Pluralismo y creatividad: Reflexiones en torno a la relación entre ciencia y arte a partir de Feyerabend

Pluralismo y creatividad: Reflexiones en torno a la relación entre ciencia y arte a partir de Feyerabend

Norma Ortega


Si dais en contemplar las cosas de la vida,
fijaros siempre en todo, en el haz y el envés.
Nada está sólo dentro, nada está sólo fuera,
porque lo que está fuera también está por dentro.
Seguid sin más tardanza esta regla sagrada:
más que oculto misterio es un secreto a voces.
Pues así evitaréis la apariencia engañosa
que parece que es juego, pero es cosa muy seria:
que todo lo que vive es, sin duda alguna,
nunca una cosa única, sino muchas al mismo tiempo.
Goethe *

A manera de introducción




En El secreto del universo Kepler se propone disertar sobre el número, magnitud y movimientos de los orbes celestes. A lo largo de esta obra se hace hincapié en la fascinante relación entre el sistema copernicano y los cinco poliedros pitagóricos, los cuales son introducidos en la teoría cosmológica de Kepler con la finalidad de establecer una adecuada y admirable proporción entre las distancias de las distintas esferas del cosmos.

La disertación kepleriana sobre el orden y la proporción del cosmos es animada por tres preguntas: la primera, relativa al número de orbes celestes; la segunda, concierne a la proporción que guardan sus distancias; la tercera, a los movimientos con que giran en torno al centro.

Con respecto a la primera cuestión Kepler sostiene, de acuerdo con Copérnico y en oposición a Platón, la existencia de seis planetas (Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter y Saturno) por lo cual, si hay seis planetas, el número de espacios que los separan es igual a cinco. Las distancias entre orbe y orbe son diferentes, sin embargo, tales magnitudes deberían respetar la maravillosa armonía de los cielos[1], ya fuera numérica o proporcionalmente.

Siguiendo este razonamiento, Kepler intentó ajustar las distancias considerando que si un círculo tenía determinada magnitud, el siguiente podría ser el doble, triple o cuádruple del anterior, no obstante, pese a los esmerados esfuerzos de nuestro ilustre matemático, no fue posible determinar, por este método, ninguna regularidad entre las magnitudes de los orbes celestes (en especial respecto a las distancias entre Marte y Júpiter). Debido al poco éxito que había obtenido por esta vía, Kepler intentó el siguiente camino: supuso la existencia de dos planetas, uno entre Mercurio y Venus, otro entre Júpiter y Marte, sin embargo esta hipótesis tampoco explicaba de forma satisfactoria la distancia que había entre estos dos últimos planetas.




Pasó así un tormentoso verano y un día, casi de casualidad y mientras exponía sus resultados frente a sus oyentes, Kepler pensó que no había razón para suponer que las distancias entre los cuerpos celestes se explicaran a través de figuras planas y ensayó la conjetura que cito a continuación:

Y de nuevo me preguntaba, ¿por qué habrían de ser planas las figuras entre los orbes? Añadamos mejor cuerpos sólidos. Hete aquí, lector, todo el hallazgo y materia de todo este opúsculo. Pues, si alguien poco ilustrado en cosas geométricas fuese informado en pocas palabras, al instante trae a su mente los cinco cuerpos regulares con la proporción entre las esferas, inscritos y circunscritos […].[2]

Esta nueva conjetura proporcionó una ingeniosa solución al problema de las distancias, el cual quedaba resuelto así: si se ordenaba adecuadamente cada sólido, de tal forma que este orden satisficiera la magnitud de las distancias que hay entre los orbes, entonces, sería posible no sólo sostener la existencia de seis y sólo seis planetas, sino también encontrar la proporción entre tales distancias y, con ello, la proporción que éstos guardaban con respecto a la velocidad con que giran respecto al centro. El orden de cada sólido fue establecido de la siguiente manera: Esfera de Saturno – Cubo – Esfera de Júpiter – Tetraedro – Esfera de Marte – Dodecaedro – Esfera de Tierra – Icosaedro – Esfera de Venus – Octaedro – Esfera de Mercurio – Sol.

