Publicado
en el Correo Semanal. Diario Última
Hora.
Asunción,
13 de mayo de 2017, PP. 4-5 ©
Imaginando a Rulfo
Hay
marcas indelebles impregnadas intensamente que el paso del tiempo las
profundiza. He intentado siempre huir de las marcas de ganadería política y de
los carimbos de la fe, pero en el diverso y apasionante universo de la literatura,
me declaro rulfiano. Con la euforia propia de un poseso y la expectativa de un
desempleado, me afilié al rulfismo y desde aquel entonces, -27 años atrás- mi
fanatismo ha ido en aumento.
No
he perdido ocasión alguna para proferir su nombre o susurrar fragmentos de Pedro
Páramo en varios momentos de mi vida. De hecho, de vez en cuando, en
alguna reunión, me gusta testar el ambiente y buscar algún correligionario,
entonces, me esfuerzo en pronunciar con claridad: “Vine a
Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre”…
A
veces, en un ejercicio de mímesis, trato de imaginarme a los millones de
prosélitos esparcidos por el mundo y ansío experimentar la sonoridad de la
escritura rulfiana, traducida en ese amplio espectro de más de 60 lenguas. En fin, me consuelo al saber que lo que
imaginamos no es otra cosa que el facsímil de aquello que no podemos ver.
Imaginado
Y
hablando de imaginación, Juan Rulfo sí que era bueno imaginando realidades. Tanto
que luego de una conferencia impartida en la universidad californiana de Santa
Clara, una estudiante hija de padres mexicanos expresó su decepción en estos
términos:
“Usted acaba de formular que
su fuente de trabajo es la imaginación. Si es así, entonces es un mentiroso, pues
mi abuela es de Jalisco y ella me cuenta historias muy parecidas a las que ha
publicado. Y si ella me las cuenta, eso quiere decir que las histonas de El llano en llamas son verdaderas”…
Así
es, replicó Rulfo, “el oficio del
escritor es contar realidades que no lo son”.
En
más de una ocasión Rulfo ha manifestado su admiración por la frescura de los
textos de los cronistas de los siglos
XVI, XVII y XVIII. Quizá, esta afición de leer crónicas ayudó al escritor a
desplegar su imaginación con un ropaje muy verosímil al punto de co-fundirse
con la realidad. Como escritor y como
fotógrafo, su universo discurrió en un escenario universal pero muy próximo a él. Un ejercicio interméstico,
seña característica de aquello tan humano y por ello tan próximo, lejano y
compartido.
No
obstante, Rulfo era consciente de que la cuestión social es vital para toda
escritura de extracción latinoamericana. Y mientras persistan esas
desigualdades toda escritura de alguna forma se verá permeada por esa
condición. Aun así se rehusaba a aceptar pertenecer a la corriente realista que
detalle los problemas sociales en su conjunto. “Yo no reflejo los problemas de mi país, aunque sí toco los temas
sociales, el tema del campesino, del fanatismo, de la superstición, un poco
de la magia y de la mitología y del sincretismo religioso”.
Escritor consumado, se ha declarado heredero de algunos literatos como Bjornstjerne Bjorson, Gerhart Hauptmann, Knut Hamsun y Frans Emil Sillanpää. La realidad y la perspectiva espacial basadas en el vuelo de la imaginación, producto de la genialidad de los mencionados, se han erigido en cimientos de su fe literaria. Así, al amparo de sus lecturas predilectas ha reivindicado la importancia del poder imaginativo. En una entrevista llegó a afirmar: “No puedo escribir sobre lo que veo, puedo haber visto muchas cosas, puedo haber observado u oído muchas cosas, pero no podría desarrollarlas, ni cosas autodidácticas tampoco. Así no desarrollo autobiografías ni ninguna de las cosas que hago. Tampoco puedo describir una cosa que veo. Tengo que imaginarla”.
