Esbozo sobre el camino del conocimiento de una ciencia con historia y perjuicio

Por Eduardo Rz 


Quiero suponer, Mister Gog, que usted sabe, por lo menos de un modo general, qué es la ciencia y cómo ha sido siempre, a lo menos desde Tales en adelante, la pasión de los sabios. Éstos no se preocupan en lo más mínimo de las posibles consecuencias prácticas, sean útiles o nocivas, de sus investigaciones y de sus teorías”.

Giovanni Papini; El libro Negro.


   Los apóstoles de la razón pura, del pensamiento acabado y trascendental comulgan con la mitología que crean, luego la multiplican en su enseñanza, la cual es aprobada por las instituciones educativas y en los círculos cerrados de grandes eminencias de las teorías del conocimiento. Estas palabras se convierten en símbolos sagrados y por último en verdades absolutas.

   El personaje del conocimiento, poseedor del pensamiento más puro, considerado comúnmente, es el estudioso de la ciencia. Sin embargo ¿existe este dueño del saber, más aún, existe el conocimiento puro?

   En este estudio se pone en tela de juicio la autenticidad del factor impersonal del hombre de ciencia, con el sentido de dar un giro a la comprensión de los procesos del conocimiento científico y a la interpretación de los fenómenos en su historicidad. Este giro corresponde al análisis de la ciencia a partir de los procesos históricos de los que forman parte el científico y sus prácticas.

   Partamos en este momento sobre la creencia común de que la ciencia es la representación más auténtica del progreso y el conocimiento; que sus herramientas siempre corresponden a un deber crítico y eficaz en la construcción de modelos que validen los resultados obtenidos a través de la experimentación, a su vez el factor objetivo e impersonal en el momento de plantear y desarrollar sus investigaciones.





I

    Ir más allá de la historia y la filosofía permite observar como la ciencia tiene amplia influencia en diversas circunstancias políticas, económicas y culturales que tienden a afectar las prácticas sociales, así como causar repercusión directa en la visión interna y externa de los fenómenos al momento de ser desarrollados por los científicos.

   La academia ha creado la supuesta independencia del ser humano y el fenómeno, es decir, ha confeccionado en el científico un modelo de personaje serio, hermético, riguroso, dueño de sí mismo y entregado plenamente al análisis objetivo, a su vez incapaz de vincular emociones o apetitos en sus tareas. El hombre de ciencia es por tanto una mascara construida en una sola pieza.

   Un estereotipo dentro del imaginario nos dice que el científico al colocarse la bata y las gafas, deja de ser ordinario, se desprende de su vida cotidiana, del entorno, de la historia que padece y de la que forma parte, para representar en su labor un compromiso con la humanidad y la universalidad. Yo crecí con esta imagen y estoy seguro que muchos otros también han recreado, a partir de las enseñanzas básicas, la idea de que el científico representa la máxima manifestación de voluntad de verdad. Una especie de ídolo, análogo al asceta o al sacerdote de otros tiempos -todo personaje que se muestra por encima del común denominador, siempre tiende a demostrar virtudes de dominio sobre sí mismo frente al colectivo. El sacerdote, por ejemplo, era visto como un sabio, alguien cercano a la verdad del espíritu, a su vez, el dominio sobre las pasiones le hacían elevarse aún más ante los ojos del expectante- el carácter impersonal acompaña a los personajes que buscan siempre la verdad o el espíritu. El rigor y las funciones mecánicas son para ellos un fácil accionar en su voluntad de poder. Es posible que no pretendan engañarnos con máscara alguna, es posible que ellos mismos hayan adoptado ese rostro como verdadero, donde la imagen humana carece de valor. 

   Más allá de la existencia de una idealización de la postura científica, nos interesan las prácticas y procedimientos del hombre de ciencia, las cuales pueden denotar las implicaciones históricas que suelen dejarse a un lado. Kuhn, expone la siguiente idea:

 “El profesional de una ciencia madura, desde el principio de la investigación para su doctorado, continúa trabajando en las reglas a las cuales parecen adaptarse los paradigmas provenientes de su ecuación y de las investigaciones de sus contemporáneos[1]

¿Qué representa esto? El profesional emerge de una institución académica que le brinda las bases para sus investigaciones, pero éstas (los textos) corresponden a una esfera propiamente delimitada, es decir, hay un punto de partida, el cual es el que adopta la institución en las teorías presentes y el paradigma. No se instruye al científico a poner en crisis la base que sustenta la teoría válida, sino a trabajar a partir de ella, nuevamente Kuhn: “En las ciencias maduras, el preludio a muchos descubrimientos y a todas las teorías nuevas no consiste en la ignorancia, sino en el reconocimiento de que algo anda mal en lo que se sabe y en lo que se cree[2].