El secreto del universo quedaba así revelado a través de la hermosa solución que Kepler propusiera al problema de las distancias entre los orbes. La solución de este problema no sólo ponía de manifiesto la verdad en las hipótesis de Copérnico, sino también nos permitiría cantar alabanzas al Creador Sapientísimo a través del descubrimiento y la expresión de las leyes armónicas que sigue su creación.

El armónico cosmos que Kepler nos presenta resulta, entonces, fruto de la creación divina, cuya comprensión y conocimiento se lograría descubriendo las leyes geométricas inherentes a él. Esta postura nos coloca ante una interesante problemática: el cosmos, el mundo se nos muestra como una creación, como una obra.

I

A propósito de la problemática anunciada anteriormente, aunque con un matiz diferente, Feyerabend, en El arte como producto de la naturaleza en tanto obra de arte, sostiene que:

[] las obras de arte son un producto de la naturaleza en no menor medida que las rocas y las flores [asimismo] la propia naturaleza es un artefacto, construido por científicos y artesanos durante siglos a partir de un material en parte dócil y en parte resistente de propiedades desconocidas. [] el mundo parece ser mucho más inasible de lo que los racionalistas suelen creer. Las generalizaciones intelectuales sobre el <>, la <> o la <> son recursos simplificadores que nos pueden ayudar a ordenar la abundancia que nos rodea. [] Son instrumentos oportunistas, en modo alguno proposiciones definitivas sobre la realidad objetiva del mundo.[3]

La naturaleza, de acuerdo con esta cita, es un artefacto, esto es, un objeto construido con ciertas técnicas para un determinado fin. Sin embargo, la naturaleza entendida desde la postura feyerabendiana no sólo es un artefacto, tiene un doble rostro: es creación y, al mismo tiempo, creadora, es creación que crea. En este punto se nos presentan dos interrogantes: ¿qué es lo que crea la naturaleza? y ¿en qué sentido la naturaleza es creada?

Con respecto a la primera cuestión, la referencia aludida sugiere que rocas y flores, así como las obras de arte (podríamos añadir incluso las obras científicas) son un producto de la naturaleza. En lo tocante a la segunda, Feyerabend sostiene que la naturaleza es el resultado de las diversas formas en que la vida humana actúa sobre la realidad[4]. Abordaremos en este momento la primera tesis.

Podríamos aceptar, sin poner gran resistencia, que las rocas y las flores son producto de la naturaleza, sin embargo, asumir que el arte o la ciencia también lo sean resulta cuestionable. Ahora bien, la idea de que las obras de arte son productos de la naturaleza no es una (irreverente) tesis propuesta originalmente por Feyerabend, sino por Goethe, primero en su Viaje a Italia y después a lo largo de su producción teórica y poética:

Las grandes obras de arte son al mismo tiempo las más grandes obras de la Naturaleza que el hombre ha creado según leyes verdaderas y naturales. Toda arbitrariedad, toda quimera se derrumba; ahí está la necesidad: ahí está Dios.[5]

A través de su viaje a Italia y a propósito de la contemplación de la arquitectura, la obra de arte se revela a Goethe, como el resultado de la comprensión de las leyes que rigen la naturaleza y, por tanto, se muestra como un reflejo de la acción que ésta ejerce en el hombre, quien se encuentra imbuido en ella, pero no como mero espectador, sino como partícipe y, fundamentalmente, como creatura creadora:

¡Naturaleza! Por ella estamos rodeados y envueltos, incapaces de salir de ella. Sin ser requerida y sin avisar nos arrastra en el torbellino de su danza y se mueve con nosotros hasta que, cansados, caemos rendidos en sus brazos.
Crea eternamente nuevas formas; lo que aquí es, antes aún no había sido jamás; lo que fue no vuelve a ser de nuevo. Todo es nuevo y, sin embargo, siempre antiguo.[6]

En opinión de Steiner, el hombre goethiano no se conforma con contemplar la naturaleza en la que está envuelto, al contrario, se ve íntimamente unido a ésta de tal forma que no se contenta con permanecer apartado de ella, se ve a sí mismo como naturaleza que advierte el efecto de sus leyes no sólo en su cuerpo, sino también en su espíritu y sus ideas.

