REBECA

                                                                                                            (Dibujo de Miguel Neri)
REBECA
Roberto Feregrino Verdeja

Yo venía de ningún lado, iba a ningún lugar y parecía que nadie me esperaba. Aprendiz de actuación, seminarista en reuniones con los bohemios, fantoche en casas ajenas durante días sin intención de salir, jugador insípido de fútbol como defensa central admirador de Ramón Ramírez, olvido de mi padre por culpa del alcoholismo, carga insostenible para una tía que me medio adoptó en Toluca, empacador voluntario y vendedor clandestino de dulces, amante de mujeres que nunca tuve, escribidor compulsivo de ideas desangeladas y congeladas por mi madre en su cajón del tiempo suspendido, lavatrastes gracias a Dios, volantero y tortero involuntario en Guadalajara, estudiante y lector empírico de lo que cayera en mis manos, violador de templos sagrados con suegras impuras, puteador de putas, vicioso troglodita de café y cigarro, incestuoso y falso intelectual de esquina, becario con honores por amar lo que escribo sin fijarme en lo que los demás aman, torturador de calzones y tangas que huelen a gloria, masturbador de ideas y balbuceador de un nombre que está en las entrañas de mi mujer y me hace arder en pasado y futuro en este presente maravilloso y nostálgico. No fui, pero soy contigo, diminuto ser que te anidas en mis ojos, en mi imaginación, en estas letras que pretenden decirte que te anhelo entre todos los anhelos del mundo. Es casi indescriptible lo que sucede en nosotros (tu madre y yo) cuando te vimos por primera vez, cuando vimos que ese cuerpo de 3.5 centímetros se movía al escuchar mi voz. El tiempo se detuvo, se formaron posibilidades, hiciste que te soñáramos con dicha y millones de dudas, pero te esperamos. Unos cuentan que los padres no vuelven a dormir, no me importa, por ti daría más que mi sueño, más que mis ojos cerrados. Dicen que no se vuelve a descansar igual y no me importa porque siento que por mis venas recorres como vitamina, como un “vamos” al equipo que va perdiendo el partido al medio tiempo.

Hijo, hija, ¿serás como yo?

¿Tendrás las mismas dudas que yo o qué tu madre?

¿Desearás nacer y vivirás felizmente delante de este mundo que hemos creado para ti? 

¿Escucharas la misma música que tus padres?

¿Me tocarás el hombro por las mañanas después del parque cuando ya lo viejo de mis rodillas me pase factura como a tu abuelo?

¿Hablarás conmigo como yo deseé hablar con mi padre y nunca lo logré?

¿Me pedirás ayuda en tus tareas?

¿Seremos cómplices en las travesuras para ocultarle a tu mamá que comimos muchos chocolates mientras ella estaba trabajando hasta tarde?


Muchas preguntas me hago, le hago a Dios, porque nada más perfecto para traerte con nosotros que él. Hijo, hija, eres sencillamente como una mañana que se espera con gusto, con alegría, eres un día claro de invierno alegrando dos almas que te esperan y te celebran. El mundo no es el mejor entre tantas vilezas, sin embargo, acá estamos para caminar juntos, para aprender juntos. Juntos preguntaremos en las casas: señor, perdón, sabe usted dónde podemos encontrar a unos estudiantes que andan escondidos. A ellos los anhelaron sus padres tanto como yo a ti, como tu madre a ti. ¿Dónde está la pureza que nos prometen cuando somos niños, dónde el remedio de la historia cuando somos adultos, dónde las noches llenas de orgasmos cuando somos adolescentes? ¿Dónde, carajo? Este mundo llora, sufre, duele, esquiva aun los japs que nos sueltan los oponentes malditos, pero los esquivamos sin agobio, los esquivamos sin inmutarnos. Únete a nosotros, ven a reír entre amigos, ven a cantar entre amigos, ven a buscar entre amigos, ven a ver qué te guarda la vida en esta caja redonda cubierta de agua, de peces y calentamiento global. Ven que las cosas no son tan penosas cuando se está entre amigos, entre cantos, entre tu madre y tu padre que te amamos desde que no te conocíamos, Rebeca, nuestra Rebeca.







La sombra de Prometeo

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