Breve reflexión en torno a la filosofía como inquietud de sí desde la postura de Michel Foucault.

Breve reflexión en torno a la filosofía como inquietud de sí desde la postura de Michel Foucault.

Paola María del Consuelo Cruz Sánchez


I.

Hacer filosofía según Foucault consiste en un pensamiento que se interroga, sobre lo que hace que haya y pueda haber verdad y falsedad y se pueda o no se pueda distinguir una de otra. (cfr. Foucault, 2012:33) Es una interrogante sobre nuestra posibilidad de tener acceso a la verdad, las condiciones de este acceso, así como la explicitación de los límites de la subjetividad para alcanzarla. Para el pensador francés, las preguntas filosóficas no son propiamente qué es lo verdadero y qué es lo falso, sino qué posibilita a ambos, y cómo es que nosotros podemos distinguir un saber del otro. Esta concepción muestra su firme convicción de que el universo es uno y los mundos son múltiples. (cfr. Foucault, 2009: 96-97)

La postura foucaultiana va en contra de toda visión de la filosofía como un ejercicio de preguntas atemporales y predeterminadas en las que hacer filosofía consistiría en regresar a ellas constantemente, de modo que lo diverso de la misma, a saber, su historia, dependería de las múltiples respuestas que se han otorgado a esas preguntas a lo largo del tiempo. Pero,  ¿qué sucede si por ejemplo, la pregunta que interroga por el ser, nunca ha sido la misma sino cada vez distinta? ¿Qué sucede si las preguntas no dependen estrictamente de su campo de pensamiento sino de quién, cómo y dónde son planteadas? Entonces, ninguna de ellas es idéntica a otra aun cuando se enuncien igual. Indagar la relevancia de saber que no sólo las respuestas filosóficas a “problemas filosóficos” son diferentes, sino que las preguntas también lo son, es oportuno.

A mi entender, este planteamiento es uno de los grandes aportes de la filosofía contemporánea, en ella, el campo de discusión es abierto, como un ejercicio de defensa de las inquietudes personales, sin hacer a un lado la rigurosidad del quehacer filosófico. En este breve escrito tengo como intención mostrar la estima de reconsiderar la labor filosófica desde la inquietud de sí, como una liberación de todo aquello que nos impide atrevernos a abordar las preguntas que han acompañado nuestras vidas. Para lograrlo, esbozaré qué entiendo por inquietud de sí y cómo ésta reconfigura el modo de hacer investigación en humanidades, particularmente en filosofía.

II.

Como habíamos mencionado, para Foucault, el quehacer filosófico está directamente ligado al problema de la verdad. Por ello, los modos de hacer filosofía desvelan las concepciones de dicha problemática. La visión del filósofo contempla dos grandes grupos. Describe al primer grupo, como aquellos que se acercan a la verdad desde la certeza de poder iluminarla a través de su subjetividad. La verdad es externa a la subjetividad y por ello, llega al final del proceso epistémico, como la coronación del acto de conocer. Hallarla no es una cuestión de inquietudes individualidades, sino es una cuestión de método.

Sobrepasar la individualidad a través del método, hizo de la existencia el fundamento del saber y de la subjetividad una evidencia universal. La duda que duda para no dudar más, transformó el conócete a ti mismo, en una certeza absoluta, sobrepasando los límites de la personalidad. De manera general, podemos afirmar que este modo de hacer filosofía privilegia o sobrecarga la gnosis y le otorga la soberanía en el acceso a la verdad. (cfr., op. cit., 2012:35)

Cabe aclarar, que Foucault no estaría en contra de que hacer filosofía implica conocer, sino de la soberanía del acto del conocimiento sobre el proceso de acceso a la verdad. Puesto que ello supone que esta última puede, primeramente, ser alcanzada, y segundo, que puede ser alcanzada a través de una serie de reglas. Lo cual traería consigo la anulación de la particularidad de las preguntas, de las épocas, de los problemas y las respuestas filosóficas. Este modo de acercarse a la verdad le enuncia como estática y externa al sujeto; hallar el método idóneo para desvelarla es lo más importante, pero el método y su descubrimiento no dependen de este o aquel sujeto estrictamente, lo radicalmente importante es su buen uso. Uso que incluye la aceptación de las preguntas a las que éste puede responder.

El conocimiento es inherente al quehacer filosófico, pero ello no hace supremo el acto del conocer sobre las inquietudes del que desea encontrar la verdad. De modo que pueden haber múltiples formas de aproximarse al problema de la verdad en el que no sólo se privilegie su carácter epistémico. Foucault propone la filosofía como inquietud de sí.

