EL TIEMPO DE LAS LOCURAS

Luis Salas González


Tenemos algunas ideas que desean ser escritas, sin embargo, al instante de enfrentarnos a la abismal hoja en blanco, esas ideas se pierden, se desvanecen, y la mente se sumerge en ese abismo. No sabemos qué decir y mucho menos cómo. Uno piensa elaborar un gran discurso y apenas sale una oración mal escrita. Nos sentamos y pasan los minutos, las horas, días y no escribimos palabra alguna, de hecho pueden pasar semanas, meses y escribir no nace, no brota. Y así, se nos puede ir la vida sin escribir palabra alguna.

El tiempo se refleja en la vida, en el nacer, el crecer y el morir. El tiempo siempre avanza, nunca se detiene, hoy tenemos 31 años y en un abrir y cerrar de ojos tendremos 50 años, quizás. El tiempo establecido por el ser humano ha marcado y contado una historia. La historia como la interpretación de los hechos pasados, y que sean hechos, es algo que no es seguro, porque la historia también está hecha de la interpretación de la interpretación. La única historia cierta es nuestra vida.

El tiempo no para, la vida sigue, sólo nosotros dejamos de hacer cosas y de pronto nos damos cuenta que seguimos igual o peor económicamente, sólo que más viejos. Hace 10 años andábamos en los paraísos más recónditos del mundo, sin dinero, sin importar a dónde nos llevara el viento frío de la montaña. Aprendiendo y conviviendo con los pueblos originarios del sureste mexicano. Hoy estamos sentados frente a una pantalla, escribiendo algo, tomando café, parece que hemos sentado cabeza, pero tenemos más preocupaciones, el dinero importa más de lo que debiera. Ahora, vivimos sólo para trabajar, a los amigos los frecuentamos mucho menos de lo que lo hacíamos, los planes de viajes han desaparecido, así como muchas personas que alguna vez creímos que serían muy importantes en nuestra vida, sólo son un recuerdo.

Con el paso del tiempo vamos dejando de hacer infinidad de cosas por no tener tiempo ya que estamos enajenados trabajando, la mayoría de las veces, en lo que no nos gusta hacer y sin embargo lo hacemos por falta de dinero. Eso es lo que impide que hagamos lo que nos agrada, lo que nos hacen sentir mejor y por ello sólo quedan páginas escritas a la mitad, revistas con sólo un número de publicación, canciones sin cantar y tocar, caminos sin recorrer, horizontes sin mirar, entre muchas cosas más. ¿Se podrá sobrevivir o vivir de manera digna mientras hacemos lo que nos gusta?, ¿qué sentido tiene la vida si trabajamos para otros que nos explotan, en algo que nos fastidia?, ¿qué sentido tienen las ideas expresadas de manera escrita, si no dejamos de consumir y explotar nuestro mundo?
Hace 10 años iniciamos una carrera que no sabíamos a dónde nos conduciría. Durante la carrera fumábamos y tomábamos con los compañeros, discutíamos sobre los temas de la clase. Hoy nos preocupamos por cómo tener para poder comer, vestir, pagar luz, agua, teléfono, entre otras necesidades que nos ha creado el sistema económico capitalista y político neoliberal. Antes, el estudio era nuestro trabajo, ahora nuestra labor es conseguir trabajo para tener dinero y poder sobrevivir. Trabajamos en algo que no tiene que ver con lo que pensamos hacer hace 10 años. Somos taxistas, meseros, telefonistas, cargadores, vendedores, pero menos lo que pensábamos ser y hacer cuando ingresamos a la carrera. Alguno que otro tendrá la fortuna de ser lo que pensó, como ser profesor y escritor, continuar con los estudios para tener un doctorado y una mención honorífica dentro de la universidad. 

¿Realmente esto es lo que hemos provocado?, o ¿son las circunstancias las que nos han traído hasta aquí?, ¿dónde quedó la causalidad si nuestro deseo era y es otro?

