Por Schava
Pina sigue atentamente el trayecto de
una hormiga sobre la pared, carga una migaja enorme, es la última de la fila.
Le escupe, la saliva resbala atrapándola lentamente. El insecto patalea… no
suelta la migaja.
Pina sonríe malicioso “hormiga
estúpida”. En eso, siente un intenso dolor en la nuca, intenta voltear para ver
quién le pegó, antes, una punzada, justo en medio de las nalgas.
Se soba, hace muecas, lloriquea.
Jano y Tona lo señalan sin parar de
reír, ríen tanto tanto que les duele la panza.
“Por malora”
Pina
se rehace, busca venganza. Los tres tiran puñetazos, patadas, mordidas,
jalones, amenazas.
Interrumpen
el juego para correr a darle alcance a un “viejo” que pasa por mitad de la
calle. “Regáleme una moneda, ande, o un dulce”
Le
jalan la toga, agarran con fuerza sus brazos. Tona le roba un paquete que trae
en el bolsillo. El “viejo” no se da cuenta, sonríe amablemente, les da una
galleta a cada uno y acaricia sus cabezas.
Corren
a un callejón.
“Gracias
viejo cara de perro”
Se sientan en círculo. Revisan el botín,
lo intentan, los tres van sobre lo que robó Tona. ”Danos algo marica” Nuevamente
se tiran puñetazos, patadas, mordidas, jalones, amenazas,
Pero Tona termina por imponer su peso, entonces lo miran con odio, de reojo.
“Está muy bestia, déjalo”
Jano se acomoda en un rincón y saca la
galleta que le regalaron, muerde un pedazo grande, lo saborea. “Ni le importa
que trae el Tona, seguro son más galletas”. Traga. “Están ricas, si yo fuera de
hierro se las quitaba todas al Tona y las tiraría”.
Un
ardor recorre su garganta al tragar nuevamente, tose, tose fuerte y toma su
cuello, le falta aire.
Tiene
aspavientos, quiere volver; nada sale.
Se
le amorata la cara, llora. Los cachetes se le llenan de lágrimas y las narices
de mocos.
Sus
comparsas al frente se burlan “Jajaja y ora ¿qué tienes?” El Jano trata de decirles
algo, pero ellos le arremedan “!Jajaja qué pendejo eres Jano¡”.
Se
hinca, se dobla, se retuerce.
Escucha
las carcajadas de sus amigos, quienes después de un rato de verlo a rastras, se
echan a correr rápido, deben sentirse bien; “Que bueno”.
El
estómago del Jano cruje moviéndose solo. Él siente como si alguien le metiera
las manos en las vísceras y jugara con ellas.
Tendido
en el piso, Jano mueve los brazos y las piernas por inercia, a dónde sea, le
duele mucho, imagina que se le abren las costillas. Entonces intenta gritar, no
puede, sólo gime bajito.
Mira
sus ojos saliendo de sus orbitas y a sus dientes separarse entre sí.
Vomita,
vomita al fin, “sabe asqueroso”, sigue vomitando, no para, brota de su boca, de
su nariz, de sus orejas, cómo odia vomitar; se ahoga.
Por
fin, saca lo que trae atorado en las entrañas.
“Si fuera de fierro nada me pasaría,
tendría brazos y piernas de tubo, una caja tosca para mi cuerpo, y la cabeza
como bola de acero… Así daría cabezazos bien duro. Ya me imagino la cara del
Tona cuando viera mi cara máscara de lata, y mis manos con tornillos en vez de
dedos. Si fuera así nada como esto me pasaría. No volvería a comer galletas… ¡Putas
galletas!”.
Siente
húmedo el cabello, ha estado revolcándose en un charco, mezcla de hiel, sangre,
mocos y un poquito de galletas. Las manos comienzan a adormecerse, también las
piernas. Un hormigueo recorre sus pies, los mira. ¡Se le están trepando las
hormigas!
“Teniendo
patas de hierro iría por el mundo pisando hormigas, cucarachas y grillos… Caras
de niño no, me gustan los cara de niño por espantosos. Tal vez pisaría
alacranes y serpientes, perros malos que quieran morder al Pina, o a otros
niños”.
No
soporta el dolor en su pecho, respira con dificultad. Sonríe pensando en que
nada de esto le pasaría si fuera de fierro. Duele, aunque un poquito menos.
Jano de fierro.
Foto: Graciela
Iturbide.
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