El arte de protesta, un mensaje lisiado

Por Eduardo Ruiz


El arte es y sigue siendo para nosotros una cosa del pasado…
Hegel


Estúpido, simplista, carente de sentido, son algunas de las categorías contemporáneas del canon “estético”,  y lo son porque intentan violentar la realidad en el sentido más burdo. Es el uso contrario a la necesidad universal de incorporar al mundo como un objeto en el que el hombre se reconoce a sí mismo. A partir de esa ruptura el arte deja de ser una satisfacción espiritual.

La intención del arte de protesta no se encuentra en lo sustancial de la obra, sino en la carencia de todo el significado del objeto, el cual se suscribe en el discurso del objeto y la carencia de refinamiento. La protesta se convierte en vestigio decadente del arte mismo.

El arte de protesta, como el arte contemporáneo, muestran la incapacidad artística de representar al mundo en su forma, lo cual es un símbolo propio de la modernidad ¿en qué sentido? La ausencia del contenido que estructuró la civilización Occidental, desde la época de los griegos, hasta el fin del cristianismo, fue el elemento de lo sagrado, por lo que el arte, como carácter sensible de la idea, se deslinda del elemento sagrado a partir de la modernidad. La representación más clara se observa desde el Renacimiento hasta el neoclasicismo, donde la obra habla como obra y no propiamente como mensaje –lo cual no significa que éste no exista, sino que se devela dentro de la obra misma-; el espíritu romántico invierte la fórmula, dando mayor compromiso al elemento subjetivo y a la desintegración del carácter sensible de la idea, al convertirse en significaciones de un concepto. Para Danto, “el arte llega a su fin en cuanto momento histórico, es decir, ya no tiene significado histórico alguno”.  

Sin historia el arte se convierte en filosofía, Duchamp es un claro ejemplo, en el sentido de que sus obras plantean una problemática, una irrupción, una protesta “filosófica” dentro de la naturaleza misma de la filosofía: el concepto. El arte filosófico es el que se funde en el concepto, pues las grandes narrativas maestras se han terminado, la historia es un elemento obsoleto que caducó tras la superación de lo divino.

Hay otro elemento integrador del concepto dentro del arte de protesta, el cual es el símbolo. Éste se configura otorgando una nueva forma, sin embargo en este momento es imposible encontrarla debido a la pérdida de la historicidad, por lo que el simbolismo se adjunta a causas filosóficas –claro, en el mejor de los casos como lo fueron los decadentes del siglo XIX- pero que durante la segunda mitad del siglo XX hasta el día de hoy, suman fuerzas ante posturas encontradas en enemigos comunes.  Veámoslo en un performance de mujeres desnudas que gritan histéricas en las calles de Buenos Aires; en las protestas anti taurinas, donde un hombre se arroja a abrazar a un toro maltrecho y compartir con él, "dignamente", los últimos momentos de vida del animal; en las exposiciones de sombrillas y listones amarillos como signo de protesta contra la violencia en China; en el vómito sobre un lienzo donde una mujer se pronuncia en contra de los estereotipos de belleza femenina, los cuales generan que mujeres obesas sean fanáticas de la bulimia; en pedazos de mierda enlatados que hablan del mercado artístico, o en cuadros pintados totalmente de negro, expuestos en consagradas galerías donde se protesta en contra de la guerra. El arte posthistórico es el arte de “ir en contra de”, por lo que todo arte es permisible y válido dentro de la sobrevaloración del símbolo, lo cual no sólo rompe con la reivindicación de la obra, el hombre y el mundo, sino que anula toda percepción y satisfacción estética.

Otro aspecto importante es la recurrencia al uso del impacto como eje de atracción, lo cual genera que la “experiencia” solamente exista en el lapso del grito de las mujeres y el cuerpo desnudo, en las lágrimas del hombre junto al animal, o en las interjecciones “¡ah!”, “!oh!”, al contemplar un cuadro vomitado, o pintado totalmente de negro. El simbolismo y el impacto hacen que desaparezca el contenido mismo, por lo que tal arte es un acto meramente absurdo y estúpido.   



Lo que estas expresiones intentan mostrar, no es la protesta en sí, pues como se ha dicho el contenido se anula a sí mismo, sino enmarcar, por medio del impacto, que el protestante está en el lado correcto de la historia, que su postura moral es superior, sensible, humanista, filantrópica e igualitaria. No intentan contrarrestar las complejidades y paradojas morales del presente, sino irrumpir en contra de ellas por medio de un discurso simbólico y carente de contenido. Su deseo refleja la vana pretensión de mostrar el camino correcto, donde la historia es una irrupción violenta contra el buen sentido, donde el pasado es un lastre innecesario, repleto de estereotipos, opresión y violencia. Ellos, los “correctos”, son la manifestación encarnada capaz de presentar conceptos inocuos de valor trascendente en una obra de arte.

  

























La sombra de Prometeo

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