Curiosamente la suerte de nuestro escritor es parecida -salvando las distancias y circunstancias-, con la de Augusto Roa Bastos. Si aquel tuvo la marca del destino en formato de “oportunidad prestada”, también ocurrió lo mismo con el escritor paraguayo. Tanto Rulfo como Roa, en momentos claves de sus vidas se toparon, muy jóvenes aún, con la maravillosa e impagable experiencia de convivir con una nutrida biblioteca, aunque ajena, biblioteca al fin. Rulfo recuerda con cierto humor el hecho de que un cura “raro” del pueblo, en la época en que estalló la cristiada haya decidido guardar su ingente biblioteca en su casa. Esa hermosa coincidencia le abrió el camino para leer, leer y leer. El cura aquel no tenía casi libros religiosos, ni novenas, ni cosas así, sino que tenía muchos libros de historia y de novela, tenía mucho de novela y tenía todas las obras de Víctor Hugo, de Alejandro Dumas. También tenía el famoso Index Papal, las obras prohibidas. Y es que, el Index en mano se había dedicado a recoger para beneficio de su propia biblioteca todas aquellas obras proscritas. En el caso de Roa Bastos, la generosa biblioteca de “el viejo señor obispo” ha brindado insumos al que luego sería el gran escritor.
Pero volvamos al tema de la imaginación. 34 años atrás, en la bella Oviedo, presidía el jurado del Premio Príncipe de Asturias de las Letras el médico y filósofo español Pedro Laín Entralgo. Luego de un par de votaciones y un ejercicio deliberativo importante, los miembros del jurado no pudieron deshacer el empate entre las candidaturas del escritor mexicano y el gran poeta asturiano Ángel González. Laín Entralgo tuvo que decidir por primera vez en la historia de estos premios y el reconocimiento fue para Rulfo por su “alta calidad estética, hondura, inventiva, acierto y novedad expresiva, así como su decisiva influencia en la posterior narrativa de su país y el lugar destacado que ocupa en el conjunto de las letras hispanas". Al otro lado del mundo, en México, días previos a las deliberaciones, el hijo del escritor retiraba el periódico diariamente a fin de tener alguna noticia del galardón y se entristecía al corroborar que su padre no aparecía entre los candidatos al premio. Entonces su madre, haciendo gala de su imaginación, le dijo: “Tranquilo, hijo, que los que viajaremos a Oviedo el próximo mes de octubre seremos tu padre y yo”.
A los 65 años de edad, Rulfo esperaba tener suficiente tranquilidad económica para seguir escribiendo. Había manifestado que no han sido poco los apremios económicos a lo largo de su vida y “es que la familia come todos los días y se gastan los zapatos”, llegó a afirmar. La crítica, los estudiosos, sus prosélitos, en fin, todos, esperaban del escritor una mayor producción pero nada de eso ha ocurrido. El silencio y la economía de las palabras en la persona de Rulfo tenían un cariz muy especial. Tres años después de recibir el reconocimiento, el 8 de enero, el escritor Fernando del Paso, que en ese entonces trabajaba en Radio Francia Internacional, se enteró de la muerte de su entrañable amigo Juan Rulfo. La emotiva carta cierra con un homenaje a la gran capacidad creadora del amigo fallecido:
“Y a veces, de pronto, tú te ponías a hacer literatura sin darte cuenta. Te ponías a contarme historias que yo no sabía si eran ciertas o eran puras invenciones, o si se iban volviendo ciertas cuando las estabas inventando. Me acuerdo muy bien, Juan, muy bien, como si te estuviera oyendo”.
Fidelidad
Y así, fui creciendo con estas referencias e imágenes de Rulfo. En conversación que girase sobre literatura no perdía la ocasión para levantar la mano y hablar maravillas de Rulfo. Es más, un amigo periodista me increpó duramente luego de una defensa emocionada.
-Ya
sabemos que te gusta Rulfo, pero hay más opciones bajo el sol, viejo,
actualízate….
Ni
un ápice de malestar. Ni un paso atrás. Comentarios de este tipo me traen sin
cuidado. Mi frenesí la seguí gestionando con una alegría renovada con cada
relectura de sus escritos o deleitándome con la belleza de sus maravillosas
fotografías.
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