Erotismo y trascendencia de la acción


Por Benito Rivera Nezahualcóyotl

El siguiente ensayo tiene como fin presentar un análisis y una crítica al pensamiento de Hans Jonas con respecto a su doctrina unificadora del ser. La intención de esta crítica es mostrar el por qué se puede calificar de insuficiente y falsa por no considerar aspectos esenciales para su cometido. Lo cual llevará a serias complicaciones para fundamentar un posible actuar ético en una visión ontológica, problema de suma importancia en las sociedades contemporáneas.
Esto lo haré describiendo, en una primera instancia, las posturas de Jonas con respecto al replanteamiento de la subjetividad a partir de una reconsideración de la idea de doctrina del ser, dadas en el capitulo “El problema de la vida y del cuerpo en la doctrina del ser”, de su libro El principio vida. Lo que lleva a la necesaria exposición del tema del cuerpo y del alma como concepción unitaria, o nueva doctrina del ser como monismo integral. Aquí centraré mi crítica intentando refutar dicha concepción  con una doctrina del ser que se centre en la interioridad del humano a partir de sus pasiones, o violencias internas, utilizando para esto algunas de las tesis centrales del libro “El erotismo” de Georges Bataille. De ahí entablaré un diálogo entre las posturas de ambos autores con respecto al ser del humano desde una nueva idea de naturaleza. Con lo que se intentará demostrar la innecesaria inserción de una visión maniquea a partir de la concepción de los actos éticos como constructores de una divinidad inacabada, o prescindidos del tiempo. Y concluir.


El problema de la vida y del cuerpo en la doctrina del ser
Jonas afirma que en un inicio de la historia el hombre se encontró con que: la de que el mundo está animado es la más natural de las suposiciones, pues tenía a la tierra bajo sus pies y la cúpula del cielo sobre sus cabezas[1] llenas de elementos que reflejaban movimiento, llenas de ánimo, por lo que este hombre antiguo veía en la vida lo natural, la regla y lo comprensible. Ésta primera visión no alcanzaba a entender lo que se presentara como ajeno a lo que es vida. Todo lo que no estuviese animado quedaba fuera de una comprensión que intentara acercarse al ser mediante el supuesto de que todo es vida. Esto es, una visión panvitalista de las cosas que miraba a la muerte como un problema, como algo ajeno al ser, y fallaba en su intento de interpretarla.
Sin embargo, Jonas asegura que el pensamiento moderno que comenzó con el renacimiento se encuentra en la situación teórica justamente inversa: lo natural y comprensible es la muerte, lo problemático es la vida[2]. Esto se sustenta en que en la época moderna la cosmología del hombre se ha ampliado, presentándose como un campo de masas inanimadas y fuerzas que no persiguen finalidad alguna, reduciendo lo cognoscible a lo que se puede medir o cuantificar. De este modo es visto el universo por el pensamiento moderno, como un conjunto de masas sustraídas de las características vitales que pudiesen ser proyectadas en nosotros, dejando lo matemático como lo cognoscible de la naturaleza, y otorgándole a éste el rango de esencia. Lo que representa sin más un giro epistémico en la doctrina del ser, donde el concepto de saber determina el concepto de naturaleza; en este caso se presenta una visión panmecanicista de las cosas.
En ambas visiones, tanto en la panmecanicista como en la panvitalista hay un monopolio ontológico, es decir una doctrina del ser que se hace pasar por omnipresente para acercarse a la esencia de las cosas, lo que implica negar lo que esté fuera. La vida en una visión panmecanicista y la muerte en la panvitalista son reconocidas negándolas, es decir hay algo que no entra en estas concepciones, hay excepciones, lo que cancela la posibilidad de una doctrina unificadora del ser.
Entonces será dada en la historia una tercera visión de la esencia de las cosas derivada de estas dos anteriores, dicha visión será el dualismo[3].
El dualismo ya no negará la vida o la muerte, sino que trasladará el problema a la relación existente entre dos entidades, el cuerpo y el alma. Podemos afirmar que el dualismo tendrá como tesis central el ver “que el cuerpo es en sí mismo la tumba del alma, y la muerte corporal es la resurrección de esta última. La vida habita como una extraña en el cuerpo, que por su naturaleza propia, en tanto que cuerpo es en realidad un cadáver: solo vive de modo aparente, por gracia del alma, durante la corta presencia de esta última. En la muerte real, abandonado por ese huésped ajeno a él, el cuerpo vuelve a su verdad original, al igual que el alma que le abandona regresa a la suya[4]. Con esto, intentando resolver el problema de la posibilidad de una doctrina unificadora del ser, el dualismo escinde el cuerpo del alma, y por lo tanto también separa un mundo material de uno espiritual.
