Eduardo Ruiz
“Las mujeres hasta el presente,
han sido tratadas por los hombres como pájaros que, habiendo descendido de una
altura cualquiera, se han perdido entre ellos: como una cosa delicada, frágil,
salvaje, extraña, dulce, encantadora, pero también como algo que es preciso
poner en una jaula para que no vuele.”
Pensar a partir de Sade es imposible,
ya que para realizarlo debemos hacerlo desde una perspectiva situada más allá
del bien y el mal, es decir, en un panorama que sobrepase los límites de la
moral. Sólo mediante la superación del cristianismo es posible realizar tal
labor, de lo contrario, la interpretación sobre cualquier postulado de Sade
resultará contaminado con una serie de prejuicios y perjuicios, propios de una
herencia moral impartida en milenios. Empero, ¿Acaso nuestra blandenguería
moral y la supuesta muerte de Dios nos otorgan ese derecho? Nuestro tiempo
dista mucho de esa posibilidad. El mismo Marqués no lo consigue, se encuentra
inmerso en las valoraciones de un mundo cristiano que lo aplastan y encarcelan,
no obstante, mediante la literatura y elaboración de constantes y elocuentes
diatribas, escupe al cristianismo, pisotea sus símbolos y ridiculiza los más
altos principios de “Dios”. Creador de un nuevo tipo de mitología, con sus héroes
y altares, Sade se consagra como un ilustrado subversivo. Simpatizante del
sensualismo y la reivindicación de la naturaleza por encima de toda edificación
trascendente: Donatien declara la guerra. Si bien no implanta la nueva moral y
construcción de un “sistema”, sí coloca el dedo sobre la llaga -lo entierra y
disfruta abrir la herida- al describir
su proyecto imaginario mediante las bases de una filosofía dirigida al mañana. Sade
espera que sus textos lleguen a los indicados, a sus elegidos; libertinos,
voluptuosos de todas las edades y de todos los sexos, hacia ellos consagra sus
personajes y los preceptos fundamentales de su filosofía. Es el presente
escrito un pretexto, un mero capricho, para realizar un análisis sobre la
educación de la mujer, o las implicaciones feministas que Sade muestra en su
literatura.
Siempre es atrayente el discurso de poder,
más aún si exalta la acción material de dichas expresiones en la carne. Los
héroes de Sade son personajes que impactan en libertad de acción sus placeres
sin reparo alguno. Desenfrenados y libertinos que hacen estallar la carne al
apretujarla en el mayor de los delirios. Estos héroes ilustran la manera eficaz
de llevar a cabo la mayor utilidad del “otro” para el propio placer y la
auténtica gloria del egoísmo. El “otro” es propiedad del amo; el “otro” es la
negación que afirma al dueño; la nulidad del “otro” asevera la auténtica
propiedad de sí mismo, exalta el único principio válido para Sade, que es a su
vez la única virtud: el placer del deseo que se encaja en la carne del “otro”.
Carne viva, caliente, atravesada con la voluntad más íntima y poderosa
afirmación de la vida ¿Acaso no existe mayor afirmación de sí mismo en el goce
y el placer? Sin embargo la elocuente crueldad de Sade sólo se permite cobrar
vida dentro de su literatura, pues Sade es “otro” atrapado dentro de la
mazmorra cristiana, “otro” hijo devorado por el Dios padre. A pesar de ello nos
otorga bastantes elementos para consagrar el crepúsculo del cristianismo. Por
una parte indica que el verdadero dominio de las pasiones no está en su
anulación, tampoco en volverse esclavo de ellas, se trata de dominar el fuego
de la naturaleza por medio de la racionalización del deseo.
Filosofía en el tocador es una obra donde Sade
instruye a las jóvenes señoritas para liberarse de los yugos que la cultura
cristiana ha impuesto sobre ellas. Eugenia es una pequeña niña introducida en el mundo del libertinaje y la voluptuosidad, fácilmente puede
emparentarse con Julieta y con Justina, cada una de ellas recibe una
instrucción sobre estos menesteres, lo cual demuestra el interés de Sade en
mostrar a personajes femeninos como punto central dentro de sus obras. La
figura de la mujer en Sade es interpretada comúnmente como un instrumento de
satisfacción del deseo del hombre, un mero objeto hecho para ser poseído por el
miembro masculino. Toda feminista resaltaría el abuso y la transgresión, por lo
que cierra la posibilidad ante el lenguaje aniquilante de Sade –además de la ya
mencionada valoración cristiana- a nuevas interpretaciones de otro tipo de
feminismo.
