Eduardo Ruiz
Un
fuerte golpe, seco, a puño cerrado, seguro duele más cuando hace frío. Recorro
sutilmente la cortina y observo a través de la ventana. Dos sujetos despojan a
un jovencito de sus pertenencias, a su vez le propinan terrible golpiza. No
puedo hacer nada por él, ¿qué caso tiene? Quizá lo dejaron muerto. Los
maleantes se van y el cuerpo queda tendido sobre el pavimento.
La
vista hacia éste mundo es mejor que cualquier película, siempre hay acción,
sangre y sexo. Cuando estoy aburrido me entretengo viendo a las rameras que
exhiben su mercancía. Las hay de todas formas aunque son pocas las que valen la
pena, la mayoría son gordas, viejas o mugrientas; también deambulan maricones
que se visten de mujer, al final todas son unas putas. Tiene mucho que no
visito alguna, de cualquier manera ni se me antojan; ya no hay mujer como
aquella, una verdadera hembra. A veces la extraño. No cualquiera puede presumir
el haber tenido a su propia puta. Que hermosa mujer, la más asediada, la mejor
del barrio. Sólo conmigo se entregaba completamente, y yo sin prejuicios me la
comía, así sin nada, a pelo directo, me lo permitía sólo a mí, ella me lo dijo.
Después de un año tuvimos un chamaco, nuestro hijo, sin embargo ella se
contaminó de quién sabe qué y pues valió madres. No la juzgo por eso, toda profesión
tiene su riesgo.
El
joven golpeado comienza a incorporarse, algunas personas se acercan a él para
socorrerlo, principalmente son madrecitas, ellas limpian la sangre de su rostro
y le dicen “hijito”. De la vecindad sale “El chango”, un tipo tosco, prieto,
peludo, digno de llevar ese nombre, con voz aguardentosa vocifera y da
empujones para apartar a las ancianas -¿Quién es este? ¿Quién es este? ¡A la
chingada cabrón! ¡Te voy a tronar como a un perro si no te largas! ¡A morirse a
otro lado desgraciado!- Las madrecitas desaparecen y el joven corre descompuesto,
tambaleado y aturdido por los fuertes golpes.
Tanto escándalo me robó el sueño, una ronda
nocturna no me caería mal, el frío decembrino siempre me resulta agradable.
Conozco este barrio por varios años y me doy cuenta que todos se parecen, el
mismo olor y el mismo tipo de gente. La inmundicia gusta salir cuando no hay
luz. Futuros delincuentes se drogan en las calles y llevan consigo estatuas de “santitos”;
indigentes cagando como perros callejeros y puestos de comida por todas partes,
tal parece que el mejor condimento se encuentra en el ambiente que se respira.
Regreso a la vecindad, atravieso el oscuro callejón y el pasillo que
lleva al primer patio. Adornos navideños le dan colorido a tan lúgubre recinto;
los niños corren como lucecillas y chispas, ríen y brincan, creo ver entre ellos
a mi hijo. Mi pecho se infla, algo me impide exhalar, me siento enfermo y
cansado. Inmerso en mí mismo camino extraviado en un lugar que conozco por
años. Un silbido suena varias veces y después mi nombre, eso me hace
reaccionar. Es “El chango”, se acerca a darme la mano y un abrazo:
- Que gusto Pablito, ¿todo bien? ¿Cómo has
estado?
- Todo bien “chango”, ¿hace cuánto saliste?
- Apenitas, justo para navidad.
Un
lapso de silencio se presenta entre ambos, -no sé por qué pero me gustaría que
siguiera encerrado-. “El chango” rompe el silencio y dice:
-Ya me estuve enterando de todo lo que pasó
en mi ausencia. Hay que poner orden en el barrio, todo es un desmadre.
-Es verdad…
-Cada vez hay más maricones ¿Te has dado
cuenta?
-Sí…
-No tengo nada en contra de los putos, pero
¡eso de que ya quieren ser mujeres! No, eso no va. Nosotros sabemos de lo que
son capaces esos cabrones-. Al mirar alrededor baja la voz y pregunta: -¿Sabes
algo de la Chabela?
-No, por la madriza que le diste pasó mucho
tiempo en el hospital. Regresó unos meses a la vecindad y después de que no le
comprobaron nada se fue a quién sabe dónde.
-Quizá ya es mujer y ni sabemos- el chango
comienza a reír a carcajadas -¿No lo crees Pablito?
-Puede ser…
-O sigue de puta por acá y ya me la cogí sin
darme cuenta –“el chango” carcajea aún más descontrolado y pregunta con seriedad repentina -¿Pero ya no te
buscó, ya no le seguiste la pista?
-Me dijo lo mismo que a la policía, que no
tuvo nada que ver con la desaparición, que andaba puteando a esas horas.