Por lo tanto, así como Goethe nos ha mostrado en su Teoría de la naturaleza el proceso por el cual la semilla germina y deviene en flor, también se ve impelido a sostener que ciertas ideas germinan en el artista, crecen y se desarrollan en él hasta florecer y materializarse en obra. La obra de arte, en este sentido, es un fruto de la creatividad humana.

La analogía que hemos establecido entre fruto y obra de arte, nos permite acercarnos a la relación ya aludida entre hombre y naturaleza, a saber, el hombre se ve a sí mismo como naturaleza y, en cuanto tal, percibe en él una potencia creadora, de la cual el arte es su mayor y más perfecta expresión:

[] el hombre en la cúspide de la naturaleza, se ve a sí mismo nuevamente como una naturaleza total que tiene que producir en ella misma a su vez una cúspide. Para ello trata de superarse empapándose de todas las perfecciones y de todas las virtudes, recurre a la elección, al orden, a la armonía y a lo significativo para, finalmente, elevarse a la producción de la obra de arte [].[7]

En este punto nos vemos tentados a extrapolar la idea de Goethe al ámbito científico y sostener con él, que la ciencia, en tanto creación humana, puede considerarse también como una obra de la naturaleza que pretende expresar sus leyes mediante la elección, el orden y la armonía. La obra aludida en la introducción de esta charla nos proporciona un claro ejemplo de ello, en efecto, el secreto del cosmos puede ser revelado porque el mismo Kepler danza y se mueve en él y, por ello, puede crear una obra que materialice las leyes que se han seguido para su creación.

El cosmos kepleriano es, sin embargo, una creación divina, lo cual puede entenderse como una idea no sólo adecuada a la situación histórica de Kepler, sino también apropiada a las circunstancias político-religiosas que imperaban en su momento, incluso podemos aceptarla como una firme convicción de nuestro matemático; no obstante, entender al cosmos o la naturaleza como creación divina nos resulta, actualmente, engorroso, pero no por razones lógicas, sino históricas pues, como bien dice Feyerabend: “la historia, no los argumentos minó a los dioses.”[8]



Ahora bien, dado que no podemos negar que, desde 1596 (año en que fue publicado El secreto del cosmos) hasta ahora, la historia de la humanidad ha sufrido cambios graduales conducentes a la formación de actitudes diferentes, diferentes modelos y formas nuevas de ver el mundo[9] nos resulta difícil aceptar, sin más, que el cosmos es una creación de Dios; sin embargo, bien podríamos admitir (no sin cuestionar) que las obras artísticas y científicas pueden ser entendidas como frutos de la naturaleza, incluido el hombre y, por tanto, que esta última puede ser entendida como un artefacto creado por artistas y científicos. Abordemos esta tesis.


II

¿Qué significa que la naturaleza sea creada por científicos y artistas?

En un primer momento podríamos inclinarnos a sostener, como lo hace Mario Bunge en Cápsulas, que Feyerabend es un representante de “la antigua creencia idealista de que nada existe objetivamente, o sea, independientemente del sujeto que explora y conoce. Por ejemplo, [para Feyerabend] los átomos y las estrellas no serían cosas materiales existentes por sí mismas, sino conceptos.”[10] Esta respuesta, contrario a lo que podríamos suponer, no nos acerca a la comprensión del planteamiento feyerabendiano, al contrario, nos sitúa en un punto que Feyerabend no sólo desea evitar, sino que también combate, en efecto, desde su perspectiva, el nicho ontológico de la vida humana[11] es abundante y nuestros conceptos son herramientas que nos permiten acercarnos y comprender la abundancia que nos rodea (y nos envuelve). Los conceptos, en este sentido, resultan necesarios en la medida que son útiles para ordenar, organizar y comprender la abundancia, lo cual no significa, en modo alguno, que sean ellos mismos la realidad.



