"El parque y otras cosas" Por César Baruch

"El parque y otras cosas" Por César Baruch.

El Parque

Los sábados siempre fueron mis días favoritos, eran los días en que después de una semana de trabajo y ajetreo se compensaban en un día de paz y tranquilidad. Yo iba al parque Miguel Hidalgo, en donde las familias convivían armoniosamente y los problemas no existían. Ese día me quedé esperando en una banca de esas que tienen todos los parques… de acero en donde las parejas se sientan para declararse un amor mutuo y donde antaño las madres amarraban las agujetas de los zapatos de los niños y curaban los raspones de sus caídas.

Al estar ahí esperando que el bibliotecario llegara para abrir la biblioteca me quedé mirando a un niño acompañado de su abuelo. El niño que jugaba en el columpio sabía que ese momento nunca lo olvidaría, el momento de estar con su abuelo, ese momento en el que él disfrutaba del vaivén y las historias mágicas. En otra banca descansaba un señor, su cabello ya pintaba algunas canas, pero eso no importaba, pues disfrutaba un helado, el cual parecía recordarle cuando de niño venía a este mismo parque con su padre… Quizá para él era el parque de su niñez donde venían los mejores recuerdos antes que su padre partiera.

Los parques nunca llegan a tener un dueño, si bien mucha gente pasa por ellos a diario, algunos llegan y otros se van, pero siempre hay alguien que se queda en ellos... Como aquel vagabundo de barba oscura y pantalones desgarrados que cargaba su vida en un costal y que se hacía acompañar por su amigo de cuatro patas llamado "cofi". El parque que veía como un hogar fue adoptado por el vagabundo, quizás pensó que sus grandes árboles altos y serenos también lo protegían y le daban la sombra que necesitaba, o aquellas jardineras que brindaron el mayor confort como lo hace una cama cuando uno está cansado; y esos juegos en donde sin ser de su propiedad veía a los niños divertirse… Quizá recordaba cuando fue niño y no importaba nada, ni siquiera su futuro, aun así él sabía que era el guardián de ese parque. Creo que ese era el mensaje, contemplar lo hermosa que es la vida en un parque; el parque donde los escritores esperan a que las bibliotecas abran, donde los niños conviven con su abuelos y lo abuelos recuerdan su niñez; y los vagabundos solo esperan vivir para seguir contemplando la vida.

I



Pedaleaba como si escapara, y eso es lo que hacia... de ella, de la emociones, de los sueños, de los recuerdos, de todo; y pensaba que algún día olvidaría, que con los años y el tiempo la tenía que olvidar y ahora que soy un viejo y que mi vida ha transcurrido banalmente, tantos años y tantas mujeres que me han dicho: "acuérdate de mí", mismas a las que he olvidado. Aún al día de hoy, la única mujer a la que no olvidaré es a ella...

II

Hubo una época en la que la veía todos los días, pero eso fue hace mucho tiempo... Lo terrible era que esos fueron los mejores años de mi vida... Y creo que fue cuando finalmente entendí que formé parte de su pasado, un pasado que ella quiere olvidar, y ahora no había nada más que hacer que irme, sólo que no lo hice... porque no pude. Hay cosas en la vida que son importantes, cosas del pasado que no se pueden negar. Ella es parte de mí y yo parte de ella y sin importar cómo, mientras vivamos yo sé que nunca podremos olvidarnos.



III

Nunca olvidaré esa noche. Recuerdo la luz mágica de la ventana de Elizabeth y recuerdo la oscuridad que me rodeaba en la calle y ahora, después de más de dieciséis años, aún tengo en mente cada nota musical que vagaba por aquél aire nocturno... La única diferencia es que no recuerdo cómo tocar el violín.

