Masoquismo moralizante


Masoquismo moralizante como padecimiento cultural

Eduardo Ruiz

“Hemos pervertido la crítica: la hemos puesto al servicio de nuestro odio a nosotros mismos y a nuestro mundo”.
Octavio Paz

¿Para nosotros, tiene hoy el multiculturalismo una oportunidad? Vargas Llosa responde que sí:

Todas las culturas, creencias y costumbres deben tener cabida en una sociedad abierta, siempre y cuando no entren en colisión frontal con aquellos derechos humanos y principios de tolerancia y libertad que constituyen la esencia de la democracia. [1]  

La idea es bella ¿quién se atrevería a cuestionar tan buenas intenciones? ¿Por qué no es posible la realización de un mundo que no construye fronteras? Todos quieren ser parte de una sociedad abierta y plural, es una elocuente idea de progreso y evolución que hoy acota a la voluntad social. La simpatía por el débil –más si uno mismo, como individuo y como pueblo, se reconoce como víctima histórica- encuentra su redención en la asimilación de ser un “igual” con el “otro” y romper toda diferencia. 

El simpatizante del multiculturalismo dice que el hombre blanco y capitalista goza de beneficios obtenidos a través de la explotación, violación y tiranía ejercida sobre otras culturas, por lo que el multiculturalismo no sólo es moralmente válido, sino también, como dice Vargas Llosa: “es un deber”.

 El proyecto multiculturalista se remonta a varios escenarios, uno de ellos está después de la segunda guerra mundial, donde el surgimiento de la ONU y los Derechos Humanos pretenden frenar los excesos de violencia, a partir del señalamiento de los millones de muertos en el transcurso del episodio bélico, pero también exponer los campos de concentración, el racismo, la exclusión y las persecuciones.

En los años 60’s y 70’s el impacto se extiende, auspiciado por una serie de movimientos culturales de “resistencia”: socialistas, hippies, intelectuales inconformes con las prácticas económicas, con la guerra, con la confrontación, con el avasallamiento de los derechos. Todos ellos con las venas abiertas. Sartre es un claro ejemplo. Padeció la ocupación nazi en Francia, vio la cara de guerra frente a sus ojos; encarcelado en mazmorras, angustiado, muriendo todos los días en la espera de su propia muerte, con las puertas cerradas, ante un muro y la cámara. Su alma y espíritu burgués padecieron la peor de las miserias.

Es un hecho, Europa y los europeos no fueron los mismos después de vivir la segunda guerra mundial. Poco tiempo después el afamado “eurocentrismo” vuelve a mirarse, y esta vez se encuentra a sí mismo como el origen de todo mal, es culpa y arrepentimiento. Intelectuales consideran necesario encontrar la solución a esta tragedia; sin embargo la búsqueda de toda causa justa siempre esconde una pasión muy egoísta, quizá también un deseo de venganza[2].

Octavio Paz nombró a este padecimiento como masoquismo moralizante, lo dirige a Sartre cuando éste condenó la actitud de franceses e ingleses al vituperar la existencia de campos de concentración soviéticos[3] (GULAG) pues aquellos, como imperialistas, poseen colonias. Para Sartre no es moralmente válido, no son aceptables las declaraciones emitidas por ambos países, lo cual es curioso, pues el imperialismo francés permitió que la familia Sartre gozara de soltura económica en Francia, además su padre fue un oficial naval y, tras la muerte de éste, su madre se casó con un acaudalado empresario de la industria automovilística. Esto le permitió a Sartre potencializar su desarrollo social e intelectual, viajar, conocer el mundo y padecer la náusea, privilegio de un buen burgués.

Es por lo tanto ambiguo pensar en la existencia de un Sartre no favorecido por su patria imperialista, y que el viejo Sartre, simpatizante de la URSS, emitiera juicios pasionales sobre las posturas de Francia e Inglaterra al no considerarlos moralmente válidos:

“Los ingleses y los franceses no tienen derecho a criticar a los rusos por sus campos, pues ellos tienen sus colonias. En realidad, las colonias son los campos de concentración de la burguesía".[4]
El autoritarismo soviético formó parte de un mecanismo de control y represión sobre su propio pueblo, mientras que la comparación de Sartre es absurda, pues da a entender que para el imperialista, un inglés debe realizar trabajos forzados en Sudáfrica si no está conforme con el régimen político, o a un Sartre que debió ser encarcelado por defender a la unión soviética. Las comparaciones no son equivalentes, por lo tanto están fuera de lugar. El desconocimiento del sentido histórico, o la falta moral para condenar los campos soviéticos, así como la muerte de más de 40 millones de personas, son desechados, no son un problema para Sartre, no le interesan, no significan un asunto de fondo. Es peligroso cuando el corazón se sube a la cabeza y comienza a hablar, muchas veces se extravía la mirada –de por sí ya perdida en el filósofo- y es nuestro odio o nuestro amor el que termina dirigiendo nuestra actividad intelectual.

