La Sombra de Prometeo

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Desconcierto



El silencio lo despertó, tras tantos años de ruido incontrolable, de preocupaciones, luces tras luces cegaban todo a su alrededor, sin darse cuenta -o sin querer hacerlo- acostumbró a su cuerpo, su mente y su ser a todo aquello que alguna vez observó con energético rechazo. Como un recuerdo añejo, que de en cuando en cuando vuelve sin aviso, emitiendo un desagradable olor a remordimiento. El futuro inmediato pesaba, lo llevaba a espaldas del hombro cual vagabundo a sus pertenencias, que bien caben en una mano, sin embargo, son un grillete que lo mantiene atado. Todo esto le hizo errar en el trabajo.

El silencio le gritó al tiempo que dormía plácidamente, y como ya acostumbrado fue corriendo a arreglarse, pero no encontró algún rostro familiar; al contrario, todo éste era un extranjero perfil; con esperanzas de crecer económicamente. Ya no era él, se observaba atónito, con un profundo miedo salió corriendo del apartamento sin cerrar la puerta. Las escaleras eran demasiado frías, no obstante, el intervalo en el que sus pies tocaba cada una de ellas era tan corto, parecía volar, flotar, levitar, pero principalmente caer. Cayó en seco, lo natural hubiese sido que se levantara aparentando que no había ocurrido lo anterior, pero desde que despertó, nada parecía seguir las reglas de la naturaleza impuesta; pasos, eco, asco y rechazo le animaron para levantarse, como un trapo, cual ser sin columna vertebral jorobadamente avanzaba.

Al llegar a la calle se recargó en un poste al la par que alzaba la vista. Enajenación, desconocimiento, él creía en aquellos instantes que no habría algo más desquiciado que salir y no encontrar nada; claramente se equivocó. Al rededor suyo no había algo más que él mismo, todos gritando, empujando, llorando mientras en los callejones se desmembraban a la vista de todos y de nadie. Quizá en este punto, se preguntó que tan bueno pudo haber sido lo que fue.



Coronado Alejandro Abraham Yael
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 Primaveras


El sol entra adueñándose de nuestra habitación azul cuando abres la puerta. Las mañanas son más bonitas desde que te amo. Entras ofrendando silencio para no despertarme. Huele a café, siento tu cuerpo hundirse en el colchón y somnolienta, alcanzo a ver sólo una taza sobre el librero. ¿Recuerdas cuando me traías el desayuno a la cama? me sentía la mujer más amada del mundo. Escucho  a lo lejos una voz preguntando si iremos a Comala y nadie responde, parece que la noche difuminó todo a mi alrededor. Das un último trago y te diriges rápido hacia la sala, en cambio yo hace mucho tiempo que no siento prisa. Me levanto, me pongo linda y me siento un rato en la hamaca del balcón, desde ahí se ven lindísimos los volcanes y los tejados. La tranquilidad abunda, huele a galletas, de esas que tu tía nos regala cada vez que venimos de visita a casa de tus padres. Disfruto del breve paraíso. Bajo a la sala,  me están esperando, supongo. En estos muros sólo queda el eco de los niños que ya no juegan hace tantos años. Tu casa es verde, grande, con los detalles suficientes para perderse en su memoria.

Salimos. Tus padres ya están muy viejitos, pienso mientras los veo desde el asiento trasero de la camioneta. Estás más callado que de costumbre, te miro, busco tu sonrisa sin respuesta, tomo tu mano y me recargo en tu hombro. El camino es fresco, como si la vida ahí recién naciera, las flores amarillas embellecen todo, como tú. Parece que estás enojado, ni siquiera me buscas como antes, como cuando inventábamos motivos para reír y besarnos, pero no me importa, tú me gustas de todas las formas.