   El estudio y la investigación rigurosa exigen al científico dominar las herramientas que sirven para obtener los resultados que se tienen estimados, a su vez ser capaz de identificar un problema, aunque es el ingenio y el compromiso del científico quienes lograrán accionar la capacidad del reconocimiento de las problemáticas de aquello que se sabe o se cree saber. Por una parte podemos entender que el movimiento de tensión de esta cuerda se presenta en que el papel del científico parte por un lado de una tradición histórica –propiamente científica- un legado otorgado por lo inmediato; el conocimiento de las teorías, o los paradigmas del pasado corresponden a un bagaje retrospectivo, pero los marcos conceptuales con que define sus investigaciones pertenecen a la hegemonía dominante. A mí entender, los investigadores de la ciencia emprenden una tensión que parte de dos sentidos: histórico y ahistórico. Lo histórico es propiamente lo ya mencionado (una historia de la ciencia hecha por y para científicos, donde los paradigmas del pasado son estudiados como un marco referencial, o reliquias del conocimiento, siendo su punto de partida el marco conceptual del paradigma vigente). El elemento ahistórico se centra en la anulación de los procesos sociales que conforman una historia más allá de los marcos científicos que éstos han construido, tales como las interpretaciones de los fenómenos que corresponden a otros tiempos; la concepción de los rasgos culturales, económicos, políticos que se encuentran alrededor de los antiguos paradigmas, así como las mismas construcciones lingüísticas. Nos dirá Kuhn que esto representa el abandono del compromiso con la historia. Es por ello que el análisis propuesto por el autor de La estructura de las revoluciones científicas, sugiere que:

    “El historiador debe deshacerse de la ciencia que sabe. Su ciencia debe aprenderla de los textos y demás publicaciones del periodo que estudia, y debe dominar estos, así como las tradiciones intrínsecas que contienen, antes de abordar los innovadores cuyos descubrimientos o invenciones cambiaron la dirección del progreso científico. Al tratar a los innovadores, el historiador debe esforzarse por pensar como ellos lo hicieron[3].

   Tal parece que se realiza un juego entre el conocimiento y el olvido, donde la distancia, o el esfuerzo por tomarla, en relación a la función que ejerce el historiador con su conocimiento de ciencia, representa un gran cúmulo de posibilidades de comprender lo que “sabe” a partir de la penetración del conocimiento de su objeto de estudio, lo cual ayudará a reabrir su conciencia en nuevas formas de expresión, que si bien ya no existen, formaron parte de un devenir histórico.

   La importancia de los límites en este tipo de historia interna hacen hincapié en que todo individuo y toda comunidad en el tiempo pertenecen a una frontera –el profesional de la ciencia la encuentra en el paradigma al que se entrega; el historiador de la ciencia en traspasar esos límites del profesional y encontrarse con marcos conceptuales de un tiempo que tratará de abarcar más no apropiarse- un límite que separa aquello que es claro y lo que, en oscuridad, debe ser iluminado; por eso Kuhn, nos recuerda lo oportuno que es el olvido en esta empresa. El olvido y el recuerdo trabajan en conjunto para distinguir en qué momento es necesario sentir de modo histórico y en que otro en modo no histórico.