Dolmancé -héroe bastante peculiar y uno de
mis favoritos, posiblemente es la autorepresentación del propio Donatien- junto a la Señora de Saint-Ange y Caballero, se
encargan de la cátedra sobre la filosofía de la voluptuosidad a la pequeña
Eugenia. Lo primero que hay que eliminar es el celo religioso que moldea los
límites de lo permitido en la educación moral. Mediante una hilarante construcción
de argumentos, reduce a Dios y a Cristo –que resultan lo mismo- a una mera
caricatura ridícula:
“¿Qué otra cosa veré en el Dios de
ese culto infame, si no es a un ser inconsecuente y bárbaro, que hoy crea al
mundo y mañana se arrepiente de su creación? ¿Qué puedo ver en un ser débil que
no puede lograr que el hombre responda como a él le gustaría? Esta criatura,
aunque creada por él, lo domina: ¡Puede ofenderlo y por ello recibir castigos
eternos! ¡Qué ser más débil ese Dios!”[1]
La primera parte del proyecto consiste en la
anulación de la ilusoria omnipotencia divina, un Dios débil sólo puede crear
debilidad y flaqueza; un Dios débil es construido por espíritus agotados o
seres hipersensibles, donde el mundo se les representa como un gran
padecimiento. Un ser atormentado por los deseos sólo puede redimirse en la
anulación de sus pasiones y entregarse a un soberano. La hipersensibilidad,
diría Nietzsche, es el tormento por las fuertes dosis de placer y dolor que, al
no poder contenerlas o digerirlas, desgastan la voluntad de poder. Mateo
aconseja: “Si tu ojo incita al pecado,
arráncatelo”. Dios arranca de sí mismo esa pequeña porción, se desgarra
ante el deseo y lo otorga a sus criaturas. La diatriba continúa en la imagen de
la deidad hecha carne:
“Quizá pueda imaginarse que esta sublime criatura
iba a aparecer a la vista de todo el universo sobre rayos celestiales y en
medio de un cortejo de ángeles… Pues no: ¡es en el seno de una prostituta
judía, en un corral de cerdos, donde se anuncia al Dios que va a salvar el
mundo!”[2]
El desprecio a la carne es un elemento
fundamental en la doctrina cristiana, pues la trascendencia del alma está más
allá de esa cárcel que se pudre, descompone y muere. Al ser el cuerpo un
elemento secundario, se expone entonces el origen terrenal de la carne divina
en un establo, rodeado de animales como espectadores de la gran venida del
Señor. La pureza es representada en la madre que parió a Cristo, una mujer
virginal, sin pecado concebido, pues es la sexualidad quien ensucia al espíritu
y es en la carne donde se manifiestan las degradaciones del alma. Cristo no
puede nacer de una concepción carnal, sino por medio de la fecundación divina,
tarea encomendada a un corsario sagrado. “La Anunciación” no es otra cosa que
una violación celestial disfrazada de pureza. No es ajena a la mitología la
encarnación de los dioses para preñar mujeres, Zeus posee a Leda al convertirse
en cisne; en otra ocasión al desear a Alcmena, adopta la forma del esposo
ausente y procrea a Heracles; otro ejemplo es el surgimiento del Minotauro tras
la voluptuosidad de Pasífae al encarnarse con el Toro sagrado. La doctrina
cristiana viene a vituperar el sensualismo y a condenar los apetitos sexuales.