Llegamos, miro las nubes de vaivén delicadísimo, parecen olas en perpetua calma. Me alejo de ustedes para subir al quiosco, cuento los escalones, pienso en Juan Rulfo, en su nostalgia y en su Pedro Páramo. Tu familia camina por la alameda, sus pasos suaves combinan con las casas blancas. Tan mío y de nadie, sentado allá solito eres más guapo que todos y el cielo parece una extensión de tus pensamientos. El viento apenas puedo sentirlo, el calor no tiene piedad ni quiero que la tenga. Un día me prometí disfrutarlo todo incluso si me incomoda, como el clima, la tristeza o la ausencia. Camino hacia ti, el mundo es un lugar mejor cuando te miro. Me siento contigo, te sonrío y tú no dejas de mirar a todos lados y hacia la nada, el punto es que tus ojos y los míos ya no se encuentran. Me pones triste. Tu aroma me trae un recuerdo: el día que te besé por primera vez, olías igual. Bien dicen que las cosas se extinguen cuando dejas de nombrarlas o las olvidas. Internada en tu silencio, tratando de adivinar lo que sientes, veo que te mojas los labios,  de pronto murmuras “¿estás aquí?” y yo desconcertada, me angustio, me pongo frente a ti, en un segundo todo se desgarra. Te grito pero no me escuchas, tomo tus mejillas, sacudo tus hombros, el mundo se detiene y tú, inmutable. Hace mucho que no me escuchas. Todo tiene sentido ahora: a  veces se me olvida que estoy muerta. Olvidé que aquí en Comala los mundos se cruzan, que el velo entre la vida y la muerte se rompe y por un momento, por un bellísimo instante, puedes sentirme.




Elena Pineda.


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Rosas carmesí
4:30 de la mañana, el gallo canta y deshace todo vestigio nocturno. Doña Carmen estira sus piernas, le crujen los huesos y el alma como la hojarasca. Mirar a su esposo roncar, preparar café y enrollar el petate ha sido su vida durante 40 años. No se quería casar, era tímida pero libre, suya, como sólo una niña de campo puede serlo, hasta que un día la llevaron a casa de Don Guillermo para comprometerla con Braulio, hijo mayor, de incendiario  carácter y manos más duras que la vida misma. Carmen es hija del sol, mujer tierna hasta el punto de la vulnerabilidad, devota del maíz y de uno que otro santo sordo a sus plegarias. Su esposo le parecía un niño, pero un día muy borracho la golpeó tras una pequeña discusión. Así su vida, así los años. No pudo tener hijos, su amor y dulzura son para las flores, los huertos, los animales y para Tonalli, un gato precioso y gordo que ella encontró hace algunos años, indefenso y solo, como ella. Disfruta la vida a su manera, por la noche se embriaga de estrellas y del cantar de los grillos hasta que llega Braulio irrumpiendo toda belleza, renegando, azotando y maldiciendo a su mujer por todo y por nada.

Hoy Carmen salió desde temprano al monte para buscar a Tonalli que desde hace dos días no aparece. Tristísima y sin éxito, de regreso a casa toma un descanso sobre un viejo tronco y mira a Braulio llegar cargando un poco de leña y un hacha. Él pasa junto a ella sin percatarse de su presencia, Carmen lo sigue sin dejar de mirar atrás buscando a su gato. Entran al jacal y perciben un olor a quemado, — ¡los frijoles! — exclama llena de temor. Braulio transforma su rostro sepulcral al de un demonio exigiendo un plato de comida y ella se apresura para hacer  tortillas con sal. El monstruo se dirige a su esposa, la jala pero Carmen logra zafarse, aterrorizada intenta huir, pero tomándola de su trenza la tira, dejándola expuesta al infierno que sólo ella conoce. Entre gritos y golpes la mujer alcanza a tomar uno de los leños que Braulio dejó sobre una pequeña mesa de madera. Decidida y con las manos adoloridas se defiende, golpea tan fuerte la cabeza de Braulio que lo hace tambalear y caer boca abajo. Débil y patético, el hombre comienza a gemir de dolor. Carmen se dirige con paso lento y seguro hacia la puerta tomando el hacha. ¡Un hachazo en la espalda y un grito horrible! La sangre brota y ella embelesada siente que a sus pies escurren rosas carmesí. Surge algo en el corazón de una mujer temerosa tan hermoso y devastador como el mar, como el Fénix,  como la muerte. Braulio desangrándose, es, ante los ojos de Carmen más bello que las estrellas y las flores juntas. En ese momento de paz Tonalli entra ronroneando y ella hipnotizada por la justicia de sus manos siente una profunda alegría cuando ve de nuevo a su gato. Suelta el hacha, toma entre sus brazos al pequeño y sucio felino mientras el cuerpo de su esposo comienza a retorcerse, grotesco,  inhumano y perfecto. Tonalli baja de los brazos de Carmen, camina hacia Braulio que aún respira, se mancha las patitas, lo huele, lo reconoce, comienza de nuevo a ronronear y lo lame como si intentara salvarlo, pero no; Tonalli, hambriento e insaciable,  con los ojos dilatados y el instinto envolviéndolo todo, el cuerpo destrozado del viejo parece gustarle.