   Es indudable la cercanía de estas ideas con las ya expuestas por Nietzsche, en el elocuente y brillante ensayo que lleva como título: Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida. Nietzsche lleva acabo en este pequeño ensayo de juventud, un análisis de cómo el conocimiento erudito, contemplativo y estático de la historia crean la anulación del conocimiento de la misma. El típico historiador que recolecta información se desentiende del aspecto de interpretar la historia y la presenta como un producto concluido. Esa idea se vincula con los ideales de progreso que otorgan la modernidad y el proyecto iluminista. Nietzsche, como uno de los primeros críticos de Ilustración –tal vez el más agudo- observó estos peligros. Quiero citar un fragmento de la obra mencionada que bien puede armonizar y dar mayor consistencia a lo anteriormente dicho:

   “Lo ahistórico y lo histórico son en igual medida necesarios para la salud de un individuo, de un pueblo o de una cultura. En este sentido, cualquiera puede entender esta observación: por mucho que la ciencia y el sentimiento histórico de un hombre sea muy limitado, por mucho que su horizonte sea tan estrecho como el de los habitantes de los Alpes, por mucho que manifieste en cada juicio una injusticia y en cada experiencia la creencia errónea de ser el primero en formularla, este hombre, pese a todas sus injusticias erróneas, conservará insuperable vigor[4]”.

   La alegría de la mirada histórica que sobrepasa la simple labor documental del ilustrado -el cual transita en líneas y redes de conceptos de verdades que conducen al hastío de una labor mecánica-, el vigor en la mirada de ir más allá de los marcos conceptuales establecidos por una tradición, es decir, se trata de realizar una observación intempestiva. Nietzsche nuevamente puede aportar lo siguiente:

 “Poder sentir de manera no histórica es mucho más importante y originaria en la medida que constituye el fundamento sobre el que puede en general desarrollarse y crecer algo justo, sano y grande, algo, en definitiva, auténticamente humano[5].


   Tomar el horizonte de la ciencia que posee el historiador y deshacerse de él, inducir al olvido, ésta distancia, permite hacer de la historia una historia nueva, a su vez al proyectarse desde la mirada interna del investigador científico, promueve a afirmar que “no existen hechos, sólo interpretaciones de los hechos”[6]. En este momento se crea una brecha con las proposiciones kantianas del conocimiento. Si bien Kant establece la relación entre el conocimiento a priori y a posteriori, entre la sensibilidad y el ordenamiento de los fenómenos por medio del espíritu, sugiere una suerte de independencia de las formas puras, separadas de toda sensación, las cuales se proyectan a principios trascendentales. Siendo el proyecto kantiano crear una filosofía que se sostenga bajo un rigor análogo a las estructuras científicas, propone la creación de un sistema con miras a la universalidad de conceptos, establece así un camino para el filósofo, el cual se respaldará bajo una tradición comulgada en las instituciones educativas, transmitida por los dueños de la filosofía dominante –creando un paradigma filosófico- y proporcionando las herramientas de un marco conceptual universal en miras de un ideal de progreso, el cual al pretender hacer estallar la metafísica, termina por crear una nueva mitificación de los fenómenos del entendimiento, sin constatar intencionalmente, o a manera de “olvido”, la comprensión de que dichos fenómenos son una mera interpretación que sirve para crear límites, sin embargo, no para ser superados o reflexionados. La dimensión trascendental crea una historia concreta y absoluta. Esta búsqueda fija la comprensión histórica del yo trascendente sobre el yo empírico, genera a su vez una práctica filosófica y científica de culto idealista. El ideal de progreso se presenta con la ideología iluminasta, dimidium facti, qui coepit, habet: sapere aude. Se arroja al sujeto a asumir un imperativo de responsabilidad consigo mismo que ha de dirigirse a la universalidad. La razón es el poder trascendental, es la causa de todos los efectos necesarios y universales, al menos diría el filósofo de la tradición.

   “La noción cartesiana de sujeto y la kantiana de razón constituyen el núcleo llamado proyecto iluminista. De acuerdo con este, el sujeto racional es capaz de descubrir una verdad objetiva y normas universales sobre las cuales pueden edificarse sistemas de pensamiento y acción; la vida social puede restructurarse racionalmente y los seres humanos emanciparse de cualquier tipo de dominación. En otras palabras, la historia es un proceso progresivo cuya fuente y vehículo es la razón[7].

