Por E.R.
No interesa hablar del Ser desde
la perspectiva que crea el estudio de la ontología, menos aún de la metafísica
y más lejos todavía de la religiosa. Hablemos del Ser como lo que hace que algo
posea contenido, sentido, forma y reconocimiento, es decir, el Ser como lo que
permite crear, explicar y comprender. Un mero convencionalismo. Sin embargo
logra trascender y aferrarse a la existencia, traspasa los límites de la
temporalidad. Los “grandes” filósofos se caracterizan por poseer fascinación -muchas
veces morbosa- en definir o anunciar lo que el Ser supone Ser. Definir al Ser
equivale a crear una visión del mundo específica, develar al Ser crea una
visión única del mundo. El gran filósofo es el eterno perseguidor del Ser, el gran
deconstructor y constructor de mundos.
El filósofo no es otro sino aquél
que encuentra su obsesión en el fetiche del ideal. La ambición morbosa le llevó
a transfigurar el mundo ¡Si el ideal no es perceptible, si no lo puedo abrazar,
mamar, sostener, ver, masticar, patear, es entonces que existe en otra realidad,
no aquí! A su fetiche le llamó: Ser.
El filósofo es el artista que
crea en su obra una visión del mundo y el universo, la cual trata de llevar a
todas partes, a todo lugar, insiste en penetrar los rincones más oscuros e
imponer su voluntad, su verdad, pues su verdad es el Ser. La voluntad del saber
es en mucho la voluntad de poder más despiadada y ambiciosa.
El ideal habla: -Impongo mi
verdad ante todos, mi verdad ante el mundo, ante ti, quiero crear un modelo que
me permita conseguirlo, pues quiero adueñarme de cuanto más sea posible,
reproducirme en la eternidad, transcender y vencer a la muerte, crear el mundo
a mi imagen y semejanza-.
A nadie le importa la verdad, la
verdad es un método del poder. La verdad nunca se muestra desnuda como se hace
creer, a la verdad le gusta llevar la espada, mientras más contundente sea el
filo más letal su golpe. La espada platónica continuó trabajándose en los
talleres medievales, el cristianismo terminó de forjarla. Todos los filósofos fueron
cortados en molde por la misma espada: idealistas, metafísicos, cristianos,
existencialistas, nihilistas. Hasta el molde del ateo fue cortado con la misma
herramienta.
Si Dios es la verdad y Dios es el
Ser, en nuestra visión occidentalizada, todo lo que contiene a este elemento es
su Ser, es decir todo “es” en relación a su causa… sin embargo la tan mentada
frase literaria: “Si Dios ha muerto todo está permitido”, nos lleva a la muerte
del Ser, a lo que Nietzsche presenta como la entrada al nihilismo occidental.
Se pierde la causa y en consecuencia su efecto también está desposeído de
sentido, de “ser”, el hombre es un absurdo, carente de valores, verdades, fe e
ideales.
El filósofo tiene su gran
momento, si no hay Ser entonces hay que crearlo, pero es, quizá, que ese
agonizante fetiche no está usando sino otra de sus estrategias de
supervivencia. El Ser, aquél que ha creado al mundo occidental durante algunos
miles de años, no está muerto, su presencia se hace constatar en todas las
valoraciones que dan “sentido” a la existencia humana: libertad, igualdad,
fraternidad, tolerancia, felicidad, amor… ¿No son estos valores modernos,
insignias de la gran revolución, estandartes del mundo capitalista? ¿No son
también para el ateo una bandera y una conquista? ¿No son estos valores herencia del cristianismo?
El Ser nació en un ideal y se
transformó en verdad. No hay verdad que no termine sosteniéndose en la fe, y no
hay verdad que no valga en su aplicación práctica y acción moral. Hoy en día a
nadie le importa el ideal, la verdad o la fe, lo que hoy se representa como
deber e imperativo, es el gran conjunto de valoraciones que día con día están
en la boca de todos los desgraciados y todos los protectores de la supuesta
dignidad humana; perseguidores de la libertad, amantes de la igualdad y deseosos
de venganza, pues el instinto cristiano está lleno de ella: la valoración del resentimiento
que esconde al egoísmo monstruoso del Ser.
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