La inquietud de sí fue uno de los temas recurrentes de la reflexión foucaultiana. Particularmente, dedicó el tercer tomo de la Historia de la Sexualidad, así como su seminario de los años 81 al 82 a esta temática, seminario que tituló La Hermenéutica del sujeto. En él aborda el problema del sujeto y la verdad desde la noción mencionada. El pensador ubica la inquietud de sí en la tradición griega, afirma que acompañaba al conócete a ti mismo, pero fue esta última noción la que pasó con más fuerza a la historia. Gran parte del texto está dedicado a mostrar las razones por las cuales el conócete a ti mismo cobró relevancia sobre la inquietud de sí, esto, desde su ya conocida postura de los saberes sometidos. Algunas otras intenciones giran en torno a mostrar la importancia de su recuperación. Asimismo, muestra cómo dicha concepción ha sido transformada, retomada, reconfigurada, oculta, a fin de enunciar su propuesta de reivindicación.

La inquietud de sí, afirma el pensador, fungía, en el mundo griego antiguo, como un conjunto de prácticas, no estrictamente como un concepto. Pertenecía a la cotidianidad, por ello, su liga con un quehacer epistémico no era directa. Ésta iniciaba en el cuidado de sí, tanto físico como intelectual, por ello, dependía de una condición privilegiada. Lo cual no es una fórmula, una vida privilegiada no da como resultado necesariamente una vida filosófica. En general, el cuidado de sí consiste en un redireccionamiento de nuestra mirada hacia nosotros mismos, nos convertirnos en nuestro objeto de estudio.

Tornar la mirada no es nada sencillo, sobre todo cuando la mayor parte de nuestras vidas transcurre evitándonos. Hay un cúmulo de distractores que impiden que lleguemos a nosotros. Por lo cual, la inquietud de sí es necesariamente un primer despertar a la inquietud, que en lo futuro se convertirá en un “principio de agitación, principio de movimiento, (pero sobretodo) un principio de desasosiego permanente a lo largo de la vida.” (op. cit., 24) En algún sentido, hacer filosofía es un ejercicio terapéutico para curar dicho desasosiego.
Por otro lado, la inquietud de sí se manifiesta como un cambio de actitud respecto de sí. Al ser un ejercicio de apropiación de nosotros mismos, modifica nuestro modo de mirar, cambia lo exterior por lo interior. Esta inquietud peculiar, muestra el deseo de prestar atención a lo que pensamos, a lo que acontece en nuestro pensamiento. Constituye una invitación a dar un salto de lo exterior a lo interior. Salto que nos obliga a dejar de ocuparnos de los discursos de los otros sin la conciencia de las preguntas con las que llegamos a ellos. Ocuparnos de nuestro propio discurrir implica saber qué nos inquieta. Trabajo que incluye una serie de acciones que uno ejerce sobre sí mismo, a su vez, una trasformación de las relaciones que entablo con los demás. La inquietud de sí como un ejercicio filosófico es una labor de modificación, de transformación, de transfiguración de aquel que desea acceder a la verdad.

Antes de continuar, debemos hacer una diferenciación y una advertencia. Cuando hablamos de inquietud de sí, no podemos desviarnos y pasar del cuidado de sí a la voluptuosidad de nosotros mismos, a rendirnos culto. Tampoco podemos reducir el ejercicio filosófico al seguimiento de las “coordenadas de nuestro corazón”, o incluso acentuarla como la acción de retrotraernos a un grado tal, que el otro desapareciera. Es menester por ello, hacer algunas precisiones en torno a la inquietud de sí como trabajo filosófico.

La filosofía como inquietud de sí, según Foucault, es un ejercicio de espiritualidad. Entendiendo por espiritualidad un cambio en la postura del sujeto ante la verdad, él se sabe como incapaz de alcanzarla así como es. Esto significa que la verdad no se desvela por un mero acto de conocimiento sustentado en la estructura del sujeto. La filosofía como espiritualidad reconoce que el acceso a la verdad transforma y modifica al sujeto. Dicho acceso es un trance, un movimiento, un desplazamiento de nuestras visiones de mundo. En general, el que filosofa pone en juego su propio ser. La verdad se desvela mientras se busca.