   Adorno y Horkheimer, sostienen una crítica al carácter instrumental de la razón, vista como una herramienta de dominación. El idealismo kantiano, interpreto a mis luces, puede ser visto como un nuevo mito de la ciencia y del progreso moderno. Riesgo de carácter universal y absoluto que congela en el tiempo fragmentos lingüísticos; pasiones perversas disfrazadas con la máscara humanista; hambre de poder y domino, así como idolatría a la razón al identificarle como unidad colectiva que permitirá esquematizar un sistema y a su vez dotarla como instrumento de control que cancela al sujeto que construye. La pureza de la razón es análoga a la bondad de un espíritu, un mito puesto sobre otro.

   Ahora bien, el sujeto no ha de juzgarse según la justa medida de un idealismo trascendental, sino involucrar al mundo –la historia- en el que está inmerso, así como la cultura, la sociedad, las relaciones de poder que entraman su voluntad y sus acciones; también sus intereses, pasiones, deseos, apetitos y necesidades. En otras palabras, el ser humano nunca podrá ser medido, sólo interpretado. Caer en el espejismo kantiano debilita la comprensión de una historia interna y externa, pues Kuhn, expone la necesidad de que el investigador se pregunte sobre su sujeto, sobre qué pensaba, sobre qué intereses tenía, sobre los elementos que lo rodeaban, textos, personajes... Son, en definitiva, elementos que permiten la construcción de un conocimiento que se validará, en la medida de lo posible, en la interpretación de un fenómeno a posteriori.

   “La ciencia misma  no tiene conciencia de sí; es un instrumento. Pero la Ilustración  es la filosofía que identifica verdad con sistema científico. Kant emprendió aún con intención filosófica, condujo a conceptos que no tienen científicamente ningún sentido porque no son meras instrucciones para llevar acabo manipulaciones conforme a las reglas del juego. La idea de una autocomprensión de la ciencia contradice la idea misma de ciencia[8].


   Entender la cultura requiere de las disciplinas que la estudian, comprender a la ciencia, fuera de los propios sistemas técnicos con que se rige, requiere una observación más atrevida, tanto lo expuesto por Kuhn y Nietzsche, como Adorno y Horkheimer, es una propuesta que sitúa no solamente al hombre de ciencia y a la historia concreta, sino al análisis, interpretación y comprensión de las prácticas del científico en su propio tiempo.

   Quiero presentar a continuación un ejemplo que considero apropiado, no sólo para la vinculación del proyecto del giro histórico en la comprensión de la ciencia, sino también para expresar el impacto en las prácticas sociales y culturales que padecen los individuos a partir de los paradigmas científicos. Tomo algunos elementos de la teoría del origen de las especies, concretamente fragmentos que corresponden a la selección natural, para vincularlos con los procesos históricos en las prácticas sociales.  


II

   Como se menciona a lo largo del presente ensayo, es importante resaltar la relevancia del factor de la historia en el análisis de la construcción de la ciencia, ya que permite observar las causas y a su vez los efectos que sus prácticas tienen en las manifestaciones sociales. La siguiente presentación de algunos postulados de la teoría del origen de las especies y la selección natural, tiene la intención, no de analizar dicho paradigma, sino de resaltar algunos elementos contenidos, los cuales pueden interpretarse desde las ópticas de una historia interna y externa en el sujeto de estudio.

   “El contar la historia desatendiendo cualquiera de los factores técnicos de los que depende la respuesta equivale a tergiversar la manera como la leyes y las teorías científicas entran en el dominio de las ideas. Un ejemplo más importante con el mismo resultado nos lo dan las consabidas discusiones sobre el origen de la teoría de la evolución de Darwin. Lo que se necesitó, se nos dice, para trasformar la estática cadena de los seres vivos en una escalera siempre dinámica fue la validez de ideas como las de la perfectibilidad infinita y el progreso, la libertad de competencia económica de Adam Smith y, sobre todo, los análisis de la población de Malthus.[9]

   Malthus es identificado como el primer analista demográfico en la historia, al menos en su contexto era el representante más leído por los estudiosos del tema. Darwin lo usó como una referencia inmediata en sus propios estudios, pues en la publicación del texto Ensayo sobre la población de 1798, planteó el postulado sobre una lucha por la supervivencia de la especie humana. Su estudio aborda una crítica a las ideas ilustradas de la igualdad entre hombres, aludiendo que lo que existe es una competencia y por ende remitir al hombre a una igualdad con sus congéneres lleva a la aniquilación de las potencialidades de la supervivencia. Su tesis se basa en que el crecimiento de la población a gran escala exige la necesidad de una mayor producción de alimento, por lo que hay una lucha legítima por conseguirlo. Expone dos leyes fundamentales:

