Brian J. Alavez Trujillo
Todos
hemos sido asesinos. El hombre mata por placer, basta con ver a los niños;
–etapa en la que se supone se goza de cierta inocencia— aplastar insectos,
arrancar flores, cazar roedores y aves, en fin, privar la vida a un ser
animado, evidencia nuestro deseo por negar al otro.
Recuerdo
que la primera vez que intenté matar a alguien fue a mí, pero por alguna
extraña razón no pude. No si ello influyó para convertirme en un asesino,
fui un cobarde que quería ver un mar de cobardía.
Tengo
frente a mí a mi víctima, pero creo que ella me tiene a mí. Seleccioné a esta
persona por su fisonomía afable: joven, delgado, blanco, pelo castaño y ojos
claros; además, investigando sobre su vida, supe que era una persona sumamente
triste. Vivía con su madre en un cuarto andrajoso, de una vecindad, trabajaba
como ayudante de una panadería, siempre portaba un atuendo sencillo, en pocas
palabras, una persona que no extrañaría el mundo.
Mi
mano apunta a su cuello con un cuchillo afilado de otras diversiones. Cuando lo
traje a mi guarida aún dormía, lo amarré a un poste y vendé sus ojos. Despertó
y preguntó – ¿quién silva? Esto me sorprendió, pues había sido la primera
persona que no parecía asustada, alterada o confundida. Yo sólo me limité a
decirle –evita gritar, a veces es exagerado e inútil. A lo que contestó con un
“sí”, esto acalambró mi cuerpo. Tomé el cuchillo y recorrí su cuerpo con éste
con la intención de intimidarlo y ver alguna lágrima, algún rastro de sudor…
nada. La situación se tornó insípida y aburrida hasta que me dijo – ¿ya vas a
matarme? A lo que añadí – ¿no tienes miedo a morir? –No, alguien que ya ha
matado tanto se lleva bien con la muerte. Tomé el cuchillo y lo acerqué a su
cuello, un poco más y se pincharía como un globo.
Sigo
atento y no sé qué hacer, por primera vez tengo enfrente de mí a alguien como
yo: un asesino, pero que no tiene miedo a morir.
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