Por Diana
Gutiérrez
Dios, que vivía en la colina más alta del cielo - hecha de nube- claro está, se hallaba abandonado una tarde fresca y destellante - ¿Qué hago ahora que he entregado mi reino a Satanás?- se preguntaba meditabundo. Caminó vacilante entre los arreboles sin destino alguno, jugó con la tormenta hasta congelar sus orejas, discutió con el trueno la utilidad de la luz y giró con el sol unos segundos, pero no conseguía derrotar esa rutina solitaria a la que lo había sometido el hombre a causa del olvido.
-¡Por los mil demonios!- exclamó alegre al recordar
que aún podía pasearse por los reinos bajos, pero sin entorpecer demasiado la
agitada faena de Satán; peinó entonces sus azuladas barbas y descendió
como si del averno mismo se tratara. En la tierra hacía un calor de mala
muerte, pero estando allí Dios quiso jugar un poco, era extraño, se
sentía vital, delirante, casi contagiado por el frenesí propio de Luzbel.
Comenzó a atravesarse en los caminos, a
entorpecer las avenidas, a producir el caos por doquier, sí, Dios, el
bueno de la historia, fue también la piedra en el zapato de algunos hombres
andariegos. Satán a lo lejos pudo oírlo gozar y aún más se complació.
Dicen que Dios no ha vuelto a su colina, renuncio
al olvido, no combatiéndolo sino uniéndose a él. Ese es Dios ahora, el que te
observa frente a tu ventana y tú no sabes que te observa, el que goza con tu
divagar mientras incansable buscas la salida, así como el hombre posa su dedo
sobre el camino de una hormiga y esta ignora por completo que ese obstáculo
domina su destino, mientras el hombre ríe fascinado y la hormiga se debate en
la posibilidad de huida. Para el hombre el mundo es lo que ve, para la hormiga
el mundo es lo que ve, pero ninguno, por más que quiera, y hasta Dios que se
dio por olvidado, se atreve a mirar al vasto infinito sobre el
cielo, porque temen inmensamente a su vacío, a ese abismo inexorable que
los traga.
DELIRARE
Y así continuó diciendo con onerosa voz:
Y así continuó diciendo con onerosa voz:
Para el loco las palabras son cosas no lugares, el
loco envilece la razón y corona la impudicia de la mano de Erató. El loco es
loco porque ama en exceso, porque es el incomprendido de los cuerdos. En el
loco el significado se suicida a sí mismo, se convierte en fosa.
El loco esculpe distancias con sus ojos, universos
con sus labios de sal. El loco se liberó de la caverna y no miró el sol sino la
luna, la sombra, la noche y ésta le iluminó el rostro. El loco juega con
los rostros que le habitan, el loco conjura el pasado con nombres que evocan la
nada. El loco no enloqueció por el lenguaje, el loco antes de loco fue
poeta.
El loco aplaude mientras hurga su herida. El loco
es un sabio, un victimario del miedo. El loco habla por las memorias muertas.
El loco aprehende el infinito en sus dedos y bajo sus uñas guarda perlitas para
lanzarle a los cerdos de la ciudad. El loco no teme a su reflejo porque adora
en lo que lo han convertido. El loco es al fin y al cabo esa huella que
dejó la humanidad.
El loco tiene un arma mortal: Su silencio.
Palabra del loco,
amén.
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