Josué Isaac Muñoz
Núñez.
La filosofía de Sade es compleja:
muchas veces se le malinterpreta o se le ignora; sus palabras se toman por la
de algún loco, hereje, ateo o ignorante. Yo veo lo contrario; observo que hay
que leerlo con la misma atención con que se lee a Platón, Kant o Heidegger. Por
lo tanto, pretendo mostrar el cuidado con que Sade hace de su filosofía un sistema. En otra palabras, que su
pensamiento es consecuente y coherente.
El ensayo
tiene por tema el crimen. El concepto debe ser desarrollado desde varios puntos
a tratar como la materia, el placer del crimen, la fuerza y la naturaleza. Por
esto mismo, el ensayo se divide en pequeños apartados donde explicaré qué es la
materia, el hombre, la naturaleza y el crimen. Todo con la finalidad de
demostrar que el crimen es necesario, y se justifica en la naturaleza.
El fundamento de la materia para Sade
Para
adentrarnos en la filosofía de Sade es importante entender qué es la naturaleza
para él. Este concepto se entiende como el conjunto de fenómenos materiales, en
otras palabras, que toda la materia es naturaleza, y toda la naturaleza es
materia. Son equivalentes materia y naturaleza. Asimismo nos dice en Juliette: el universo se mueve por su propio
impulso, y las leyes eternas de la naturaleza, inherentes a ella misma, son
suficientes, sin una causa primera, para producir todo lo que vemos; el
perpetuo movimiento de la materia lo explica todo[1]
Su filosofía se
basa en el movimiento inherente de la materia, todo lo que existe es en ella,
incluso su fuerza motriz. El principio de que la materia sea fuerza inmanente
niega de sí todo fundamento externo, sea metafísico, religioso o místico; no
necesita nada ajeno a ella para subsistir. Si el universo es la totalidad de la
materia, y la materia es un constante desarrollo, entonces, el universo es la
totalidad de la materia en constante desarrollo.
El ser humano como ser material
Al respecto del ser humano, éste al ser parte de ella no es libre. Todos
sus actos son efectos de causas materiales; su cuerpo y su mente son objetos
subordinados a la materia. Nuestro cuerpo responde con sensaciones de dolor,
placer, frío, calor; la razón responde con ideas de miedo, enojo, compasión;
nuestro hacer moral, también sujeto a la materia, actúa con actos virtuosos o
viciosos:
“Todos los efectos morales
responden a causas físicas a las que están encadenados irresistiblemente. Es el
sonido que resulta del choque del palillo con la piel del tambor: si no hay
causa física, no hay choque, y, necesariamente, no hay efecto moral, es decir,
no se produce el sonido. Ciertas disposiciones de nuestros órganos, el fluido
nervioso más o menos irritado por la naturaleza de los átomos que respiramos…
por el tipo o la cantidad de partículas nitrosas contenidas en los alimentos
que tomamos, por el curso de los humores, y por otras mil causas externas,
determinan a un hombre al crimen o la virtud y a ambos a la vez, con frecuencia
en un mismo día: este es el choque del palillo, el resultado del vicio o de la
virtud; cien luises robados del bolsillo de mi vecino, o dados del mío a un
desgraciado, es el efecto del choque, o el sonido[2]”.
Las causas materiales nos llevan a actuar hacia la virtud o el vicio,
pero también nuestra estructura física tiene un lugar importante. El cuerpo
como espacio donde convergen causas y efectos tiene sus propias inclinaciones:
podemos cometer crimen por comer algo, pero también podemos disfrutarlo. Esto
se debe, porque, al no haber principio moral, religioso o universal, la verdad
depende de nuestra experiencia; si siento placer en algo, eso será mi verdad.
Por ejemplo, cuando algún libertino como Noirceuil, Delbene o Dorval
reflexionan sobre el crimen y su explicación, todos ellos llegan a un principio
común: actúan para su propio placer, son egoístas: “me gusta el mal, […]: puedes ver que también aquí soy egoísta, como en
todas las otras ocasiones de mi vida[3]”.
El criminal, por lo tanto, sólo sigue la verdad que su cuerpo le da. El
crimen para él es su placer, pero ¿Cómo justificarlo?
El crimen y su justificación
El crimen en palabras de Noirceuil es “toda contravención formal, sea fortuita, sea premeditada, de lo que los
hombres llaman leyes[4]”.
Éste puede ser cometido con un propósito o por alguna otra causa. Me
interesa el cometido por intención, pues es el que Sade defendió.
Como ya vimos más arriba, el hombre está sojuzgado a la naturaleza; no
puede actuar según su voluntad sino según las causas. El crimen es un efecto de
éstas, y tiene su fundamento en los conceptos de fuerza y naturaleza,
ambas causas materiales.
El concepto de Fuerza lo usa
Sade para establecer la desigualdad en los hombres; nos dice, “una sola diferencia distingue a los hombres
en la infancia de las sociedades: la fuerza[5].”
Ésta es inequitativa, y al serlo da por sustentado que existan hombres fuertes
y débiles. La naturaleza al dar fuerzas desiguales permite y justifica, de
cierta manera, el crimen: “ya tenemos
aquí un robo establecido; porque la desigualdad de esta repartición supone
necesariamente una lesión del fuerte sobre el débil, y esta lesión, es decir,
el robo, la vemos decidida, autorizada por la naturaleza, puesto que da al
hombre lo que debe conducirle necesariamente a cometerla[6]”.
Por lo tanto, la fuerza es la capacidad que tiene el hombre para
diferenciarse de sus congéneres, logrando que el crimen sea establecido.