La mujer es acribillada en esta concepción, la cultura del himeneo como prueba
de virginidad y pureza se encumbra con la condena a toda fémina que desee gozar
de su sexo. La barrera genital en la mujer es el gran lastre que Sade insiste
en superar. Julieta, Justina o Eugenia, poseen indispensable esencia en la
acción literaria de Sade, para él la mujer es el corolario de la máxima
expresión de la naturaleza y el sensualismo. Si la mayor virtud está en el
goce, el libertinaje y la voluptuosidad, es la mujer quien más encarna estos
preceptos, pero es la normalidad cultural como moral, quienes flagelan dicha
libertad. Hirschfeld relata:
“Hace pocos años presencié la ejecución de un
asesino. Junto a mí estaba la esposa del Procurador Estatal, quien siguió la
terrible escena (el condenado gritó y luchó contra los verdugos que estaban
arrastrándolo hacia el patíbulo) con el pecho anhelante y gemidos extasiados
que sonaban casi lujuriosos. Al caer el hacha, la mujer comportó como si
estuviera pasando por el momento del orgasmo”[3].
Otra cuestión de gran importancia refiere a
la educación familiar. “En aquél entonces”, todavía a finales del siglo XVIII,
se constriñe a las mujeres como una mercancía que asegura un dote o herencia,
la obligación al matrimonio y la intolerancia absoluta ante cualquier flirteo o
travesura erótica de las quinceañeras, representa deshonor y a su vez la
pérdida de una buena garantía económica. El matrimonio por la fuerza es
entonces la afirmación de la mujer como un objeto disponible al mejor postor. Sade expone las ideas anteriores en forma de
discursos, por medio de Dolmancé y la Señora De Saint-Ange, elementos que
evidentemente se vinculan a algunas posturas críticas del feminismo:
1- La
moral cristiana y la represión de la mujer en la historia.
2- La
educación moral que vanagloria el himeneo y castra la sexualidad femenina.
3- La
mujer como propiedad del hombre en el matrimonio.
4- El
reconocimiento de la mujer como un elemento importante de la sociedad, tal vez
determinante debido a su volátil temperamento.
En relación a éste último punto, Dolmancé
habla sobre la Declaración de los derechos universales del hombre y del
ciudadano:
“Esperemos que se abran los ojos y que, al
garantizarse la libertad de todos los individuos, no se olvide de la suerte de
las infortunadas muchachas; pero si ellas consiguen que sus quejas sean
atendidas, si ellas mismas aprenden a situarse por encima de las costumbres y
los prejuicios, si logran pisotear con audacia las vergonzosas cadenas con las
que pretenden avasallarlas, pronto triunfaran sobre las costumbres y la
opinión. El hombre, mucho más razonable desde el momento en que sea más libre,
experimentará la injusticia que representa despreciar a las que así actúen, y
la acción de ceder a los impulsos de la naturaleza, considerado como un delito
en un pueblo cautivo, no podrá serlo más en un pueblo libre.”[4]
Sade, un moderno demasiado inmoral para la
moral que pretende modernizarse; un ilustrado intempestivo que hace palidecer
al mismo Rousseau. No promueve un feminismo contemporáneo, sin embargo plantea
una nueva organización cultural donde la mujer debe asumir un papel devastador.
Filosofía en el tocador, más allá de
ser una obra escrita en siete diálogos, muestra el ideario filosófico para la
construcción social de un feminismo sadeano.
Consumada la Revolución, Sade argumenta
sobre la reconstrucción de la soberanía del cuerpo, las pasiones y el
sensualismo como máximas expresiones de la única y auténtica ley natural, esta dota al hombre de razón, la
cual tendrá como deber dominar los deseos, pero de manera contraria a la
filosofía platónica y a la moral cristiana, que los aniquilan, en Sade, la
racionalización del deseo lleva a su control y mayor goce mediante la
meditación y planeación del propio placer. Los personajes de Sade no son
vulgares beodos, al contrario, son seres altamente racionales en sus deseos, los cocinan mecánicamente para extraer de sus pulsiones el mayor grado de
voluptuosidad. Cada discurso de la obra señalada goza de elocuencia, la cual excita
a los pervertidos instructores al grado de tensar la razón y liberarla en la
carne de la manera más extravagante.
