Por Manuel Arduino Pavón
La
segunda noche recibí una segunda mini “iniciación” en sueños. Alguien —estoy
seguro que no se trataba del señor Leadbeater— me instaba a experimentar con la
meditación en la palabra, en cualquier palabra. Ecos y resonancias profundas y
abismales ganaban mi mente, que viajaba a la velocidad de la conciencia lo
largo del hilo conductor contenido en cada palabra, a través de un frondoso laberinto
que terminaba con la contemplación relampagueante de mis propios incontables
rostros. ¿Los rostros de mis existencias anteriores?
El extraño me estimulaba a que practicara
los ejercicios que me había enseñado por la noche en las horas de la vigilia. Confieso que aunque
lo intenté alguna vez, hasta el presente no alcancé grandes resultados con la
experiencia. En el curso de los últimos años, dos o tres veces más volví a
practicar
en sueños este ejercicio de interiorización por medio del sonido y del sentido,
y confieso que los resultados fueron verdaderamente formidables. Pero desde el
llano, en el plano material, realmente parece que carezco de las condiciones
indispensables para avanzar en esa línea exploratoria.
Cuando estuve en compañía de Leadbeater,
lo cual ocurrió cando un gran impulso interno interrumpió todas las prácticas y
me condujo hacia él, en ese momento supe que el eximio clarividente había
tenido algo que ver con todo ello. No lo supe porque él me lo hubiera dicho, fue
una simple y poderosa corazonada.
—Es momento de ocuparnos de un aspecto
siniestro de las vidas larvarias que pululan por el plano astral. Déjese guiar.
En un santiamén sobrevolábamos por encima
de un gran frigorífico, de una planta de faena de reses parecida a las que
abundan en las Pampas.
Mi vista se apartó violentamente ante la
visión que de allí emergía. Oleadas de rayos y nubes rojas explotaban en toda
la construcción.
—Es la ira y el resentimiento, el miedo
transformado en odio que les está naciendo a las pobres reses escogidas para
ser sacrificadas. Sólo observe con detalle el área del frigorífico donde se
perpetra el crimen.
Nos
acercamos al matadero. ¡Era algo terrible! Miríadas de sanguijuelas astrales gigantescas,
color sangre y fuego, se cebaban en la sangre de los animales y un horroroso
ruido de espanto y destrucción lo cubría todo, de una manera sorda y continua,
algo muy difícil de transmitir, como una marea de llanto y lamentación vacuna
que rodaba y rodaba por el espacio.
Las sanguijuelas iban creciendo a medida
que más y más animales eran sacrificados. Las había grandes como un árbol o
pequeñas y estúpidas como una bolsa con limones podridos. Y todas bebían el
fluido astral de la sangre y se hinchaban literalmente alcanzando enormes
proporciones.
Leadbeater intervino para arrojar luz
sobre esa visión dantesca.
—Estos son los animales que gradualmente adquieren
condiciones para ingresar al reino humano por el terrible camino, por la
terrible puerta del odio. Cuando les llegue la hora de ofrecer un cuerpo para
un alma humana, nacerán en individuos de nuestro género llenos de odio y de
resentimiento. El daño que se inflige innecesariamente a los hermanos menores
de la naturaleza es algo que no tiene medida. Y vuelve a todos nosotros como la
consecuencia terrible de nuestra ignorante costumbre milenaria, procurándole a
las sociedades humanas el tipo psicológico del delincuente y el criminal.
Contemplé los alrededores de la planta
frigorífica: las nubes de rayos y humo gris y negro lo tapaban todo.
Leadbeater apuntaló la visión:
—Esas nubes pavorosas de odio y miedo lo
cubren todo, recargan aún más la pesada atmósfera psíquica del planeta y desarrollan
las condiciones insanas que se traducen en más miedos y más temor incluso en el
nivel humano. Lo que el hombre crea, el hombre lo habrá de padecer, en todo
rige la ley, la misma inflexible e impersonal ley.
—Karma —pensé espontáneamente.
—La ley de Causa y Efecto, la ley de Karma —subrayó Leadbeater.
De pronto nos trasladamos en el espacio hacia
una zona para mí desconocida de una ciudad, parecía una carnicería.
Entraban algunas personas a comprar sus
cortes de carnes para el consumo personal.
—¿Observa las entidades que gobiernan en
estos antros?
Agucé mi visión.
Una majada de formas semejantes a
mosquitos mezclados con sanguijuelas, con unos ojos saltones y una apariencia
de intenso placer y
disfrute,
lo cubrían todo. Se marchaban en las bolsas
junto a las personas que habían hecho su compra, saltaban y se exhibían
en sus cabellos, en la ropa, sobre los hombros. Juguetonas y audaces no medían
las consecuencias de sus actos, simplemente iban donde iba el trozo de carne
ensangrentada.
La visión me causó repugnancia y estupor.
—A todos les ocurre algo semejante, mi
buen amigo —me dijo Leadbeater con un timbre de voz a la vez resignado y firme.
Parecía inevitable sentirse atosigado por
esas sórdidas visiones del mal.
—Así son las cosas en alguna de las
moradas del Padre —ironizó el clarividente.
Ya no soportaba tanto oprobio y dolor. Él
lo percibió y me dijo:
—Por hoy es suficiente, pero sería
aconsejable que se predispusiera mentalmente para estas crueles experiencias en
el mundo astral, por ejemplo desarrollando y reforzando un interés impersonal y
una cierta distancia emocional con todo esto. Sin esa actitud todo es en vano.
Sin esa actitud no puede llegar nunca la capacidad de reflexión y análisis tan
necesaria.
Hice
un esfuerzo por adquirir el estado emocional del que me hablaba y en ese
esfuerzo me volvía a someter al imperio del cuerpo físico.
Estaba otra vez en la cama, despierto.
Me levanté y escribí estas palabras.
Y luego fui hasta el refrigerador y
extraje la carne y el jamón y los envolví en papel de diario y los dejé junto
con los residuos del día. Estaba resuelto a cambiar de hábitos alimentarios. Ya
no quería seguir colaborando con el sufrimiento y la destrucción.
De "Animalario de ciertas
especies espirituales"
Autor: Manuel Arduino Pavón
manuelarduinopavn@yahoo.com.ar
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