El segundo concepto, también justifica el crimen. La naturaleza es un
orden coherente y armónico que se desarrolla por sí misma; este orden se basa
en la diferencia, en la lucha de contrarios que es destrucción y creación: “Sus leyes (de la Josuénaturaleza) se sostienen gracias a una mezcla
absolutamente igual de lo que llamamos crimen y virtud; renace mediante
destrucciones, subsiste mediante crímenes; en una palabra, vive gracias a la
muerte[7]”.
Ya observando como estos dos conceptos justifican el crimen, se entiende
ahora que éste no es un mal para la sociedad, sino un efecto necesario para el
desarrollo de la naturaleza. La materia vive de esa dualidad. Si todo fuera
creación, no habría lugar para nadie ni nada. La destrucción permite que el
universo siga su flujo sin detenerse, porque de sus mismos elementos derruidos
surge su fuerza creadora. Así pues, los criminales no son monstruos, son
sujetos necesarios para un orden material.
Como ya dijimos en el apartado anterior, la única verdad es la que yo
puedo experimentar con mi cuerpo; pues todo es materia y no hay más que eso. El
criminal siente placer en el vicio, y éste tiene su sustento en la naturaleza y en la fuerza que lo hace capaz de realizar el crimen. Pero este crimen se
anula en la naturaleza, si pensamos que todo mal sólo afecta al ser humano, ya
que, tal mal no existe fuera de nuestra percepción: “El alegato de Sade llega a tales límites en su energía que termina por
liberar al crimen de toda criminalidad. [...]Pero volcanes, incendios, el
veneno, la peste, si no existe Dios y el hombre no es otra cosa que un vapor,
si la naturaleza lo consiente todo, las devastaciones peores se diluyen en la
indiferencia[8]”.
El crimen cuando se juzga como un mal o una contravención
a las leyes, se hace desde una perspectiva humana, asunto que para la
naturaleza le es indiferente. Sólo afecta nuestra vida humana, pero no la vida
del cosmos; al universo le es indiferente el crimen, aunque necesario.
En conclusión, el criminal es efecto de la fuerza y naturaleza, sin
éstas él no es nada; del mismo modo, nuestros actos de virtud son efectos de
las mismas, pero viceversa porque somos débiles y no sentimos placer en el
crimen. Esto nos lleva a entender dos cosas, primero que el ser humano no puede
actuar de otra forma: su naturaleza ya está dada. Segundo, su actuar es
necesario e igual de importante que al de un huracán, una peste, un volcán
haciendo erupción, e incluso, la destrucción de una estrella; la importancia
del crimen se vuelve trascendental para el universo mismo, pues sin estos la
naturaleza se extinguiría. ¡Enorme dignidad ser criminal o virtuoso, pues ambos
son necesarios; aunque, ese orden sea indiferente a nuestra existencia, ya que,
únicamente somos materia!
No necesitamos más explicación del mundo: el mal se realiza porque es un
efecto de una causa, la naturaleza lo determina. Pero el ser humano es
consciente de su actuar; somos materia, sí, pero materia consciente. Para Sade
hay mal porque es necesario, y bien porque también, entonces la conciencia de
esto no sirve de nada: daría igual si fuéramos lobos y ovejas, pues nuestro fin
sería ser devorado o devorar. La conciencia modifica nuestra comprensión de la
idea causa-efecto, ya que sabemos cuál causa es necesaria y cuál no. El crimen
si lo disfruta el libertino, puede hacer abstracción de él, igual el virtuoso,
el mismo Sade preveía esto: “De la misma
forma, la conciencia es pura y simplemente la obra de los prejuicios que nos
infunden o de los principios que nos creamos[9]”.
Nuestra determinación no es total, Juliette es educada para el crimen,
pero sí esa educación hubiera sido otra, tal vez su naturaleza no cambiaría,
pero sí hubiera sido desarrollada de distinta manera. De igual manera Justine
hubiera logrado disfrutar del sexo de otra manera, si otros hubieran sido sus
principios, aunque su naturaleza perduró. Son ejemplos que debemos tomar con
cuidado, pues representan portadoras de la filosofía de Sade: no podemos ir más
allá de sus principios con ellas.
Cabe observar que el mal se anula en la totalidad de la materia, pero no
en la sociedad; si nuestro cuerpo nos da la verdad, el dolor que siento al ser
ultrajado es tan verdad como el placer que siente el que ultraja, no es
indiferente para nosotros, sólo para la materia. Ésta no es consciente, ni
reflexiva pero nosotros sí. Si nuestra conciencia se forma por los prejuicios o por los principios, podemos tener principios que
modifiquen nuestro actuar. Los prejuicios de causas externas, omnisapientes,
eternas, regulares y buenas en sí que fundamentaban al mundo, ya las atacó Sade
y la ilustración, ahora nos falta atacar los prejuicios del actuar humano; éste
al ser consciente puede medir sus acciones. Darse cuenta de éstas nos quita la
condición de ser inconscientes: el lobo no puede dejar de comer carne, pero el
hombre sí.
No
podemos ir más allá de la materia con Sade, pero sí podemos criticar esta
interpretación. Somos materia racional, tenemos la posibilidad de distinguir y
comprender el mundo. Esto sería la razón que es reflexiva. Si partimos de ésta,
se observa que el ser humano no actúa por mero instinto o reacción, sino por
reflexión. El criminal mismo, en los diálogos sadianos usa la reflexión para
justificar o para aumentar sus placeres. Por lo tanto, el sujeto no es un ser
pasivo, puede actuar. Sade nos diría que dejemos de preocuparnos por esto y
actuemos según nuestro cuerpo, pero al ser reflexivos nos queda preguntarnos
¿Es necesario nuestro actuar? es decir, ¿podemos ser libres? Esto no lo podemos
responder aquí, sin embargo, si lo podemos dejar como tema de reflexión.
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