Y aquí estamos, un día más, un día menos y seguimos siendo explotados, ganando una miseria de dinero que se va en instantes. Todo sigue igual, unos venden dulces, otros manejan grandes camiones, camionetas, taxis, bajo el sol acompañado de la gran contaminación y el extenuante tráfico. Muchos otros trabajan en oficinas telefoneando para vender o cobrar infinidad de productos que son parte del mercado capitalista. Están los obreros cargando cajas, trabajando de manera autómata; los profesores que realmente se dedican a la enseñanza-aprendizaje, los escritores que escriben pero que no son leídos o que escriben lo que les dictan; los albañiles remodelando desde casas hasta ciudades, los electricistas poniendo luz, perdiendo la suya, y un largo etcétera… Nadie dice algo, todos seguimos trabajando, recibiendo un sueldo mísero y por tanto seguimos reproduciendo el sistema que compra nuestro cuerpo para después desecharlo como se desechan las cosas que han dejo de tener una utilidad. Nos compran, nos venden y nos desechan como simples mercancías.

Platicando entre amigos, hemos llegado a la conclusión de que estamos locos de remate al seguir soportando este mundo miserable. Locos por no cambiar este mundo bárbaro que está en plena destrucción. Sin embargo, somos vistos como los cuerdos porque seguimos la corriente que poco a poco nos terminará ahogando. Y los realmente cuerdos, son considerados locos ya que pretenden cambiar la dirección del tren que está al borde del precipicio, los que quieren mantener este barco a flote. Los locos no aceptados se pierden entre los miles y miles que creen estar cuerdos, aunque que no saben qué dicen y qué hacen.
Tenemos dos locuras frente a nuestros ojos, una aceptada y la otra no. Una locura que pasa como cordura y la otra locura simplemente es la cordura no percibida. ¿De qué lado estamos si es inevitable estar dentro de una institución que nos proporciona un salario que nos da para comer, dentro de una institución que es la sierra que corta la rama del árbol en la cual estamos sentados? O,  ¿acaso podemos estar dentro de las instituciones capitalistas neoliberales siendo unos locos in-aceptados?

A parte de estas dos tipos de locura le podemos agregar una más. Son los locos que han terminado como indigentes, creando un mundo interno, sin poder entablar una conversación con alguna persona, y si lo hacen, cambian de tema sin aviso previo y sin sentido alguno (bueno, quizá para ellos lo tenga). Son los locos que niegan al sistema y el sistema los niega. Locos porque su mente brillante ha desaparecido, literalmente, ya que hay una falla neuronal, o en el sistema nervioso. Me atrevo a decir que estos locos son los verdaderos anarquistas, viven al límite del sistema capitalista-neoliberal, no dependen de él, no pertenecen a ninguna institución  y no compran producto alguno del mercado capitalista. ¿Qué tipo de loco queremos ser?, ¿qué buscamos en este mundo que estamos destruyendo, la felicidad o la locura?, ¿la locura nos da la felicidad o la felicidad nos vuelve locos?

La felicidad es estar bien con los demás y ello nos conducirá a estar bien con uno mismo. La felicidad está en hacer felices a los que más podamos, en hacer lo que nos gusta aunque conlleve sufrimientos y desgracias. Ahí está la locura, hacemos las cosas aunque seamos juzgados y nos digan que no va a dejar frutos lo que estamos haciendo en el presente, y esa es la locura, la de querer cambiar el mundo desde nuestras posibilidades, otro mundo es posible, un mundo donde quepan muchos mundos. Nuestra locura está acompañada de la causalidad, de la miseria y ésta consiste en cambiar el mundo. La felicidad como el buen vivir, más allá de la cantidad está la calidad, no se requiere de la riqueza material para reproducir el buen vivir. La locura de destruir el planeta hay que presentarla como tal, ya que es una locura presentada como lo cuerdo y lo que conduce a la buena vida y por tanto a la felicidad, cuando lo que realmente es la locura que nos conduce al suicidio colectivo. Esta locura del sistema la tenemos que enfrentar con la otra locura que nace, brota de la nada y procura la vida. 

