Poesía contemporánea: VALENTINA NOQUIER

 El club de los sufridores

Soliloquio l

Cuando trato de montar nuevos significados a los propios, que han nacido con las palabras y emplearlas a mi favor, algunas, como "aceptar", me llevan indefectiblemente a vos, se acoplan a la opulencia de esta historia y no hay manera de escapar al péndulo de las razones distantes. Los pezones de la vida siempre tientan, y aunque rallo las celdas de los miedos desdibujando límites, la memoria me devuelve una y otra vez a mis ajados deseos, a esos guerreros agotados que me abandonan sin saber bien por qué.
Asincronías dicen... horas cortadas por la madrugada, desenfoques de la vida que dejan a uno balbuceando un te amo los días impares.
Desde esta cama, desde estos pájaros que cantan a la noche, desde mí o desde esta lluvia que no veo pero siento, cierro la mirada y acurruco toda desgana. Se me da bien caminar la noche, cerrar las manos, los parpados y las ventanas, y por qué no, también las puertas. Quizá sea necesario cruzar al monstruo íntimo del propio aquelarre, cruzar los dedos, los charcos que no lloro y a vos. Unas sábanas me contienen entre tanta enumeración, y yo que no ando en pormenores, desde aquí, un alejado rinconcito del sur, me viajo a un lugar que elijo, esa idea fija de cordón y adoquín no me abandona ni en mis peores sueños... el largo aliento que vierte su tajada de luna cuarto menguante, me recuerda a rebanadas en tu cama, ¿Me entendés?
Solía volverme breve como una distracción circular, una loca colándome por tu espacio y vos riendo con tu objeto transicional que prometí nunca contar.
Yo, siempre tan hueco multiplicador de sucesivas formas suspendiéndome mínima en tu hondura, en tu oscura noche y tu sombría memoria. Yo, siempre tan yo y tan vos a la vez...

(Valentina Noquier) 


 Este Buenos Aires 


Quisiera escribir sobre este Buenos Aires que vive y transpira como lo hago yo; sus calles del sur que piso a diario, andadas, históricas, y dejar constancia sobre la rutina y la no rutina de este tiempo que nos transcurre. 
Quisiera contar como se cuela el invierno en mi casa, se amordaza a mis árboles, a mis ventanas y a mí, inexplicable, pero también sobre los azahares en primavera, esa combinación de tronco y rosa natural, tan hermosa como perfecta.  De este desorden de quién le toca aprender y aprender de golpe en golpe, apretando en una mano el arte que le da vida y en la otra histéricos relámpagos por resolver,  cotidianos, mientras empuña como puede un lápiz.
Los poemas que nunca escribiré se convertirán en humo, como yo, que seguramente me volveré tierra o cenizas. En el mejor de los casos algunos pocos, me traerán en sus recuerdos cada tanto o me pondrán voz.
Tirarán mis retratos, mis cartas, mis viejas carteras que no soportan sino alguna generación con suerte; habría que trabajar demasiado para imprimirle valor emocional a mis objetos, a mis fotos, y no hay tiempo ni certeza en ese azar. Quedarán sin embargo las prosas, versos de este aquí y ahora, cuadros unos cuantos y vidrios. Tal vez algún chispazo de tinta,
 o un pensamiento imposible que alguno guarde inmortal en el tiempo. Pero quedarán sobre todo y felizmente, mis libros, una biblioteca y espacios en blanco para que alguien más los intente bien llenar. 


(Valentina Noquier)


Pulsión

Para el poema hurgante que puja por salir el pensamiento es pulsión por ser plasmado, a veces sin saber el riesgo de volverse palabra indigente o equilibrista entre lo incomprendido y un limbo desconocido, se somete a una mirada y a otra más. La pobre poesía se vuelve niña, capricho, quiere, pero no sabe, no puede. Tortura a su obrador, enfurecida, sin eco ni latido, busca en las formas de su voz la impostura mejor frutada pero no aparece, se espesa fangosa y agria en su decir, pero la idea se escurre. Ahora es un pez con miedo, un pájaro aprisionado en su cantar desentonando.
El poema empuja su herramienta, quiere emprender su cometido. Para el poema no hay noche, ni día, ni hora o lugar. Encarcela a su títere empuñando imágenes que crea, deambula entre pasos calientes. Entre huellas resecas por el tiempo. Se destrozan ideas, versos. Nada sobrevive. Solamente un papel

(Valentina Noquier)








La sombra de Prometeo

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