Se da un nuevo giro, el dualismo se distancia de los antiguos monismos ontológicos (panvitalismo y panmecanicismo), y reconoce una existencia distinta entre res cogitans y res extensa.
Jonas verá en el dualismo la respuesta al problema planteado por la doctrina del ser con respecto a una visión unificadora que no se conseguía en el panvitalismo ni en el panmecanicismo. Sin embargo, no lo hará por medio de un dualismo que separa el mundo material del espiritual. Entonces asegura que para el dualismo “el problema sigue siendo el mismo (incluso en sus modos más acabados como lo son el materialismo y el idealismo): la existencia de vida capaz de sentir en el seno de un mundo material incapaz de hacerlo y que en la muerte triunfa sobre la vida[5], aquí el autor reconoce un mundo material diferente a la existencia de vida capaz de sentir, con lo que reconoce la subjetividad, toma una postura dualista, sin embargo, el problema de una doctrina unificadora del ser sigue presente.
Entonces podemos mencionar la propuesta del autor, quien asegura: “No es posible volver a un monismo: el dualismo no fue una invención arbitraria, sino que la dualidad que sacó a la luz esta fundada en el ser mismo. Un nuevo monismo integral, es decir, filosófico, no puede abolir la polaridad, sino que debe asumirla y superarla en una unidad del ser más alta, desde la cual los dos polos aparezcan como aspectos de la realidad del ser o fases de su devenir. Ese monismo debe volver a plantear el problema que dio origen al dualismo[6] Este nuevo monismo integral filosófico, que asume y supera la polaridad dada entre un mundo material y una existencia de vida capaz de sentir en una unidad del ser, estará dada en la visión del cuerpo como mera materia elemental del mundo.
Jonas acepta que el cuerpo al estar dotado de vida puede presentarse como un monismo integral situado en un nivel más alto al de las alternativas dualistas, y por lo tanto al de los antiguos monismos ontológicos. Esto lo hará teniendo como base que el cuerpo dotado de vida pone en cuestión la regla entera del dualismo que ve una polarización tajante entre cuerpo y alma, materia y espíritu o res cogitans y res extensa, puesto que: “La descripción físico-externa no puede llegar a términos sin impugnar la libertad, y con ella la realidad propia de lo interior; la vital-interna, sin impugnar la total autonomía y autarquía de lo extenso[7].
El cuerpo dotado de vida en la descripción de su res extensa no puede negar su interioridad dada por la libertad, es decir por ser participe en el juego de posibilidades aún en los organismos más simples, mientras que la descripción de la res cogitans sólo es posible asumiendo la determinación del cuerpo, el espíritu esta prefigurado por lo orgánico aún en sus más altas manifestaciones. Así, no puede ser visto ni como mera materia ni como mero espíritu, puesto que la conciencia pura es igualmente carente de vida que la materia pura que se sitúa frente a ella. El aislamiento de un mundo material y uno espiritual en el cuerpo dotado de vida es artificial, una falsedad que se presenta como una ontología de la muerte con dos rostros, presentando el problema de la posibilidad de alcanzar una doctrina unificadora del ser como irresoluble.
Este es el nuevo monismo integral en la doctrina del ser propuesto por Jonas. El cual esta basado en la dualidad presente en el cuerpo dotado de vida, con lo que pone en cuestión toda visión que busque polarizar de manera tajante la separación entre cuerpo y alma, puesto que el cuerpo vivo no puede negar su interioridad ni su exterioridad.

Teniendo esto en cuenta me gustaría hacer una crítica a Jonas. Parece ser que en el paso hacia el dualismo la doctrina del ser olvido el problema de la muerte, y por consiguiente el de la vida. Si bien el autor menciona que este problema se ha transformado en el del cuerpo y el espíritu, parece que esta transformación queda bastante vaga e insuficiente. Digo esto porque podemos aceptar que la dualidad esta dada en el ser mismo, pero puede que en el cuerpo vivo no este dada en la relación entre cuerpo y alma, o materia y espíritu, sino en la relación misma entre vida y muerte como partes constitutivas de éste. Una postura como la de Georges Bataille con respecto a la dualidad dada en el ser nos puede mostrar esto de manera clara.
Para Bataille el secreto del ser también se encuentra en una dualidad. Sin reconocer su postura como un devenir en la doctrina del ser también niega de manera implícita una visión monista ontológica. Solo que esta dualidad se jugara en varios aspectos, es decir habrá un tejido a partir de una postura dual en el ser. Así, se ira formando un argumento con base en la distinción entre continuidad y discontinuidad, pasando por la actividad sexual y la muerte, y por la prohibición y la transgresión.