   “Primero: el alimento es necesario para la existencia del hombre.
Segundo: la pasión entre los sexos es necesaria y se mantendrá prácticamente en su estado actual
[10]. Ambas leyes exponen la necesidad del alimento y la reproducción de la especie. La supervivencia consiste en comprender el crecimiento de la población y la reducción del alimento en la tierra. Continúa Malthus: “Ninguna pretendida igualdad, ninguna pretendida ley agraria, por muy radical que sea, podrá eliminar, por un siglo siquiera, la presión de esta ley[11].  Malthus emplea una lógica de que a mayor crecimiento de población mayor necesidad de consumo de alimento, inmediatamente cedemos a esta lógica, lo cual nos lleva a reconocer que a falta de territorio y producción de alimento es necesario expandir la población a otros confines, o arrebatar el territorio de otras poblaciones: “La abundancia de tierras fértiles, baratas, e incluso gratuitas, es un factor de población de grandes potencias, capaz de vencer a todos los obstáculos.[12]



   Esto hace inferir una justificación del expansionismo militar del Imperio británico hacia sus colonias, que análogamente será vinculado por Darwin en la selección natural y el derecho del más fuerte. Símbolos propios de una fisiocracia capitalista que comienza a desarrollarse a gran escala en el siglo XVIII, teorizado por Adam Smith en 1776 en La riqueza de las naciones y ejecutado por las revoluciones industriales de los siglos XVIII y XIX de la Gran Bretaña.

   Este antecedente es a mi juicio de gran importancia en el momento en que Darwin construye sus teorías, ya que es poseído por el espíritu de su época, es parte de una serie de procesos históricos que lo involucran a desempeñarse en un movimiento social, político, económico e ideológico. La influencia del Ensayo sobre población, llevó a Darwin a plantear sus postulados sobre el origen y evolución de las especies. Malthus acuña el concepto de la lucha por la existencia y Darwin plantea el proceso legítimo de una ley natural, en donde la capacidad de las especies para adaptarse y vencer a otras, no sólo ayudará a su supervivencia, sino que trasmitirán sus cualidades a los descendientes.

   Quiero indicar a continuación algunas citas recopiladas sobre la selección natural, las cuales me interesan al verlas vinculadas con el impacto social que éstas conllevan en las prácticas sociales.

   “una especie dominante que ha vencido ya a muchos competidores en su propia patria tenderá a extenderse y a suplantar a muchas otras, y de este modo detendrán el desordenado aumento de formas específicas del mundo.[13]

   Este fragmento puede ser empleado como una justificación del expansionismo de naciones poderosas en territorios de poblaciones débiles, así como la aniquilación de otros seres. Puede justificar indirectamente el extermino cometido por los colonos británicos hacia los aborígenes previamente establecidos en territorio americano. Esta interpretación del dominante que necesita ampliar su territorio para sobrevivir y abastecerse de alimento, no es tan distante a los postulados que plantea Malthus. La selección natural, es para Darwin, un principio de conservación y supervivencia donde los más aptos han de prevalecer ¿quién es el más apto? No necesariamente el que posea mayor voluntad de vida, sino el que tenga las herramientas de dominio suficientes y, en los humanos es fácil constatar que no necesariamente quien está al mando de una patria es propiamente el más apto.

   “Las especies inferiores y sencillas persistirán mucho tiempo si están bien adaptadas a sus más simples condiciones de vida”.[14]