Entre los postulados de la nueva construcción
social, es fundamental la aniquilación del matrimonio, pues representa una
cadena contra la libertad de las pasiones, pues el matrimonio sugiere la propiedad
de los sexos y, dirá Sade, no hay peor condena que mancillarse a un supuesto
derecho de pertenencia. La mujer debe saber liberarse de esa injusticia, pero
dado el vituperio que la religión cristiana imprime en las féminas, a su vez la
condición cultural que las asume como objeto de segunda, dificulta la tarea de
la superación de tan terrible yugo. Dentro de los consejos o instrucciones a
las jóvenes señoritas se propone la infidelidad, el engaño y el embuste como
formas de venganza, mientras logra crear las nuevas prácticas sociales de
liberación. El goce del sexo es imperdonable de no cometer, pero para mayor
satisfacción y libertad, la mujer debe impedir el embarazo, arguyendo que la
naturaleza ha dotado a los humanos del control de la reproducción por medio de
la racionalización del deseo, es decir, no sólo se ha de follar para procrear,
sino que se debe follar para disfrutar sin el riesgo de inocular un asidero. Emprende
la primera campaña anticonceptiva dirigida a la mujer:
“Hay mujeres que se introducen
esponjas en el interior de la vagina, las que al recibir el esperma impiden que
este se arroje sobre el vaso donde lograría germinar; otras obligan a su
amantes a usar una bolsita de piel de Venecia, vulgarmente llamada condón, por
ello, dentro de todos los métodos el trasero es, sin duda, la mejor opción.”[5]
Saint-Ange instruye posteriormente sobre el
aborto: “Si a pesar de todo ocurriera
esta desgracia no temas al infanticidio: este crimen es imaginario; somos
dueñas de todo lo que llevamos en nuestro seno, y no es mayor el mal que hacemos
al destruir este tipo de materia que el que se realiza purgando al otro a
través de medicamentos, cuando tenemos necesidad de ellos.”[6]
El dominio de la reproducción es en gran
medida lo que Sade establece como un imperativo categórico, esto da a la mujer
el pleno control de su sexualidad. Superada esta etapa de engaño, donde la
mujer debe actuar bajo la máscara de la apariencia –mientras logra aplastar el
yugo masculino-, imprimirá su libertad sexual mediante el goce. La mujer, reprimida
durante milenios, debe dar riendas sueltas a sus impulsos más bestiales. La
gran explosión del himeneo.
“El placer de follar gusta a todos, y esos
fascinantes placeres muy pronto compensan de ese ilusorio desprecio al que es
difícil escapar cuando se desafía la opinión pública, pero del que muchas
mujeres sensatas se burlan, al punto de convertirlo en placer. Folla, folla
Eugenia, folla entonces, mi querido ángel; tu cuerpo te pertenece, sólo a ti, y
sólo tú tienes el derecho de gozarlo y hacerle gozar con todo aquél que te
parezca.”[7]
El retorno, la recuperación del cuerpo de la
mujer en sí misma, sólo puede perpetuarse en la acción, no en la elaboración de
leyes y enmiendas con derechos, es en la carne, en el disfrute del placer lo
que repliega al ser hacia su parte más íntima, a su verdadero yo. La liberación
de la mujer se encuentra en el corazón de su sexo, en no percibirse como
propiedad u objeto –que no es lo mismo a
objeto de deseo- para ello debe convertirse en mujer pública mediante la
abolición de la propiedad privada del matrimonio, desembarazarse de la
procreación y construirse en base a su naturaleza robada.
En la esfera social que Sade construye, la
procreación y cuidado de los hijos corresponderá propiamente al Estado, lo cual
argumenta, es siempre mejor para una nación fuerte si lo comprende y lo sabe
concretar a su favor. Los hijos forman vínculos con los padres, los cuales
están por encima de los deberes con la patria, sin embargo, si el Estado los
absorbe y retira en la brevedad del seno de su madre, los pequeños retoños
forjaran lazos y lealtades por encima de los caprichos, para convertirse en
verdaderos hombres de Estado.
“¿Acaso no es más natural lograrlo
por los medios que propongo, puesto que al destruir completamente todos los
lazos del himen no nacen como frutos del placer de la mujer, sino unos hijos a
los cuales el conocimiento de su padre les está absolutamente prohibido, y con
esto se anulan los lazos que los hacen sentir que no pertenecen más a una
familia, en lugar de ser, como deben serlo, únicamente los hijos de la patria?”[8]
Recordando que el Estado de Sade es libre,
donde la mayor experiencia de libertad está en el disfrute de la voluntad del
placer, por tanto todo hombre y mujer deben experimentar dicha plenitud
mediante la desaparición de la propiedad privada de los sexos, por ende, otro
imperativo consiste en abolir el último vínculo –considerado esencial y
primigenio- que conforma el núcleo de la sociedad: la familia.
