La desgracia de Eros

Por Brenda Pichardo


-¡Qué! ¿Eros es mortal?
-Como dije antes, es una cosa intermedia
entre lo mortal y lo inmortal.
-¿Pero al final qué es?
-Un gran demonio, Sócrates,
porque todo demonio ocupa un lugar intermedio
 entre los dioses y los hombres.

Diálogos de Platón: El banquete o del amor

En un breve recorrido por el callejón de la amargura o el purgatorio de las almas perdidas, es decir, por la siniestra travesía del amor, se deja ver como una sombra, el discreto encanto de la economía, parafraseando a Luis Buñuel con su película El discreto encanto de la burguesía.

Durante la época medieval, eso que llamamos amor, ya era una negociación fundamental para la estabilidad del imperio: doncellas y caballeros de la nobleza eran el objeto a intercambiar entre naciones, estados, o imperios, en pro de la paz y la estabilidad. Los matrimonios eran arreglados con la finalidad de que el monopolio del poder quedara en la monarquía.

Si las costumbres, la forma de gobierno y el sistema económico han cambiado, el amor no es una excepción. El erotismo emerge ahora como una forma de transgresión. Frente a éste, nos hallamos ante una especie de válvula de escape. Lo incontenible del ser se transfigura en una renuncia a las formas de amar establecidas: ¿es una proximidad a la emancipación del ser la práctica de un erotismo transgresor? El paradigma heterosexual es muestra de la tendencia teológica del ser humano a concebirse como el producto de un Dios. Y se especializa en reivindicar a la religión judeocristiana: el redentor que  creó el mundo decidió que lo natural es el amor entre hombre y mujer.


Pero si acaso esa atracción <> entre mujer y hombre es la huella del animal en cautiverio que somos, entonces, ¿por qué el objeto de deseo se individualiza? Cioran se cuestiona: “Los teólogos sostienen que la forma primordial del amor es el amor dei: los demás no serían más que sus pálidos reflejos. Algunos panteístas de tendencias estetizantes optan por la naturaleza, y los estetas puros por el arte. Para los adeptos a la biología es la sexualidad como tal, sin afectividad (…) ¿Quién se ha suicidado a causa de Dios, de la naturaleza o del arte  - realidades demasiado abstractas para que puedan ser amadas con intensidad? El amor es tanto más intenso cuanto que se halla vinculado a lo individual, a lo concreto, a lo único”. El Eros se consume en el culto recíproco de los sexos.

“Toda inclinación tierna, por etérea que afecte ser, sumerge todas sus raíces en el instinto natural de los sexos, y hasta no es otra cosa más que instinto especializado, determinado, individualizado por completo. (…) El fin de toda empresa amorosa, lo mismo si se inclina a lo trágico que a lo cómico, es en realidad, entre los diversos fines de la vida humana, el más grave e importante, y merece la profunda seriedad con que cada uno lo persigue. En efecto; se trata nada menos que de la combinación de la generación próxima”, decía Arthur Schopenhauer sobre el amor.

¿Qué hay detrás de todo este discurso biologicista sobre el amor? Quizá si todos experimentáramos la desgracia del amor pero de forma simultánea, adquiriríamos el bienestar de la locura, menospreciaríamos el desafío de estar cuerdo. Sin embargo, la necesidad cotidiana nos aborda inevitablemente, sin resquicio: conseguir ingresos. ¿Eso resume nuestro día a día? Debe haber algún acontecimiento que nos absorba además de sobrevivir.

Cuando la soledad comienza obsoleta, sin proponer su final, uno se acostumbra a un ir y venir de monólogos extravagantes: ¿Qué nuevos ojos osarán distraerme por enclavarse en mí y notar mi presencia? ¿Qué película veré hoy? ¿Aún estará en el aparador la chamarra que me gustó? ¿Al pastor o de suadero? Exclamaciones rutinarias cometen el pecado de distraernos de lo importante. ¿Pero qué situación ha de ser tan importante para que me interese, aún sin haberla vivido? Si no nos vemos involucrados en la muchedumbre que murmura un suicidio, un asalto, un asesinato, escases de trabajo, un  embarazo inesperado, sexo barato, una cirugía mal ejecutada, el bajo salario, etcétera, no hemos de mostrarnos solidarios; hasta el momento, es indiferencia y no silencio. Entonces llega la palabra conocida, la muestra de unanimidad ante lo importante: los problemas del desamor o,  amor inconcebible, ¿cuánto tiempo más hemos de seguir dando poderío a tal desgracia? La desgracia del amor, de Eros. Es el suceso que más ha mejorado el camino hacia la perdición. El que rompe con la soledad monótona.


Nótese la indiferencia cuando atravesamos el estado de soledad obsoleta, y la radical subvención requerida para superar la desgracia del amor. Al ver la tristeza en alguien que atraviesa dicho estadio, todos nos comportamos convalecientes al creernos expertos  en el amor, ya sea trágico o beato. Pues en este mundo de diferencias, discriminación y menosprecio, no siempre la persona elegida nos corresponde.
Es un estado que la naturaleza no debe superar, pues de ello depende la conservación de la especie, postularía nuestro querido Schopenhauer en El amor, las mujeres, y la muerte.