Elena Pineda.

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EL AMOR DE RAMONA
I

Ramona era una mujer de mediana edad, vivía en un pueblo de esos que hoy día
llaman “ mágicos”, a una hora de la cuidad.
Era huérfana de padres, pero estos le habían dejado una carrera y una casa muy
bien ubicada en el centro del pueblo. Trabajaba en las oficinas del municipio, los
viernes salía del trabajo en la tarde e iba a visitar a su amigo Hans el fotógrafo, un
alemán solterón, que llegó hace dos años al pueblo a trabajar, tanto le gustaron las
costumbres, tradiciones y paisajes del lugar, que decidió instalarse, comprar una
casa grande, y rentar las habitaciones sobrantes a gente que iba de paseo los fines
de semana o vacaciones cortas.

Un viernes como de costumbre, salió Ramona de la oficina de tesorería, pasó a
comprar cervezas, botana y se dirigió a casa de Hans, él tenía un jardín pequeño,
amueblado con una mesilla, dos sillas de metal blanco y una sombrilla amarilla.
Estacionó su Chevy azul afuera del zaguán y tocó el claxon.
-¡Ya estoy aquí! gritó Ramona- Hans salió dando pasos largos, le abrió la puerta, le
ayudó con la bolsa y se acomodaron en el jardín.
-¡Ufff! ¡qué calor tengo Hans!, dame una cervecita por favor- Hans abrió dos latas de
victoria,- ¡salud! chocaron las cervezas.
Comenzaron a platicar de lo sucedido en la semana, cuando salió por la puerta Alex.
-!Ahh, mira quien viene, llegó el martes y va a estar por acá unos meses.- dijo Hans
emocionado.- ¡mucho gusto yo soy Ramona! ¿gustas una cerveza?- si gracias,
respondió Alex con complicidad.
Pasaron la tarde los tres platicando, Alex y Ramona se echaban miraditas, Alex
comentó que estaba allí para poder terminar su tesis, que en la ciudad no lograba
concentrarse, que iba a probar en la tranquilidad del lugar para terminarla. -como a
eso de las diez de la noche, ya no se escucha ni un alma, solo los sábados, que es el
día más escandaloso, por así decirlo, comentó Ramona.
Eran las once de la noche, Ramona se despidió de ambos y quedaron de verse el
próximo viernes, no sin antes ofrecer a Alex toda la ayuda que necesitara,
intercambiaron números y partió.
Ramona manejo a su casa no muy lejos de allí, se preparó para dormir, pero no dejó
ni un momento de pensar en Alex, le había gustado como hace mucho no le gustaba
alguien.
La semana transcurrió, sin pena ni gloria, era como las demás, solo que esta vez el
sexto día de la semana, era muy esperado por Ramona.