La transvaloración de todos los valores que
emprende Sade invierte la condición cristiana del amor al prójimo por el placer
de sí mismo mediante el prójimo. Hombres y mujeres se han de abrazar en el
fuego del “amor” sin reparo y culpa, pues sin cristianismo no hay más pecado o
vicio; el estigma del sexo femenino se redime de la historia. La condena sexual
de la mujer representa a su vez la propia liberación, en donde se pretende
buscar el equilibrio de la fluctuación de su temperamento sexual. El poderío
sexual de la mujer sobrepasa al del hombre, mientras éste ejerce la potencia, la
mujer capta el poder y lo sobrepasa. El hombre termina vencido en el seno,
donde la angustia del vacío le hace retirarse; sin embargo la mujer puede
retomar la práctica de poder enseguida, lo cual evoca a la imagen de las
Ninfas, descritas como inocentes deidades que se entregan sexualmente a hombres
y a mujeres con plena voluntad y total libertad de no caer bajo ningún yugo. El
rechazo y desconocimiento de este poderío en las mujeres es consecuencia de la
herencia represiva del estigma sexual cristiano, a su vez la cultura del
himeneo manifiesta una doble castración de su sexualidad. Sin embargo, la
naturaleza sigue jugando un papel importante en la condición de la mujer, es
precisamente la insistencia de Sade como educador:
“Así pues, las mujeres, al haber recibido
unas inclinaciones mucho más violentas que nosotros a los placeres de la
lujuria, podrán entregarse a ésta todo lo que les parezca, completamente
liberadas de los lazos del himen, de los falsos prejuicios del pudor y
absolutamente entregadas al estado de la naturaleza. Quiero que las leyes le permitan entregarse a todos los hombres que
desee, que goce de todos los sexos y de todas las partes de su cuerpo le sea
permitido al igual que a los hombres, y, bajo la cláusula especial de
entregarse a todos los que la deseen, es preciso que tengan igualmente la
libertad de gozar de todos aquellos que consideren dignos de satisfacerlas.”[9]
La mujer, pese al avasallamiento histórico, representa
un temor para el hombre. Son muchos quienes las encumbran y exaltan, los que
veneran en sus cuerpos la belleza y depositan en sus corazones la mayor
santidad. La naturaleza de la mujer ha adoptado la gracia y la forma de felina
y serpiente. En la supuesta debilidad se levanta y construye imperios, es el caso
de Mesalina, mujer que prácticamente toma Roma en sus manos por medio de la
voluptuosidad al consagrarse en su belleza como objeto de deseo. Mujer lasciva
y ninfómana, es un estandarte que Sade ondea con sumo respeto, se presume que
llegó a copular con más de 200 hombres en una jornada, lo cual le mereció el
adjetivo de “entrañas de acero”.