Para el fin de este ensayo parece conveniente abordar la relación que existe entre actividad sexual y muerte, la cual se puede explicar de la siguiente manera:
Bataille mira la vida no como ajena a la violencia sino como violencia ella misma. Sin aceptarse, la muerte y la vida se encuentran concentradas en su modo violento, puesto que lo más violento para nosotros es la muerte. Este encuentro se da en la naturaleza entendida como derroche de energía viva y como orgía de aniquilamiento. Aquí ya no podemos hacer diferencia entre la muerte y la vida. La vida y la muerte sólo son los momentos agudos de una fiesta que la naturaleza celebra con la inagotable multitud de los seres[8]. Ver a la naturaleza como derroche de energía viva, es ver a la vida como violencia. La vida tiende al crecimiento, el crecimiento de la vida no puede detenerse. Al llegar a su límite, es decir a su plétora, la vida se derrama y muere, pero se derrama en más vida. Esto se da tanto en los seres sexuados (de manera no inmediata y parcial) como en los asexuados (de manera inmediata y total), sin embargo es en los primeros donde el juego dual entre vida y muerte se dará como violación y violencia, si bien en los segundos también se dará este juego, se excluirá el carácter de violación[9].

Ahora bien, es importante que señalemos que ambos autores buscan develar el ser de los cuerpos vivos, esto parece estar claro. Los dos aceptan una dualidad inserta en el ser, sin embargo, al abordar dualidades distintas llegarán a concepciones distintas, en especial del ser del humano. Podemos afirmar que esto lo harán bajo una reinterpretación de la naturaleza, distinta a las anteriores doctrinas del ser, o monismos ontológicos. Jonas ve a la naturaleza como el cuerpo dotado de vida, esto quiere decir como un ente dotado de libertad y determinación en todas sus formas. Bataille la vera como violencia, como un ser constituido en el juego entre vida (discontinuidad) y muerte (continuidad). Estas son sus bases para llegar a un acercamiento al ser del humano, cuestión que aquí es lo que más nos interesa, y donde podemos trazar una continuación de la crítica a Jonas desde Bataille respondiendo a la pregunta ¿por qué podemos aceptar una doctrina del ser más valedera que otra para hablar del humano?

La Inmortalidad y el concepto actual de existencia
Primero daré por sentado que considero a la de Bataille una postura mucho más fidedigna que la de Jonas, la cual me parece de miedo ante el movimiento pródigo de la vida y sus impulsos. Esto lo digo porque Jonas se representa al ser del humano ignorando los movimientos de la pasión.
Al ver en el cuerpo dotado de vida del ser humano a la forma más acabada del ser, donde la libertad de las acciones (poder) y la de las contemplaciones (saber) se conjugan en sus más altas manifestaciones dando como resultado la materia elemental, medida de todas las cosas[10], Jonas se acerca al ser del humano desde su interioridad, el rasgo interior que rescata es la libertad. La libertad, o la participación del ser en la posibilidad de no ser, es la característica que el humano comparte con las formas más simples de vida, solo que en él es en su forma más refinada, tanto en el hacer como en el saber. Sin embargo con esta visión parece ser que ha sustraído características vitales del humano, que son esenciales, ya que si bien la libertad lo es, no es la única. Al sustraer a la actividad sexual y el deseo de muerte Jonas deja insuficiente su visión del ser.
Como dije, considero que su visión es de miedo ante el movimiento pródigo de la vida y sus impulsos, pues no considera los movimientos de la pasión humana, que son la actividad sexual y el deseo de muerte. Jonas, no es alguien ingenuo, sino que no puede abogar por los movimientos de la pasión humana para abordar al ser del humano, pues, cancelaría uno de los propósitos de su doctrina: la de alcanzar un estatus metafísico del sujeto moral[11], ya que considera que no hay que renunciar a la búsqueda de una ética en base a los rasgos ontológicos.