II
A los ocho días, salió Ramona más contenta que de costumbre, por la emoción de
ver a Alex, compró cerveza, botana y llegó a casa de Hans, tocó el claxon, pero esta
vez no salió Hans, sino Alex;- pásate, hice unas tostadas de salpicón, ¿te gustan?-
¿a poco sabes cocinar? - si, un poco, dijo mientras sacaba de la cocina la comida.
Comieron, bebieron, platicaron, les dio la noche y cuando Ramona se despidió, le dio
un beso en los labios, Alex lo recibió sin incomodarse y le pidió a Ramona que la
llevara al otro día a un lago que estaba a media hora del pueblo, Ramona le dijo que
por supuesto, que pasaba a las diez de la mañana.
A la mañana siguiente, Ramona llena de emoción se levantó, sintiendo en sus labios
aquel beso tibio, y deseando que se repitiera, se alistó y pasó por Alex.
Ya estaba en el zaguán esperándola, subió al auto y marcharon, por la carretera,
divisaban lugares hermosos, llenos de arboledas, bajo un cielo azul y limpio.
Llegaron al río, Alex llevó la comida que había sobrado del día anterior, agua,
cerveza, platos y un mantel.
El sol brillaba con intensidad, se quitaron los zapatos, sintieron el pasto fresco,
mojaron sus pies en el agua fría del río, juguetearon a salpicarse sacando y metiendo
los pies del agua, hasta que Ramona perdió el equilibrio y cayó en el césped,
queriéndose sujetar de Alex, le jaló y cayó sobre ella quedando frente a frente, Alex
se acercó más y la besó, con su lengua rozó sus labios, bajó por su cuello
lentamente, desabotonó su blusa, Ramona sintió calor, un calor que surgía de su
vientre recorriéndola toda, inerme ante las caricias de Alex, se dejó llevar por el
deseo; se amaron, solo se escuchaban los gemidos suaves, repetidos y el trinar de
las aves…
Desde ese día comenzaron a salir, teniendo una relación oculta, Alex no quería que
nadie se enterara, así que entre semana estaba en casa de Hans, y si necesitaba
algún favor él era quien le auxiliaba, los viernes convivían los tres, y el sábado, se
iban desde bien temprano al lago, Ramona llevaba la casa de campaña, se
quedaban allí y regresaban hasta el domingo en la tarde, antes de que se ocultara el
sol. Transcurrieron los meses hasta llegar a cinco, Ramona cada vez más
enamorada de Alex, imaginaba la vida a su lado, incluso pensó en mudarse a la
ciudad, alquilar un apartamento, solicitar en el trabajo la trasladaran allá, así cuando
Alex tuviera que irse, ella estaría ya instalada, y se amarían sin tener que verse a
escondidas.

III

Un viernes llegó Ramona a casa de Hans, antes pasó a hacer la compra de
costumbre, tocó el claxon una vez, dos veces, tres veces, nadie salía, de pronto salió
una chica, una inquilina que le dijo que no estaba nadie, solo ella, que Hans y Alex se
habían ido desde la madrugada a tomar fotografías. Ramona le marcó a Hans, luego
a Alex, no le avisaron que saldrían, no contestaron.
Marchó a casa y volvió a intentar sin tener éxito, esperó intrigada, hasta que sonó su
celular. -hola, no pudimos contestarte, no había señal, vamos llegando, tenía que
tomar fotos para meterlas a un concurso, necesitaba ayuda y me llevé a Alex, nos
fuimos antes del amanecer, para tener mejores tomas, dijo Hans. -perdón Ramoncita,
por no avisarte, ¿me perdonas?, ¿si?,-esta bien, pero no lo vuelvas a hacer, estaba
preocupada-. Hans y Ramona se conocieron en una fiesta del pueblo, era un viernes,
él le pidió a Ramona que se dejara tomar fotos, en los juegos de la feria, ella aceptó,
a cambio él la invitó a cenar, desde entonces su amistad sería para siempre y los
viernes su día.

Ramona llegó el sábado por Alex en la mañana, salió y le dijo que se sentía mal que
no podría ir con ella, Ramona le ofreció ir al médico, Alex dijo que no, que lo pasaría
en reposo, que en un par de días estaría mejor. Ramona regresó a casa
decepcionada, no le creyó a Alex, pues se le veía bien, por la noche llamó para ver
cómo se encontraba, pero no contestó.
Llamó al otro día, al otro, al otro, no hubo respuesta, se dirigió a casa de Hans, salió
este y le dijo que Alex se había marchado a la ciudad a ver a sus padres, que no
sabía cuando iba a regresar, Ramona desconcertada, no se atrevió a preguntar más,
pues no quería que Hans sospechara que tenían algo.
Pasó más de un mes, Alex no contestaba llamadas ni mensajes, Ramona deprimida,
se preguntaba qué había pasado, ella tampoco contestaba las llamadas de Hans,
hasta que Hans llegó a su casa y le pidió explicaciones por no querer verlo, también
él se preguntaba que había hecho para que Ramona no quisiera verle.
Ramona puso pretextos de trabajo, le invitó un café y platicaron de cualquier cosa.
A las dos semanas, timbró un mensaje ¡era de Alex! emocionada lo abrió y leyó:
-Perdóname por irme así, sin explicación, sin despedirme,
pero yo no puedo, ni debo estar contigo, créeme que “TE AMO”
te escribo porque no tengo el valor de hacerlo de frente
pero..me caso el sábado, por favor ya no me escribas y no me llames
es mejor así-.