Este juego de objeto y deseo conforma la síntesis
de muchos aspectos que la mujer debe aprender a conducir, previo a la plena
liberación que propone Sade. El poder de la mujer radica en ser el objeto del
deseo, si pierde esta condición, por el uso de discursos poco reflexivos, el
potencial de poder de la mujer quedará reducido a una nimiedad que aspirará a
mimetizarse con el hombre. Provocar el deseo es para Sade el arma mortífera y
letal, propia de la mujer. El amor, un ideal sobrevalorado y explotado por el cristianismo, para esa doctrina el amor de los sexos no es otra cosa que el deseo de la
carne, de la culpa y el pecado, contrario para Sade que lo exalta como el objeto real de la afirmación de la existencia mediante la encarnación del objeto del deseo. Bataille
comenta al respecto: “Pero, con su
actitud pasiva, intentan obtener, suscitando el deseo, la conjunción a la que
los hombres llegan persiguiéndolas. Ellas no son más deseables que ellos, pero
ellas se proponen el deseo.”[10]
La mujer se propone ser objeto de deseo,
pues al serlo controla y domina. El deseo es lo que el “otro” deposita en ella
para vanagloriarla, a su vez ella experimenta el poderío, no en el deseo,
placer y goce que el “otro” obtiene de ella, sino en la manifestación de poder
en sí misma. La mujer como objeto es poder despertado en el deseo de poseer,
pero la libertad del deseo y el poder de la mujer radican en esta condición que
ella misma explora con la sensualidad y el erotismo. Si Sade promueve una
racionalización del deseo, también demanda que sea la mujer quien tome control
de su sexualidad como objeto de deseo en sí misma, pues la naturaleza le ha otorgado
rasgos inalterables. Bataille nuevamente:
“La mujer desnuda está cerca del momento de
la fusión; ella la anuncia con su desnudez. Pero el objeto que ella es, aun
siendo el signo de su contrario, de la negación del objeto, es aún objeto. Esa
es la desnudez de un ser definido, aunque anuncie el instante en que su orgullo
caerá en el verdadero indistinto de la convulsión erótica. De entrada, esa
desnudez es la revelación de la belleza posible y del encanto individual. Es,
en una palabra, la diferencia objetiva, el valor de un objeto comparable a
otros objetos.”[11]
La voluntad de poder en la mujer esconde una
ambivalencia, más compleja que la del hombre, la de ella es bipolar. Nietzsche
nos dice: “Durante demasiado tiempo se ha
ocultado en la mujer un esclavo y un tirano”. Quizá la mujer que Sade se propone
liberar requiere de ambas dosis. Su Julieta y Justina son la síntesis de
dicha expresión nietzscheana, que a su vez se funden en las instrucciones
dirigidas a la pequeña Eugenia. De ser así, la mujer es el elemento
indispensable para transformar la cultura y superar al cristianismo mediante la
valoración que se plasma en la carne, en el deseo y en el placer. La mujer como
el animal más salvaje y a su vez el más racional; dicotomía de un poder devastador
que ocasionó que se le encerrara por siglos; un demonio que Sade intenta
liberar.
[1]
Sade; La filosofía en el tocador. EDIMAT.
Madrid, 2011. P. 59
[2]
Idem p. 60
[3] Hirschfeld,
Magnus; Sadismo, masoquismo y flagelación.
Ed. Diana. México, 1972. P, 84
[4]
Sade; Filosofía en el tocador. EDIMAT. Madrid, 2011. P.68
[5]
Idem P,79
[6]
Ibídem P. 96
[7] Op
Cit P.69
[8]
Ibídem P. 170
[9]
Ibídem P.169
[10]
Bataille, Georges. El erotismo. Tusquets editores. México, 2013. P. 137
[11]
Idem. P. 137
La mujer es reducida nuevamente a objeto de deseo. En la cultura hipermoderna el valor de uso está en la capacidad de consumo simbólico: la mujer es el ícono estrella en toda la metolodogía de la imagen de la publicidad. En la época medieval, también era objeto de negociación: matrimonios arreglados, era un objeto a intercambiar en pro de la paz. Su acceso al poder está siempre limitado por su poder sexual: para tener acceso a un puesto de poder, necesita usar falda y vestir sexi o cogerse a un directivo. Fácilmente se sitúa en el confort, pues su poder sexual le permite dominar a un hombre para que la mantenga.Qué humillación. La concepción feminista de Sade es reduccionista: pretender que el máximo de la mujer está en su vagina, es mediocre. La sexualidad y su goce es implícita en todo ser humano, no hay por que exaltarla. La publicidad recae en el sexismo por una concepción feminista como la de Sade. Es lo que mueve el mundo. Sí. Pero en definitiva la liberación sexual no es paralela a la liberación del ser. Es la negación de otros atributos de la mujer: no es solo un coño que puede dar y recibir placer. ¿Qué mujer se decide a producir conocimiento? La que es libre. Para coger chingón, todas podemos, por eso tenemos un cuerpo, pero para producir conocimiento, arte y ciencia, es ahí donde tiene que demostrar su verdadera liberación. Respeto más a las mujeres que lucharon por el voto, por el acceso a la educación, por la igualdad económica, que las que se reducen sólo a aflojar las nalgas sin culpa, pues es en ésta donde está su verdadera liberación: educación. Liberales de nalgas todxs. Libre de pensamiento pocos, y sí esto le llevará a quitarse tabúes sociales y sexuales, que no sea para verse reducida y sometida nuevamente y mediante nuevas formas, a un rol sexual que la reprima en las demás áreas: el conocimiento, el arte y la científica.