   Establecer una jerarquía arbitraria de superior e inferior no es un deber o una estimación natural, pues ésta, así como la ciencia, no tiene conciencia de sí misma. La naturaleza no clasifica, no opera mediante un poder metafísico, no posee una razón ordenadora. La razón es propia del ser humano, por ello es capaz de clasificar y ordenar en jerarquías de acuerdo a su justa medida. El progreso de una organización determina la precariedad en otras organizaciones que están bajo su dominio. Puede inferirse en un sentido social y humano, que las colonias sometidas, para sobrevivir mucho tiempo, deben adaptarse a las formas de explotación en las que se encuentra su condición de vida. Es absurdo remitir estos postulados de Darwin a un proyecto cientificista con miras a la recreación de un imaginario ideológico para sustentar una hegemonía política, sin embargo es imprescindible descartar el contexto cultural del siglo XIX en la Gran Bretaña, el desarrollo tecnológico y la explotación colonial de aquél entonces, así como el imponente desarrollo de un capitalismo atroz. Aún separando ese aspecto de la historia interna de nuestro naturalista inglés, es importante observar el impacto de sus teorías en la sociedad por medio de la educación, donde las instituciones culturales tienden a reproducir las ideologías dominantes, punto que abordaré más adelante.

   As natural selection acts solely by the preservation of profitable modifications, each new form will tend in a fully-stocked country to take the place of, and finally to exterminate, its own less improved parent-form and other less-favoured forms with which it comes into competition. Thus extinction and natural selection go hand in hand. Hence, if we look at each species as descended from some unknown form, both the parent and all the transitional varieties will generally have been exterminated by the very process of the formation and perfection of the new form”.[15]



   Darwin empleó conceptos como patria y país en reiteradas ocasiones. Al encontrarme con este detalle en los textos traducidos al español y comparar diversas editoriales, percaté grandes cambios en la estructura de los enunciados, principalmente en textos utilizados para la enseñanza básica, los cuales modulan el contenido, sin embargo los conceptos utilizados por Darwin como patria, país y nación, así como analogías en proposiciones que involucran fenómenos y prácticas semejantes entre humanos y animales, constituyen un signo bastante peculiar. La importancia de este fragmento no es sólo intentar constatar que para Darwin la selección natural es una ley que ordena, clasifica y conserva las formas de vida útil para la supervivencia de una especie, sino además, como parte de esta ley irrevocable, hay la posibilidad de exterminio al manifestarse la competencia de una especie dominante sobre otras, dicha ley natural selecciona en miras de una perfección. La lógica del proceso es válida -es difícil no estar persuadidos por la idea de una lucha constante de unos con otros, así como el triunfo de los más fuertes en dicha competencia-, pues nuestra “lógica cotidiana” gira en torno a marcos conceptuales  determinados por una regla develada por la ciencia y, si lo dice la ciencia, bastante tendrá de cierto. Sin embargo es la razón ordenadora quien interpreta a la naturaleza y la dota de una voluntad consciente, lo cual no es otra cosa que una visión antropocéntrica que interpreta y otorga un sentido a los hechos. Historia externa e historia interna se combinan en todo análisis de la realidad, es imposible que un científico se construya de manera ahistórica y que cancele la posibilidad de verter sobre su razón otros marcos conceptuales que lo influyen.

    Ya hablamos de Malthus, de la fisiocracia, del imperialismo, de los fenómenos políticos, económicos y culturales que rodearon a Darwin más allá de sus viajes y su vida de burgués. A su vez: “Darwin logró persuadir, durante el tiempo que empleó en elaborar su teoría evolucionista, de que era un ingrediente normal de la herencia intelectual de Occidente[16]. Empleó los conceptos necesarios, comprendió el ritmo progresista otorgado por la Ilustración, tomó distancia con rigor científico de interpretaciones morales o éticas, y se enfocó a desarrollar su estudio de manera “objetiva”. Se valió, como en toda revolución científica, de las investigaciones de sus predecesores, conceptos como la lucha por la existencia lo demuestra. Incluyó en la medida de lo posible todas las ideas que fortalecían su teoría evolucionista, en donde su plataforma biológica lleva ya en sí el sello de la época, una visión histórica progresista, un ideal de perfeccionamiento y competencia. Sin duda alguna Darwin es parte de la ideología iluminista, pero también del naciente liberalismo económico, donde el capitalismo pone en marcha la industria, la tecnología y la colonización de territorios, que como Malthus, se comprende en una lógica por la supervivencia de la especie. Por ello interpreto la carencia de toda inocencia en las alusiones de patria y país empleadas por el científico, dichas expresiones, recientes para la época, no pueden pasarse por alto al emplearse como analogías de una competencia correspondiente a la organización animal y a la organización política.