Así, todo concepto es una herramienta oportunista en la medida que tiene la función de acercarnos a la realidad a través de muchos enfoques diversos e incluso incompatibles pero, no por ello, bien establecidos e incuestionables, más aún, no tenemos simplemente diferentes enfoques, sino también diferentes respuestas, es decir, tenemos una realidad que responde de modos distintos a distintos enfoques[12]. He aquí la piedra de toque de la tesis que deseamos abordar.

Aproximarnos a la comprensión de esta postura nos obliga a regresar, nuevamente, a Goethe, quien al respecto sostiene que observar es ordenar[13], así, los instrumentos y herramientas que usamos para dar cuenta de la naturaleza (incluidos los conceptos o los símbolos y, también, el mismo ojo humano) nos ayudan a organizar y comprender lo que nos rodea, aunque como Goethe sostiene, nuestras herramientas no expresen plenamente ni los objetos ni a nosotros mismos[14].

Ahora, a decir de Feyerabend, los científicos crean artefactos (teorías, leyes, instrumentos, experimentos) para comprender la naturaleza, más aún, los artefactos usados en ciencia nos brindan una forma particular de ver y organizar lo que se pretende comprender, de modo que, si es posible construir diferentes y variados artefactos para acercarnos a la naturaleza, entonces, ésta se nos revelará más rica, más variada y más abundante de lo que solemos creer pues:

[…] el mundo se muestra más escurridizo de lo que habitualmente suponen los racionalistas. Las generalizaciones intelectuales en torno al arte , la naturaleza  o la ciencia  son recursos simplificadores que pueden ayudarnos a ordenar la abundancia que nos rodea.[15]

Las herramientas que creamos para acercarnos a la abundancia interactúan con ella de manera mutuamente creadora, de tal forma que nosotros afectamos y moldeamos la realidad [16] con su ayuda, es decir, nuestro acercamiento a la abundancia no es unilateral pues, no sólo somos afectados por ella, también la afectamos, interferimos en ella y, en este sentido, la creamos. La naturaleza, tal cual podemos concebirla, esto es, a través de las herramientas que creamos para acercarnos, no es la Naturaleza en sí y para sí, sino el resultado de un intercambio entre dos compañeros: por una parte hombres y mujeres, por otra, el Majestuoso Ser[17]; debemos señalar que, aunque este intercambio no siempre es fructífero, sí resulta valioso hacer notar que no hay un único enfoque desde el cual podamos comprender la abundancia que nos rodea.

La propuesta feyerabendiana nos permite advertir que las diversas formas que pudieran crearse para comprender la abundancia son todas valiosas, lo cual no significa que cualquier postura sea válida en el sentido de que sea aceptable y deba considerarse como verdadera sólo por ser pensada, sin embargo, sí nos permite sostener que existe una pluralidad de relaciones hombre-abundancia igualmente valiosas y fructíferas.

A manera de conclusión

Las obras de arte y de ciencia son productos de la naturaleza en la misma medida que ésta es una creación de científicos y artistas. El hombre, al saberse naturaleza, ve en sí una potencia creadora, de la cual el arte y la ciencia son claras muestras.
Sin embargo, las creaciones artísticas y científicas se muestran como resultados diferentes, nos dicen algo distinto sobre la naturaleza; la diferencia de resultados obtenidos por la ciencia y el arte, más aún al interior de la ciencia misma, se debe a la pluralidad de enfoques y condiciones bajo las cuales la naturaleza es abordada, lo cual pone de manifiesto que la ciencia sólo representa una forma de verla, pues la abundancia inherente a ella, se muestra como un enigma infinito y motivante para la creación.