Al partir de nuestra cotidianidad, reconociendo lo distinto de los otros, se puede hacer algo que trascienda y mejore nuestra condición de vida. La causalidad y la casualidad harán que el camino sea más largo, o quizá más corto, aunque difícilmente será corto. Así nos dicen los del sureste mexicano, la noche es para nosotros y la luz es para los de mañana, en la noche vivimos, en ella moriremos, en ella trazamos nuestro camino al andar en la oscuridad. Nuestra locura se encuentra en el caminar por la noche, y nuestra causalidad está en encontrar tarde o temprano ese destello de luz que nos indique que estamos entrando en el mañana. Desde los pueblos originarios, desde su manera de vivir, podemos aprender otra forma de relacionarnos entre personas y entre humanos con la madre tierra.

Causalidad, locura y buen vivir, hacen nuestro destino, guían nuestro andar. En medio están, la digna rabia, el miedo, el coraje, la pasión y la esperanza por seguir adelante. Lo anterior hace nuestro destino, en busca de lo que queremos, como una utopía, como el horizonte, caminamos para alcanzarlo pero se aleja cada vez que nos acercamos. Algunas ocasiones hemos logrado metas que nos hacen sentir bien momentáneamente, mas esto no implica que ya alcanzamos nuestro deseo de cambiar el mundo. Hemos hecho cosas pequeñas para transformarlo, pero sólo hemos transformado una parte de un todo que se cae a pedazos.

De la nada surge lo nuevo, de la locura se origina la cordura, del sufrimiento y de la explotación brota el buen vivir. Por ahora nos encontramos en la locura disfrazada de cordura y los planes se desvanecen, porque la causalidad del sistema nos lleva a un camino donde él crea sus propios mecanismos para reproducirse y así provocar que la marea nos arrastre, nos revuelque y nos hunda una y otra vez.
Frente a esa negatividad se mantiene y se re-produce casi de manera agónica,  una nada que es lo más periférico que puede haber, esa nada son las comunidades originarias y son la fuente de la producción de la vida. Son otra forma de vida, son comunidades que se saben cósmicas y por ello se reconocen como una parte más de todo el universo. Esa razón es esencial, no se sienten superiores sobre los demás seres vivos, la madre tierra que es, nuestro bosque, desierto, mar, etc., son respetados como otro sujeto, hay una convivencia que provoca la armonía y busca un mundo donde quepan muchos mundos. Así, las comunidades originarias nos ponen el ejemplo de que otro mundo es posible a partir de la cotidianidad. Son las grietas más gruesas que tiene el sistema, sin embargo, las está aniquilando. Nuestra labor es hacer que esas grietas crezcan para terminar de romper el sistema que nos está llevando al suicidio colectivo. Nos toca aprender de su forma de relacionarse con su entorno, con las otras personas y seres vivos.

Sin embargo, volvemos y seguimos frente a la pantalla, pretendiendo terminar un escrito para que se publique en una revista o en cualquier lado, y seguimos y no nos damos cuenta que terminamos siendo los mismos engranajes que hacen que siga reproduciendo el sistema que está destruyendo la vida entera, pues no sólo basta con tener algo que decir, así parecería muy fácil. Tenemos que trabajar para poder comprar los productos que satisfacen nuestras necesidades como el comer y el vestir. El sistema capitalista crea sus mecanismos para hacer pequeña la grieta. Hace de manera inevitable el consumo de productos y por tanto de su reproducción. De esa manera, las comunidades originarias se alejan como la utopía, y seguimos escribiendo, intentando crear ideas que influyan en los demás para reproducir este mundo, esta vida. Hay una pregunta fundamental para mantener a flote este barco que se hunde: ¿cómo transformamos este mercado capitalista en las grandes ciudades, y por lo tanto esta forma de trabajo, y sobre todo esta explotación voraz a la madre tierra? 




La sombra de Prometeo

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