   La recepción de los postulados científicos, en este caso, la selección natural, son de enorme impacto para la sociedad, principalmente en lo que refiere a la educación y los libros de texto. Si bien la creación científica no tiene fines didácticos y, como dice Kuhn, el científico es una especie de tradicionalista que actúa en base a los marcos conceptuales válidos por su tradición, y que esa aparente deficiencia es lo que permite, en algún momento la transición a nuevos paradigmas en el momento de dilucidar alguna variante, o algún resultado no esperado, es sin embargo, en las instituciones educativas desde la enseñanza básica, un modelo empleado de reproducción ideológica.

   Al niño y al joven estudiante no se ayuda a motivar el sentido crítico, tampoco la interpretación de la historia o de la ciencia, por el contrario, se instaura una tradición casi dogmática del conocimiento. La enseñanza en las instituciones educativas está dirigida a describir el objeto del conocimiento, no comprenderlo, mucho menos cuestionarlo. Esa fue mi experiencia en la educación básica y me atrevo a decir que es el método que se continúa empleando hoy en día, aún en las academias especializadas. El alumno de nuestras instituciones educativas al perseguir el conocimiento termina por beber de una nueva fábula de “verdad”.

    Me permito confesar estas experiencias, pues yo mismo las he padecido. En una ocasión, charlando con un grupo de compañeros de la licenciatura de filosofía, abordábamos el tema de la presentación de ideas propias y no caer en la acumulación de pensamientos de grandes personajes que habrán de eclipsar los propios. Mis compañeros consideraban darse ese permiso de hablar hasta el momento de ser poseedores de un título de grado, un “doctorado”, aludiendo a que nuestro aprendizaje es “evolutivo”, el cual “progresa” en la medida de mayor recorrido en la recopilación de conocimiento, de lo contrario, lo único que podrían decir serían incoherencias y estupideces. Tal vez esa autoestima tan decadente no obedece a la precariedad del amor propio, sino a un fenómeno otorgado por la tradición educativa, la cual toma como grandes verdades, grandes símbolos y grandes ídolos a los pensadores que han forjado nuestra historia y, de manera indirecta, a nosotros mismos. El gran peligro es que cuando estos compañeros lleguen a ser eminentes catedráticos, doctores en filosofía, ya no sabrán pensar, o lo harán en función de los símbolos sagrados que han adorado y heredado durante toda su formación académica.     



    Nuestra bella filosofía  no debe constituirse sobre aquella base disecadora. Nuestra tarea no debe enfocarse al adiestramiento por medio de las herramientas de una tradición. Hay que atreverse a interpretar los hechos con utensilios que estén más allá de los hechos rigurosos. El científico acostumbra abordar sus investigaciones en base a modelos establecidos, los cuales otorgan resultados esperados, el paradigma se rompe cuando el método, por algún motivo, deja de funcionar al ofrecer lo inesperado, a su vez el científico debe tener la capacidad de reconocer y posteriormente interpretar los acontecimientos del fenómeno. El filósofo por su parte ha de basarse en la constante interpretación de los hechos, asumiendo la constante equivocación; afinando los grandes errores de este proceso interno, para en algún momento afianzar, alegremente, la inocencia del devenir. De lo contrario seremos incapaces de comprender las grandes confusiones de nuestro entendimiento.

   Para concluir y retomando la interpretación de la selección natural, ésta fue adoptada por nuestra tradición educativa como una verdad acabada, o en cierto sentido, las polémicas no hacen tensión en la lógica de poder que expresa, el sometimiento del débil ante el fuerte es rotundamente válida, así como la implantación de un modelo progresista de la cultura (un símil de la evolución de la historia). Se crea una dimensión entre la vida práctica y el esquema conceptual, pues así como Darwin es capaz de inocular el concepto de patria en su obra, justifica la aniquilación y el exterminio de otras en utilidad de la especie dominante. Teoría cuestionable desde su propio lenguaje y también bajo su propio terreno, pues la complejidad de un organismo mamífero, evolucionado, puede sucumbir ante la invasión de organismos más simples en su estructura, como lo son una bacteria o un virus. Sin embargo la ideología dominante lleva ya en sí misma una propia mitificación con máscara de progreso, la cual es aceptada por la sociedad y reproducida por los organismos institucionales de la educación.
  
