a las víctimas, y que tiene que ver de manera elemental con el desarrollo histórico. 

2.2 Elementos históricos. La cristalización de las pesadillas se hace presente

Tenemos pues que los sueños llevan en sí la marca de la historia la relación entre los sueños y su especificidad histórica existe, pues también la historia altera el significado de los sueños, y les confiere un significado estremecedor, que no tendrían si hubieran sido soñados en un momento o lugar diferente[17]. Vemos que así funciona en la instrumentalización del terror, sin embargo el estudio de los sueños de las personas que viven en un régimen totalitario ayuda a dar respuesta sobre el proceso histórico en el cual vivían y por lo mismo a la denuncia de las atrocidades vividas[18]. La mentira ha hecho escapar a los criminales pues disuelve la “realidad” refugiándose en el mero dato científico desprovisto de todo elemento poético, o en el elemento ficticio desprovisto de toda regla jurídica, sin embargo la ficción en su modo trágico lo alcanza y lo denuncia ahí mismo donde creía escapar, y así da cuenta legitima de su especificidad histórica. Es por esto que surge la necesidad de disolver deliberadamente el texto y el contexto.

2.3 El terror en los victimarios; la ficción como rebelión

Así, es en el ámbito de la misma ficción donde se encuentra la clave para la denuncia de los criminales. La diferencia que debe aclararse se encuentra en el papel que juega la ficción en el hacer de los victimarios y en el de sus víctimas; el que sueña es participe del proceso histórico que les parece completamente incomprensible, es decir la víctima vive inserto en un sentimiento panaceico de terror. Lo contrario sucede con los victimarios, son estos los que tienen pesadillas.

Dentro de la obra la estructura trágica, el elemento de ficción concreta que rescata Shakespeare, es el que impide al victimario entender la realidad histórica dentro de la cual está atrapado, no su conciencia, la cual ha eliminado, y por eso dicen: que los gárrulos sueños no amedrenten nuestras almas; la conciencia no es más que una palabra que usan los cobardes, ideada por primera vez para asustar a los fuertes. Para el victimario la horrible materialidad es más de lo que puede aceptar porque ésta no es reducible al quehacer consciente, es decir no basta con saber que se están cometiendo crímenes y decir estar de acuerdo para no sentirse mal. El contenido de verdad del sueño del victimario no depende de su comprensión consciente; su contenido de verdad es la experiencia del terror y el trauma de la historia registrada en su imaginación[19]. La experiencia de terror que experimenta como tal es la prueba de lo humano ínsito en él y en el proceso histórico. Recordemos que la cristalización del sueño en la realidad es lo que Shakespeare llama historia.

Al llevar los fantasmas al escenario y dirigirlos a los adversarios durmientes, Shakespeare sugiere que los muertos no sólo se pudren y desaparecen, ni tampoco sobreviven sólo en los sueños y el miedo de los vivos: son un poder físico imposible de erradicar, tan palpable como los actores de carne y hueso de la obra[20], tan palpables como lo es la historia misma, estos fantasmas son encarnaciones de las fuerzas psicológicas, políticas y metafísicas que se congregan contra la violencia desatada y asesina del tirano carismático[21].

Y es por esto que mediante la encarnación de las fuerzas políticas y filosóficas en la ficción se puede mermar el ejercicio de poder de un Estado absolutista, evitar la inserción de ideología. El corazón de Ricardo, al final de la obra, estaba casi “oprimido” por el terrible sueño, pero el efecto principal del sueño fue turbar su cabeza y confundir sus ideas, o sea envenenar su imaginación. El terror juega en contra del que pretende instrumentalizarlo. La consecuencia a la mañana siguiente era una carencia ostensible de energía[22]; las fuerzas del Estado totalitario pueden ser debilitadas con el ejercicio de la ficción misma. Y así, desde la misma ficción generar política, no sólo en el sentido del dominio; me parece que existe la posibilidad de hacer funcionar la ficción en la verdad; inducir efectos de verdad con un discurso de ficción, y hacer de tal suerte que el discurso de verdad suscite, fabrique algo que no existe todavía, es decir, ficcione. Se ficciona historia a partir de una realidad política que la hace verdadera, se ficciona una política que no existe todavía a partir de una realidad histórica[23].