Bibliografía
-          Feyerabend, Paul K., “¿Qué realidad?” en: Esteve Fernández, Ana P. (Ed.) (2003). Provocaciones Filosóficas. Madrid: Biblioteca Nueva.
-          --------------------------, “Dioses y átomos: comentarios acerca de la realidad” en: Esteve Fernández, Ana P. (Ed.) (2003). Provocaciones Filosóficas. Madrid: Biblioteca Nueva.
-          --------------------------, “El arte como producto de la naturaleza como obra de arte” en: Esteve Fernández, Ana P. (Ed.) (2003). Provocaciones Filosóficas. Madrid: Biblioteca Nueva.
-          --------------------------, “El arte como producto de la naturaleza en tanto obra de arte” en: Feyerabend, Paul K. (2001). La conquista de la abundancia. La abstracción frente a la riqueza del ser. España: Paidós.
-          Kepler, Johannes (1994). El secreto del universo. Madrid: Alianza Editorial.
-          Steiner, Rudolf  (1963). Goethe y su visión del mundo. Madrid: Editorial Rudolf Steiner.
-          Von Goethe, Johann Wolfgang (1997). Teoría de la naturaleza. Madrid: Tecnos, p. 237.
-          ---------------------------------------- (2006). Poemas del amor y del conocimiento. España: Renacimiento.



* Von Goethe, Johann Wolfgang (2006). Poemas del amor y del conocimiento. España: Renacimiento.
[1] Cfr. Kepler, Johannes (1994). El secreto del universo. Madrid: Alianza Editorial, p. 66.
[2] Op. cit., p. 70.
[3] Feyerabend, Paul K., “El arte como producto de la naturaleza en tanto obra de arte” en: Feyerabend, Paul K. (2001). La conquista de la abundancia. La abstracción frente a la riqueza del ser. España: Paidós, p. 263.
[4] Cfr. Feyerabend, Paul K., “¿Qué realidad?” en: Esteve Fernández, Ana P. (Ed.) (2003). Provocaciones Filosóficas. Madrid: Biblioteca Nueva, p. 165.
[5] Apud. Steiner, Rudolf  (1963). Goethe y su visión del mundo. Madrid: Editorial Rudolf Steiner, p. 53.
[6] Von Goethe, Johann Wolfgang (1997). Teoría de la naturaleza. Madrid: Tecnos, p. 237.
[7] Apud. Steiner, Rudolf  (1963). Goethe y su visión del mundo. Madrid: Editorial Rudolf Steiner, pp. 53 – 54.
[8] Feyerabend, Paul K., “Dioses y átomos: comentarios acerca de la realidad” en: Esteve Fernández, Ana P. (Ed.) (2003). Provocaciones Filosóficas. Madrid: Biblioteca Nueva, p. 55.
[9] Cfr. Loc. cit.
[10]Op. cit., p. 25.
[11] Cfr. Feyerabend, Paul K., “¿Qué realidad?” en: Esteve Fernández, Ana P. (Ed.) (2003). Provocaciones Filosóficas. Madrid: Biblioteca Nueva, p. 165.
[12]Cfr. Op. cit.,  p. 62.
[13] Cfr. Von Goethe, Johann Wolfgang (1997). Teoría de la naturaleza. Madrid: Tecnos, p. 165.
[14] Cfr. Op. cit., p. 167.
[15] Feyerabend, Paul K., “El arte como producto de la naturaleza como obra de arte” en: Esteve Fernández, Ana P. (Ed.) (2003). Provocaciones Filosóficas. Madrid: Biblioteca Nueva, p. 133.
[16] Feyerabend, P. K., La conquista de la abundancia. La abstracción frente a la riqueza del ser, Paidós, España, 2001, p. 13.
[17] Feyerabend, Paul K., “El arte como producto de la naturaleza como obra de arte” en: Esteve Fernández, Ana P. (Ed.) (2003). Provocaciones Filosóficas. Madrid: Biblioteca Nueva, p. 151.

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