-¿Y todo el billete que le encontraron
después, qué?
-¡Ni madres, ni que valiera para algo esa
chingadera! Yo la vi Pablito, en serio que llevaba a tu chamaco de la mano. Le
silbé y caminó hasta más rápido. “Pinche joto”, pensé mientras se alejaba, no
le di importancia, tampoco fue algo tan extraño, se sabía que le tenía cariño a
tu chavito, pues ya ves, ella era muy amiga de tu vieja, que en paz descanse–
se persigna.
-Ya pasó un buen rato de eso “chango”, no
recuerdo muchas cosas, ni quisiera hacerlo…
-Pero tú sabes que no se puede. Yo no me
arrepiento de la golpiza que le di y por eso mismo no quiero que se me olvide. Es
más quiero contarte algo, pero discreción Pablito.
-Bueno…
-Esa noche llegué a la vecindad y todos
gritando: “el niño”, “el niño”, pues a buscar en la calle, en los cuartos, en
todas partes. Repentinamente me acordé que lo vi con la chabela, pero ni luces
de la cabrona. ¿Te acuerdas que llegó del otro lado? Que según porque su cliente
la dejó por la calle de atrás. ¡Mentira! ¡Quién iba a llevar a esa puta en
carro hasta la vecindad! Apenas la veo y me lanzó contra ella, pinche maricón,
todo viejo pero bien que corre a encerrarse en su cuarto. De ahí ya sabes,
todos me vieron forzando su puerta para entrar y darle en su pinche madre.
-Sí, lo recuerdo…
-¡Ah, y me respondes fastidiado! Todavía que
yo fui el único que se aventó, ya ni tú, que hasta me estabas separando. Mira
cabrón me aguanté doce años encerrado, pero volvería a hacer lo mismo:
chingármela. Recuerdo como la chillona se escondió en el ropero, pues que lo
abro de una patada y la saco de las greñas. Le grito: “¿Dónde está el niño,
dónde está el niño?” No responde nada, sólo grita como loca, le
propino varios en el hocico hasta dejarla floreada, fue ahí cuando entraron a
separarme, entre ellos tú, poco les duró el gusto porque los saqué y atranqué
la pinche puerta, ahí dentro se quedó el René, ambos la pateamos en el suelo, se
revolcaba como culebra, no sé cuántos chingadazos le dimos, yo creo que
muchos porque ya me dolían los pies, de pronto el René me dice: “oye
chango, vamos a cogérnoslo por puto”. No sé qué me pasó, pero me dieron ganas,
así que le rompí la falda y los calzones y ¿sabes qué?, esto no lo dije antes,
pero ese culo no estaba recién usado por un cliente, me consta. Por eso te pregunto:
¿De dónde salió el dinero que según guardaba en la funda de la almohada? ¿De
sus ahorros? ¡Ni madres! El varo no estaba ahí, no en ese momento, lo trajo
después la cabrona.
-¿Cómo lo sabes chango?
-Porque agarré la almohada y se la puse en la
jeta para taparle el hocico y no verle la pinche cara; de haber dinero me lo
hubiera chingado.
-¿Por qué no lo dijiste antes?
-¿Querías que dijera que me violé a un
maricón?
-Pero ¿qué no por eso te encerraron?
-Es su palabra contra la mía. ¿Entiendes? Yo
sólo te digo cómo pasó todo, porque estoy seguro que ese marica se llevó a tu
chamaco para cambiarlo por varo para su pinche operación, para convertirse en
“mujer”. Se la pasaba hablando de eso, de que sería una damita, jodido viejo
asqueroso. ¡Le hubiera hecho la jarocha en ese momento! En cambio, la saqué a
rastras del cuarto y la hice morder banqueta ¿Recuerdas cómo le brincaron los
dientes cuando aplasté su cabeza?
Después de tener que escuchar al chango salí por la parte trasera de la
vecindad con la necesidad de recrear la escena, sin embargo han pasado más de doce
años y cada vez recuerdo menos las cosas, ojalá pronto olvide todo. Ahora estoy
en mi cuarto, envuelto en mí mismo. Los ruidos de la noche no conceden descanso
y las grietas de las paredes rasgan mis ojos. Afuera solamente hay bullicio. ¡Que
porquería! Todos revolcándose en su propia suciedad y embarrándose las manos
con la mierda del otro. Al menos mi hijo está fuera de esa posibilidad, se
libró, sin querer, sin saberlo. No sé si está muerto, si la chabela se lo llevó,
si se perdió o está buscando el camino de regreso. Hoy sería un jovencito, así
como al que golpearon bajo mi ventana hace unas horas… pero no tengo sueño, se
me fue hace años. Voy a salir un momento, quizá lo encuentre en el camino, se veía tan mal al pobre chamaco.
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