Y no sólo de ello depende hipotéticamente la especie, sino la economía: el objeto de deseo se traslada a lo material, de lo afectivo se pasa a lo consumible: el tecno erotismo es una forma circundante de practicar el amor. La vestimenta, el sistema de moda en la ropa es otra vertiente del tecno erotismo: el consumo simbólico de valores que promueven diversas prácticas de la sexualidad, por ejemplo el uso de falda y vestido en la mujer, corbata en los hombres. Para Ser hay que tener, poseer, y ¿en qué se basa el amor erótico, si no es en el deseo?

El cielo mantenía un aspecto reconfortante, albergador, resplandecía con tonos dorados y suaves anaranjados, en un ambiente cálido y de modorra; había terminado mi sueño... Entonces un placer fino y discreto, con un poco de secreta alegría y conformidad, se introdujo en mi pensamiento y, al disfrutar de mi sosiego ante el atardecer que invadía mi ventana, contrasté dicho placer con  el dolor de la muerte: si morir fuese lo más alejado del sufrimiento, y se tornase en un sentimiento como el que irrumpía en mí, con alegría y confort, mientras más cerquita nos rozará el final todavía más pulsaríamos en el placer al dinamitar en un orgasmo... Sí así fuese morir, entonces el dolor estaría reservado para el momento de la cópula. La natalidad disminuiría: ¡Ah, y ¿no es ya el parto algo en suma doloroso?! ¡Oh!, a menos que sea el cobro al placer previo: la concepción no es en razón de gratuidad. La redención del placer al crear vida, reivindicada mediante el dolor del parto. La naturaleza tiene varios juegos, nos engatusa.  ¿Así procede la conservación de la especie? Sí ésta hipótesis demostrara veracidad, el placer es un arma de procreación; por lo tanto el amor sería una desgracia, y ante todo una ilusión.


Morir, morir, enloquecer... una completa dispersión. Y ¿qué podríamos calificar de bonito y gratificante? Ya que no tomaremos morir y enloquecer como lo bello, hagamos referencia a lo tenebroso de la vida, eso que nos orilla a la muerte y la locura: la desgracia del amor. Una pérdida inexpugnable, alusiva a desamores y muertes físicas; ¿quién no ha padecido algunas de éstas pérdidas, e incluso ambas a la vez? Cuando el amor se convierte en sobrevivir, o mejor expresado: ¿Cuándo el amor se convierte en sobrevivir? En un momento en el cual concientizamos lo efímero de las pérdidas, ya no sobrevivimos, vivimos. Mientras tanto un juego de ilusión nos compromete: lo demás está en desenfoque y sólo distinguimos lo bello del amor.
La continuidad de nuestras pulsiones: no se come una sola vez en la vida, así como no se hace el amor de una vez y por todas. Y la continuidad de pulsiones se torna en un recio sobrevivir, ya que no dormimos sólo una vez para seguir en vigilia indefinidamente. Hay una preservación mediante la satisfacción de nuestras pulsiones.

Si bien físicamente uno puede contener bienestar promedio en el cuerpo mismo al tal grado de considerarlo bello y estético, también procurar mantener actualizada la cultura poseída alimentándola de sublimes textos, películas, etc., nuestro intelecto y personalidad forman sólida satisfacción; entonces es predecible saber ante tal información de la realidad mediada por el arte ya aprehendido, de la parte sentimental de nuestro ser: ha de ser la más desgarrada, mientras siente y resiente las graves contrariedades de la existencia cotidiana para con sus más nobles aspiraciones, simples ideaciones. Ante dicha aflicción, ¿ha de haber un rescate?
“en una palabra: que con razón, sin razón  o contra ella, no me da la gana de morirme. y cuando al fin me muera, si es del todo, no me habré muerto yo, esto es, no me habré dejado morir, sino que me habrá matado el destino humano.”[1]


Si los sufrimientos no se agotan; los crímenes no cesan; la barbarie de la violencia perdura; abunda la indiferencia y las denuncias reinciden... algo se repite, se reproduce, un mal necesario: nuestra existencia.
Fatalismo, trágico e iracundo pensamiento, sin mayor fuerza a la de un pestañeo.
El cuerpo resulta una calamidad.

El erotismo de los cuerpos tiene de todas maneras algo pesado, algo siniestro. Preserva la discontinuidad individual, y siempre actúa en el sentido de un egoísmo cínico. El erotismo de los corazones es más libre. Si bien se distancia aparentemente de la materialidad del erotismo de los cuerpos, procede de él por el hecho de que a menudo es sólo uno de sus aspectos, estabilizado por la afección recíproca de los amantes.

Georges Bataille








[1] De Unamuno, Miguel, “En el fondo del abismo”, en Del sentimiento trágico de la vida, Barcelona, Altaya, 1998, pp. 122 – 133. 

La sombra de Prometeo

No hay comentarios:

Publicar un comentario