Nuevamente Paz:

Sartre no era insensible a estas razones pero era difícil convencerlo: pensaba que los intelectuales burgueses, mientras subsistiesen en nuestros países la opresión y la explotación, no teníamos derecho moral para criticar los vicios del sistema soviético.[5]

Sin ánimos de realizar un psicoanálisis, Octavio Paz diagnostica un fenómeno cultural personificado en el filósofo francés -en relación a las declaraciones ya mencionadas y a la pasión moralizante- la consecuencia es una miopía intelectual, que es, precisamente en nuestro tiempo, la que manifiestan los centros académicos y los campus universitarios al corresponder más a los vicios morales y a las pasiones intelectuales, que a la realidad objetiva y a la verdad como fruto.

La herencia cristiana viene también a dominar la decadente moral del europeo, transformando los mandamientos religiosos en leyes, en estatutos “políticamente correctos”. Hoy el heterosexual es culpable de su heterosexualidad, el blanco de no ser negro, el hombre por el hecho de ser hombre, la denominada minoría es de inmediato débil y vulnerable, es víctima… la pluralidad de los emblemas actuales aluden a la culpa y al resentimiento histórico, sin la propia comprensión de la historia, por ejemplo, se dice que la “realidad” es una imposición del “patriarcado”, que además es heterosexual, blanca y capitalista; se da por hecho la existencia de un ser malvado, por lo tanto culpable e indefendible. ¿Cómo se realiza la anulación del juicio? Simplemente con la culpa del pensamiento, con la culpa de la palabra y, al final, con la culpa del “otro”. 

Occidente es hijo del cristianismo y de la Revolución francesa. Libertad, igualdad y fraternidad son equivalentes a la culpa, al pecado, al amor al prójimo y al enemigo, a poner la otra mejilla y encontrar la redención en un acto trascendente; el resultado se convierte en tolerancia, inclusión e igualdad subjetiva.

El rezago intelectual viene de los propios intelectuales, de los grandes académicos, de las aulas universitarias. Los movimientos de inclusión y tolerancia no surgieron de la sociedad, del vulgo, del pueblo, éstos tienen necesidades inmediatas más importantes, sino de personajes resentidos, moralmente enfermos y educadores de filosofía…

El caso de Sartre es ejemplar pero no es único. Una suerte de masoquismo moralizante, inspirado en los mejores principios, ha paralizado a gran parte de los intelectuales de Occidente y de la América Latina durante más de treinta años… En Sartre esta enfermedad intelectual se convirtió en miopía histórica: para él nunca brilló el sol de la realidad. Ese sol es cruel pero también, en ciertos momentos, es un sol de plenitud y de dicha. Plenitud, dicha: dos palabras que no aparecen en su vocabulario.[6]

Literatos como Vargas Llosa, entre otros intelectuales, se declaran simpatizantes de muchas vanguardias culturales, ya Paz anunciaba con anterioridad el escenario que perfilaban los movimientos izquierdistas y marxistas:

Así, ya en 1947 Sartre había comenzado su largo e infortunado diálogo con el marxismo y los marxistas. ¿Qué se propuso realmente? Reconciliar al comunismo con la libertad. Fracasó pero su fracaso ha sido el de tres generaciones de intelectuales de izquierda.[7]





[1] Llosa, Vargas. 22 de junio del 2003. Diario El País. http://elpais.com/diario/2003/06/22/opinion/1056232807_850215.html

[2] Si bien no se trata de exaltar la rivalidad y doblegar la dignidad humana, es importante destacar que la cultura del resentimiento, como la entiende Nietzsche, es un veneno que confronta la voluntad. El resentimiento nace de la debilidad y la impotencia. Nietzsche señala con frecuencia a los cristianos, así como a todas las valoraciones que se desprenden del cristianismo -por ejemplo la compasión cristiana ante el dolor del prójimo, se puede traducir en las banderas de inclusión, tolerancia e igualdad de unos con otros; el dolor por lo débil, la compasión ante lo malogrado- la pasión por el sufrimiento conforma gran parte de la fisiología cristiana y no se encuentra tan separada de los ideales de la Ilustración y la Revolución francesa, hay que recordar que la cabeza que rodó en la plaza pública fue la del Rey, no la del Papa. La sociedad democrática también es un ejemplo de debilidad. Siguiendo la línea nietzscheana nos dice que es la forma de decadencia de cualquier Estado, pues deja en manos de la masa los asuntos importantes, propios de hombres superiores, es decir, se atiende primeramente la cantidad antes que la cualidad. Aproximadamente 60 años después de la muere de Nietzsche, comienzan a impactar nuevos movimientos sociales que incluyen en su bandera el denominado marxismo cultural. Inicia un nuevo proceso de venganza y resentimiento. El culpable de todo mal es el opresor, el capitalista, el burgués, es decir él “liberador” político pero no, propiamente, de la moral Occidental.

[3] Se estiman cerca de 40 millones de soviéticos muertos en los campos de concentración al ser obligados a realizar trabajos forzados.
[4] Paz, Octavio. Hombres en su siglo y otros ensayos. Editorial Seix Barra¡. Biblioteca de Bolsillo. Barcelona, 1990. Primera edición: 1984 (Página 115).
[5] IBID p. 115
[6] IBID 116
[7] IBID 120

La sombra de Prometeo

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