De tal suerte, que la transformación del sujeto no puede ser universal. La visión foucaultiana rescata la individualidad. Así, si el acceso a la verdad es a la vez la transformación personal, ello muestra que hay más de una forma de entender el filosofar y arribar a la verdad. La filosofía como un ejercicio de espiritualidad, sustentaría que ella llega en el hacer del sujeto y le ilumina. En síntesis, en el primer modo de hacer filosofía propuesto por Foucault, el acceso a la verdad está delimitado únicamente por las condiciones del conocimiento. El sujeto que conoce sólo necesita atender a dichas condiciones para lograrlo. Por ello, todo sujeto es capaz de verdad. El acceso a la verdad no es un proceso estrictamente de búsqueda, sino una pesquisa, el camino a la verdad constituye una serie de pasos hacia un conocimiento siempre indefinido y progresivo. Por otro lado, si el sujeto se modifica mientras avanza en su indagación, ello significa que el transcurso le procura algunos aspectos de la verdad de su objeto de estudio y de sí mismo.

Me gustaría ilustrar lo anterior con un pasaje bíblico. Pasaje en el que Moisés recibe las tablas de la Ley. Primero, le fue encomendado alisar dos tablas de piedra en las que sería escrito lo que Dios había de decirle. (Éx. 34:1) Al tiempo que debía estar apercibido para ascender al Monte Sinaí donde recibiría dicha enseñanza. (Éx. 34: 2-4) Después de un largo diálogo con Dios, Él le pide transmita dicha comunicación al resto del pueblo a su descenso, pues ello fundamentará el pacto entre ambos. Por ello, Moisés debe redactar. Las diez palabras, resultado de su conversación, no pueden ser escritas de la manera en que le fueron dichas, sino que debe hacer un esfuerzo por concretarlas. Dicho esfuerzo, duró 40 días y 40 noches en los que Moisés estuvo en ayuno. A su descenso, los que le vieron no le reconocieron. La narración describe que la tez del rostro de Moisés era resplandeciente. (Éx. 34: 30)

El pasaje sirve para mostrar que el camino hacia la verdad condiciona su encuentro. Todas las acciones que ejercemos sobre nosotros para encontrarla transforman nuestra percepción del mundo, de los otros y principalmente de nosotros mismos. La verdad no le pertenece a nadie, la búsqueda de la misma es labor filosófica, el modo de arribo muestra la personalidad de quien indaga, asimismo condiciona el modo de hallarla. Moisés trabajó arduamente sobre las diez palabras, dicho trabajo lo reconfiguró. Él se hizo responsable de su regreso. La inquietud de sí como un modo de hacer filosofía es siempre un ejercicio de transformación contextual.

III.

Por último, a modo de conclusión, quisiera hacer algunas precisiones en torno a la importancia de la inquietud de sí en el desarrollo de las investigaciones en humanidades. Si la inquietud de sí es el rescate de los cuestionamientos personales o colectivos, con la intención de consolidar propuestas de estudio que los respondan y transformen así el ser de quien los trabaja, éstos a su vez hacen emerger problemas cotidianos, a modo de denuncia, los cuales exigen ser atendidos.

La discontinuidad hallada nos permite reflexionar a su vez, en torno a los criterios que usamos para describirla, las nociones que están detrás de los problemas que planteamos, lo cual posibilita, situarnos al tiempo que elucidamos su legitimidad y pertinencia. Pero no sólo eso, nos damos cuenta que el modo de hacer y ser de la pregunta, constituye el instrumento para abordarla. No hay disociación entre lo que se estudia y cómo se hace.

La inquietud de sí es siempre una pregunta situada, “lo cual significa que no se puede hablar en cualquier época de cualquier cosa”, (Foucault, 2011:63) emerge en un contexto específico y atiende a alguna fractura de la configuración de nuestros mundos. Nuestros cuestionamientos reparan en problemáticas y contradicciones urgentes. El proceso de reivindicación de dichas interrogaciones hace visible el umbral en el que se gesta la fractura, la contradicción, el corte, etc., proceso que modifica lo personal y por ende, lo colectivo.

La discontinuidad foucaultiana es una noción paradójica, a la vez es instrumento y objeto de investigación. Es un transitar del obstáculo a la práctica. Constituye una invitación a liberarnos del cúmulo de problemas heredados por la tradición disciplinar y pensar nuestro propio pensamiento, nuestras dudas y sustentarlas, incluirlas en nuestro trabajo como el gran Otro marginado. Asimismo, es una invitación a habituarse a pensar las ideas propias, de modo educativo y formativo contrario a un modo discipular. Ganándonos así un derecho a escribir.


Fuentes Consultadas:
Foucault, M. (2009): Una lectura de Kant. Introducción a la antropología en sentido pragmático. Argentina: Siglo XXI editores.
_______, (2011): La arqueología del saber. México: Siglo XXI editores.
_______, (2012): La hermenéutica del sujeto. Curso en el Collége de France (1981-1982). México: FCE.
Reina Valera. Biblia. (1909)


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La sombra de Prometeo

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