IV

Al día siguiente Elizabeth y yo regresamos donde habíamos empezado, a casa,... Era el 31 de Diciembre en ese pequeño suburbio, de alguna forma las cosas eran diferentes, nuestro pasado estaba ahí, pero nuestro futuro estaba en otra parte y ambos sabíamos que tarde o temprano tendríamos que irnos. Fue el último 31 de Diciembre que pasé en ese lugar, al año siguiente me fui de ahí. Elizabeth viajo a estudiar Historia del Arte a Italia, y nunca olvidamos nuestra promesa, nos escribimos una vez a la semana durante los siguientes ocho años. Fui al aeropuerto a recibirla cuando regresó, con ella estaban su esposo y su hija de 8 meses de edad. Como dije, las cosas nunca son exactamente como las planeas. Crecer sucede en un latido, un día estas en pañales y al día siguiente te vas, pero los recuerdos de la niñez permanecen contigo todo el camino.

V

Y ella le pregunto ¿cuál es tu mejor recuerdo?, y él contesto.- Tenía ocho o nueve años, recuerdo que estaba en la playa con mis padres y hacia frió afuera, así que tuve que meterme entre ellos en la arena y todos vimos como se metía el sol por el horizonte. Ella pregunto ¿qué es el horizonte?... Si no puedo sentirlo no sé cómo puede ser; y él contesto.- es la línea donde la tierra se encuentra con el cielo, es el fin del mundo. Cuando era niño pensaba que si caminaba lo suficientemente podía llegar al horizonte, creía que si me paraba sobre él y miraba sobre la orilla sería capaz de ver lo más hermoso que haya visto nunca.

VI

Esta es la historia de mi gran amor, con la esperanza de que lo lea y no me reproche nada, he omitido algunos detalles, como su nombre, las características de su nacimiento y crianza, así como cualquier cicatriz o marca que la identifique a la vez; y no puedo dejar de escribir esto para ella, para decirle que lamento cada palabra que escribí para cambiarla. Lamento muchas cosas: “No podía verte cuando estabas aquí conmigo y ahora que ya no estás te veo en todas partes; quizás cuando alguien lo lea se pensara que es magia, pero enamorarse es un acto de magia igual que escribir”. Alguna vez me dijeron que el guardián de los sueños era otro extraño milagro de la ficción, porque había creado a un humano con tinta, papel e imaginación. No soy Octavio Paz, pero he presenciado un extraño milagro, cualquier escritor puede garantizar que en el estado más feliz y próspero el escritor no produce palabras, sino las canaliza. Ella se presentó en mi vida, tuve la suerte de estar ahí y plasmarla para siempre.

VII

Yo crecí en un vecindario que era igual a muchos otros vecindarios; las casas se distinguían por los buzones y los autos en las aceras. Era un lugar donde los mexicanos trabajadores juntaban sus carretas para protegerse del mundo exterior y nuestras vidas se alimentaban de pequeños momentos, todo entrelazado delicadamente, tal vez sin que nos diéramos cuenta... Entre las cosas de la oficina y las comidas y el ruido de la gente, pero la vida era muy valiosa dentro de nuestro pequeño santuario, muy preciada y lo único que podía cambiar eso sería la muerte.



VIII

Mientras él se preparaba para partir, a María se le llenaron los ojos de lágrimas. Él la tomo de la mano entre las suyas y le dijo: No puedo quedarme, pero nunca te olvidaré. Le rozó la mejilla con sus dedos y rápidamente se marchó. -Por favor no te vayas, - susurró ella, pero ya era demasiado tarde. Ella se dio vuelta secándose los ojos. No podía soportar ver que su única oportunidad de amor verdadero desapareciera para siempre. Entonces... sintió una mano fuerte en su hombro que le hizo dar la vuelta. Era Jacobo. — ¿Qué pasa? —preguntó María, él la miró profundamente y susurró: “no hay futuro sin ti".

IX

Aunque después de todo tal vez hay algunas cosas de la vida que no se pueden cambiar; las esperanzas de un niño, los sueños de los padres. Tal vez cuando se trata de la familia todo es para bien. Como dicen, "crecer no es fácil", no importa qué edad tengas, todo es asunto del tiempo y de la suerte; y si eres muy afortunado tal vez de amor. Todo lo que sé es que soy parte de algo duradero, la familia, de mi familia, para bien o para mal.

César Baruch








La sombra de Prometeo

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