Conclusión

En conclusión podemos afirmar que si la razón o lógica del dominio han borrado la línea entre “realidad” y fantasía, mediante la ambigüedad, dejando un rastro de realidad fáctica para perdonar los actos más atroces, la filosofía puede denunciarla mediante está misma disolución pero no en la ambigüedad sino en la aparición del espectro que se presenta como experiencia de terror del victimario, abriendo el camino que Dios ha cerrado al no tolerar que ningún muerto vuelva al mundo de los vivos. Es aquí donde se presenta una disolución deliberada entre el pretexto, el texto y el contexto, y la unión de fuerzas entre ficción, historia y filosofía.

Por último cabe aclarar que la conciencia no funciona en Ricardo porque hay en él “cualidades” que resuenan y se refuerza el poder subversivo de la figura: el desafío a toda la estructura moral convencional, el escepticismo frente a reclamos del poder secular basados en argumentos teológicos, el cuestionamiento nietzscheano de las coacciones implantadas en los individuos para hacerlos súbditos obedientes, tanto en el ámbito social como en el político[24]. El poder subversivo es liberado de repente, y permite a Ricardo pavonearse sobre el escenario y en el reino de la imaginación, y es en este mismo reino en el cual puede llegar a ser vencido, pues el elemento fáctico ha sido desacreditado, desprovisto de lo “humano”, así no se aboga más por el “facto” sino que desde los elementos propiamente humanos se busca dotar a los hechos de humanidad.



Bibliografía

Foucault, Michel, Microfísica del poder, “las relaciones de poder penetran en los cuerpos”. Madrid, La Piqueta, 1992
Foucault Michel, Vigilar y castigar, México, siglo veintiuno editores, 1998, 
Schröder Gerhart y Breuninger Helga, Teoría de la cultura, un mapa de la cuestión, México, Fondo de Cultura Económica, 2005, 191p.


Bibliografía complementaria

Bourdieu, Pierre, La reproducción, México, fontamara, 2005,296p.
[1] Greenblatt, Stephen, Sueños reales, en Schröder Gerhart y Breuninger Helga, Teoría de la cultura, un mapa de la cuestión, México, Fondo de Cultura Económica, 2005, p. 94
[2] Ídem
[3] Para ver de manera clara el uso aquí empleado de violencia directa y simbólica ver Bourdieu, Pierre, La reproducción, México, fontamara, 2005,296p.
[4] Foucault Michel, Vigilar y castigar, México, siglo veintiuno editores, 1998, p.39
[5] Greenblatt, op. cit., en 1, p. 94 
[6] Ídem
[7] Ibíd. p. 141
[8] Ibíd. p. 94
[9] Ibíd. p. 97
[10] Ibíd. p. 95
[11] Ídem
[12] Ibíd. p. 97
[13] Ibíd. p. 98
[14] Ídem.
[15] Ibíd. p. 105
[16] Ibíd. p. 108
[17] Ibíd. p. 96
[18] Incluso los sueños dados durante el Tercer Reich tienen un horroroso poder de premonición, lo que demuestra la importancia de los sueños dentro del desarrollo histórico y con lo que se registra también la presión psíquica del peligro creciente en las personas de sensibilidad frágil o muy alerta. 
[19] Ibíd. p. 106
[20] Ibíd. p. 109
[21]Ibíd. p. 113
[22] Ibíd. p. 109
[23] Foucault, Michel, Microfísica del poder, “las relaciones de poder penetran en los cuerpos”. Madrid, La Piqueta, 1992, p. 162
[24] Op. cit. en 22, p. 111

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