   La educación imparte cátedra como un sacerdote catecismo, a su vez la baja intención de fomentar la reflexión llevan a revolver conceptos y transgredir preceptos al establecer posturas en un recinto académico. La sociedad y gran parte de sus individuos, inmersos en el paradigma, a falta de una correcta educación e interpretación, confunden la gran distancia existente entre ley y teoría, a su vez se corona este error con la postulación de una verdad universal.

    La ciencia no habla de verdades, la ciencia valida sus hipótesis y las convierte, mediante diversos procesos en una ley. La verdad es propia del campo de la filosofía y el quehacer cultural dentro de una sociedad. Considerar una teoría con el valor de “verdad” conlleva a la invasión del terreno de las prácticas morales del hombre. El concepto de patria y país involucrados por Darwin dan esa pauta. Se están moralizando postulados de la ciencia, los cuales al aceptarse lógicamente, podrá justificar el dominio de patrias o países poderosos sobre los que se encuentran en gran vulnerabilidad. Podemos aceptar que esta lógica trasciende a las prácticas del individuo en su comunidad y justificar los atropellos de la dignidad humana. Si aceptamos esta dinámica, la naturaleza estará actuando en base a una consciencia propia,  seleccionando a los más ávidos de poder y exterminando en base a sus leyes a los débiles, entonces hemos de asumirnos como fuertes y cancelar a los otros. Un círculo vicioso que lleva a la deshumanización, explotación y utilitarismo; ver al “otro” siempre como un medio para nuestros fines, sin percatarnos de que somos a su vez el medio de otro que consagra sus apetitos al explotarnos como una herramienta de trabajo. Basta vincular estas teorías de perfeccionamiento de la especie en los idearios nazis, o al incremento de la tecnología como reflejo del progreso y perfeccionamiento de materiales bélicos que instauran la supremacía de una patria, país o nación. Las bombas atómicas de la segunda guerra mundial que conllevaron a la hegemonía estadounidense; la guerra por la democracia, la guerra contra el terrorismo, la guerra por la “justicia”… guerras “santas”, cruzadas modernas. Sin embargo, detengámonos a pensar sobre estos procesos y tomemos una actitud introspectiva sobre la ciencia y los perjuicios agudizados por el  alejamiento histórico y filosófico en este arte.  

   “Hoy en día, los que enseñan a hacer este trabajo, son historiadores, no filósofos. No cabe duda de que éstos podrán aprender; pero en el proceso, como ya lo sugerí, probablemente se volverían historiadores. Desde luego, yo les daría la bienvenida, pero me entristecería que en la transición perdieran de vista sus problemas, riesgo que considero real. Para evitar esto, exhorto a que la historia y la filosofía de la ciencia continúen como disciplinas distintas. Hay menos probabilidad de que lo necesario se produzca por matrimonio que por diálogo activo.”[17]

  




[1] Kuhn, Thomas. La tensión esencial. FCE. México DF 1996. pp258
[2] IBID pp258
[3] IBID pp 134
[4] Nietzsche, Friedrich. Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida. Tecnos. Madrid. 2003. pp 45
[5] Nietzsche, Friedrich. Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida. Tecnos. Madrid. 2003 pp 46
[6] Nietzsche, Friedrich. Más allá del bien y del mal. Alianza. España 2004. pp 107
[7] Yu Cao, Tian; La revolución Kuhniana y el giro posmodernista en la historia de la ciencia. UNAM. México DF. 1998. pp 37
[8] Adorno, Theodor; Dialéctica de la Ilustración. AKAL. Madrid. 2007. pp 97
[9] IBID pp 162
[10] Malthus, Robert; Primer ensayo sobre la población. Gernika. México DF. 2010. Pp 52
[11] IBID pp 55
[12] IBID pp 106
[13] Darwin, Charles; El origen de las especies. UNAM. México DF. 1997. Pp 201
[14] IBID pp. 201
 [15] Darwin, Charles; The origin of speices. The Harvard Classics. New York, USA. 1909. pp 179

[16] Kuhn, Thomas. La tensión esencial. FCE. México DF 1996. pp 163
[17] IBID pp 45


La sombra de Prometeo

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