Ramona, no podía creer lo que sus ojos leían, ¿por qué me engañó? ¿qué le hice,
por qué si me ama se va a casar?, hecha un mar de llanto lloró hasta el amanecer,
leía y releía el mensaje, se quedó dormida, al despertar corrió a casa de Hans y le
pidió la dirección de Alex. Hans campechanamente, le dijo que si la quería para ir a la
boda que no había necesidad, él también estaba invitado y que se podrían ir juntos.-
¿Tú sabías que se iba a casar? - si,- ¿tú no?- de hecho se fue a la ciudad para
terminar algunos detalles de la boda, Ramona se quedó pasmada, sin saber que
decir, solo contestó- está bien, paso por ti a las ocho de la mañana, adiós.
Ramona pasó del llanto al enojo, rompió platos, pateo puertas y decidió no perdonar.
Enfrentaría a Alex en la iglesia. El sábado, sin arreglarse demasiado pasó por Hans,
él ya estaba listo esperándola, subió al Chevy y partieron, Ramona iba como si fuera
a un funeral, Hans contento le cambiaba a las estaciones de radio, le hacía la platica,
pero ella solo contestaba monosílabos, estando ya en la ciudad, él quiso comer algo,
ella solo café, Hans la notaba muy rara, molesta, pero no había manera de que ella le
dijera el motivo de su actitud. En la iglesia, los invitados comenzaron a llegar, ella
trataba de adivinar quienes eran de la familia de Alex, pero como saberlo, Alex jamás
se los presentó ni en foto, solo sabía que tenía dos hermanos mayores.

De pronto, se estacionó una limusina, los novios habían llegado juntos, al ver
Ramona el auto, rápidamente se acercó a la puerta de este, el chófer salió y les abrió
la puerta, bajó el novio primero, enseguida la novia, los familiares también fueron
hacia el auto, cuando Ramona gritó- ¡Alex!- volteó y se encontró con los ojos de
Ramona llenos de rencor, a punto del llanto, y le dijo:- ¡no te puedes casar!- Hans la
tomó del brazo, -¿qué te pasa?- sin hacer caso a Hans, dio un paso hacía Alex- ¡tú
me amas! díselo-. Alex sin saber que hacer se puso las manos en la cara y dijo:- ¡no
me puedo casar!-¡ Alex, Alejandra, no puedes hacernos esto!, ¿quién es esta mujer y
por qué dice que la amas? ¿qué significa esto Alejandra?- dijo el padre de ella.
Alejandra sin quitarse las manos de la cara y llorando, seguía diciendo -¡no me
puedo casar!,¡no me puedo casar!. Rodrigo, el novio, sorprendido y enojado, no
podía creer lo que estaba pasando y comenzó a cuestionar a Alejandra, los padres
de este, molestos miraban con odio a la chica, y trataban de consolar a su hijo;
Ramona metiéndose entre los padres de Alejandra, alcanzó a tocar su brazo y dijo:-
¡vámonos! vente conmigo, yo te amo-. Alejandra limpió sus lágrimas, respiró
profundamente y respondió:- ¡no me puedo casar! pero no es por ti Ramona-,
¿entonces, por qué?- hubo un silencio total, con miradas inquisidoras fijas en
Alejandra, por fin respondió: -no me puedo casar porque ¡ESTOY EMBARAZADA! -
gritó -¿de quién? - preguntaron Rodrigo, Ramona y los padres de los novios, al
unísono. DE…HANS.



Xochitl Albarrán Molina.


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