ResponderEliminarComo se dice al inicio del texto, se trata de un acercamiento a una especie de feminismo dentro de la obra de Sade. Es complicado desprenderse de prejuicios culturales que forjan imaginarios tanto históricos como "hipermodernos".
EliminarNo se discute el placer sexual, tampoco si el feminismo rastreado en Sade es el mejor o conveniente, no, lo que hay que estar dispuestos a comprender, más allá de posturas convencionales de lo que es “el feminismo", “la mujer", “el sexo", “el placer", “el objeto”, es decir, todas esas palabrerías causantes de rubor, es principalmente emparentar algunos de esos postulados con la propuesta sadista. Son tres puntos definidos de manera directa: 1- La represión moral religiosa. 2- La mujer como objeto de posesión del hombre. 3- La libertad de la mujer como un desafío cultural. Si se logra entrever que la represión de la mujer, históricamente, se encuentra en el simbolismo de su "sexo", es en Sade donde se vincula ese interés para liberarlo, lo cual es interesante, pues las lecturas vulgares sobre este autor lo interpretan como un mediocre pensador, entregado a la barbarie... Hablas de la mujer como un símbolo dentro del mercado capitalista, pero si ahondamos más el postulado de Sade sobre una nueva construcción social donde se destroce la cultura del himeneo, donde la mujer sea dueña de la reproducción, propia de su sexo y propia de follar sin atavismos morales, donde por fin logre desprenderse de ese gran asidero con el que se le crucifica en santidad y amor. La libertad de la mujer en el proyecto expuesto por Sade parte de todas las expresiones morales, sociales y culturales que han castrado a la mujer ¿en dónde se le castra a la mujer? En su sexo -recordemos también que no es posible leer a Sade al pie de la letra, su literatura puede ser interpretada como una nueva forma de mitología-. La libertad no es algo que deba sustentarse en mediocres instituciones, sino en la práctica real; es entonces que la propuesta "utópica" de Sade cobra mayor consistencia. ¿En qué sentido? veamos lo siguiente, se propone desaparecer el llamado "núcleo de la sociedad", es decir la familia, esa "sagrada familia" heredada del cristianismo. A la mujer se le considera como el núcleo familiar, si existe familia se requieren prácticas de consumo y producción, el Estado requiere de ese centro motor para su reproducción ideológica como económica. En el Estado de Sade este aspecto cambia, no al desaparecer el Estado sino las prácticas de control y dominio del Estado sobre la población, principalmente en la liberación del sexo de la mujer. Al desaparecer este control, al desaparecer la "sagrada" familia, cambian a su vez las prácticas de producción económica y de valoración. En un lugar donde la mujer es libre de su sexo, no podrá existir un mercado de su sexo, por tanto, ya no sería un producto o mercancía, lo cual es distinto a objeto de deseo. ¿Cuál es el problema con ser objeto de deseo? esa condición no es sólo propia de la mujer, le pertenece también al hombre y a todo ser erótico. Es el juego de la vida, de la naturaleza… Dejar de ser objeto de deseo es renunciar a sí mismo, a menos que se retomen esas prácticas ascéticas, estoicas, y que todos converjamos en un hermoso ostracismo. Dejar de ser objeto de deseo es antinatural.
Los ideales de progreso son otra herencia cultural, otro legado de la Ilustración, pero es un doble espejismo, pues ¿acaso el verdadero “progreso” se encuentra en la ciencia, en el arte y en el conocimiento? ¿No son también, muchas de esas producciones, síntomas de degeneración? Considero que antes de exaltar las grandes banderas de la modernidad o a lo que llamas hipermodernidad, es preciso reivindicar los verdaderos valores de la existencia, insertarse nuevamente en el ser humano y reconocer el peso de las nuevas cadenas.
Muy interesante ! La primera vez que leí a Sade , me sorprendió mucho encontrar mensajes feministas en sus escritos ! Ayer termine de leer Filosofía en el tocador , muy interesante.
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