Es entonces cuando Jonas aborda el concepto de inmortalidad[12], negando la posibilidad de creer en ésta dentro de nuestras sociedades contemporáneas. Sin embargo, dice: “Si  durar siempre es un concepto falso, puede que el de eternidad tenga con todo otros significados y que posea una referencia a lo temporal de la que nuestra experiencia mortal, trascendiendo su discurrir en la corriente del acontecer, dé muestras en ocasiones[13]. Jonas sabe que el tiempo esta inserto en el ser y que para todo ser individual, o sí mismo particular, se tiene que aceptar una caducidad del ser que lleva a refutar cualquier intento de acercarse a la inmortalidad. Pero, si bien somos caducos, debe haber algún instante en el cual el ser se libere del tiempo para participar de alguna trascendencia, y con esto librarse de su finitud, es decir de su muerte. Así, en las acciones libres del tiempo, es decir en las acciones que se muevan en la eternidad, es donde Jonas ve la posibilidad de una trascendencia de nuestro discurrir finito. Y es “en los instantes de la decisión, cuando todo nuestro ser se pone en juego, sentimos como si estuviésemos actuando ante la mirada de la eternidad[14]. Cuando decidimos de manera que nuestro ser entero se pone en juego, es decir, cuando se juega la vida misma, nos insertamos en la eternidad.
Es necesario aclarar, en base a lo que hemos dicho, que la decisión del humano ante su finitud, ante la posibilidad de jugarse el ser, es la decisión de la materia elemental que lleva en su interior las formas más acabadas de libertad, tanto de saber como de hacer, lo que hace de nuestras decisiones el puente hacia las acciones más acabadas del ser, aunque al moverse en la posibilidad, en la libertad, no es condición necesaria que así sean.
Jonas afirma que con el humano nace el saber y la libertad, don de dos filos, con lo que asume que las decisiones y acciones del humano pueden ser las mejores o no, dando paso a una responsabilidad situada ya bajo la disyunción del bien y el mal. Así, llega a una concepción maniqueísta de las acciones y decisiones del humano, y sólo en el humano, en la cual el ser se libera de la muerte con una naturaleza activa.
Jonas insiste constantemente en rescatar el aspecto interno de la individualidad, aceptando la libertad, y aparentemente también, con su idea del tiempo inserto, la de finitud del ser; la cual dice ver como condición irrenunciable de la posible autenticidad de su existir, puesto que es gracias a la aceptación de la finitud que puede sentar una responsabilidad de las decisiones y de las acciones, con esto parece aceptar la muerte, a la cual en lugar de negarla la reivindica, asegurando que, insistimos en ponernos frente a la nada y en que tenemos la fuerza necesaria para convivir con ella[15].
Pero esto es falso, Jonas no acepta la muerte en el ser, sino que la exterioriza, la ve como otro, como una condena ante la cual hay que librarse, ante la cual hay que pelear.
Olvida que sólo la violencia puede ponerlo todo en juego[16], sin necesidad de desembocar en el bien. La idea de muerte y finitud sigue atemorizándole, parece ser que sí hay un miedo en enfrentar a la nada, puesto que no se reconoce como constitutiva. No hay un principio muerte, puesto que en Jonas encierra los aspectos negativos, sino vida, la cual al igual que las doctrinas monistas anteriores sigue viendo a la vida no como violencia, encerrando los aspecto positivos de la existencia.
Con esto no se cancela la posibilidad de una responsabilidad, esto sólo sucederá en Jonas, ya que ésta bien puede ser vista como un sentimiento ante la transgresión de la ley. Es decir como un juego entre prohibición y transgresión dada en la sensibilidad entre angustia y deseo. Dicha visión se deriva de la concepción que sí aborda las pasiones para develar el ser del humano, y muestra que “sin lo prohibido el hombre no hubiera podido alcanzar la conciencia clara y distinta. La verdad de las prohibiciones es la clave de nuestra actitud humana, la prohibición de un sentimiento fundamental o es sentimiento fundamental”[17]. A partir del juego entre violencia de vida y muerte en el ser humano se llega a reconocer la necesidad de la prohibición como fuente de la conciencia, como posibilidad de discernimiento, sin caer en una visión maniquea que busque la necesidad sólo de las acciones buenas[18].
Jonas, parece vislumbrar que no puede sustentar su ética en la finitud, ni siquiera intentando librarse de la muerte. Entonces recurre al mito, y a su trascendencia de las acciones en el instante librado del tiempo agrega un carácter de participación de lo divino. Con lo que busca trascender las acciones en la divinidad. Entonces reconoce una importancia trascendente de nuestro obrar, de la manera que tengamos que vivir nuestra vida. Además de enfatizar el peligro de que la especie puede acabar consigo misma,  lo que representa la base de una ética mundana. “Pero el hecho de que en este terreno además de postemporales también están en juego unos intereses eternos, este aspecto de nuestra responsabilidad puede protegernos frente a la tentación de una apatía fatalista y frente a la todavía peor traición del después de nosotros el diluvio[19]; con la participación en lo divino Jonas crea un escudo con el cual fundamenta la acción ética. Al ser libre esta acción, “la imagen de Dios pasa a estar bajo la cuestionable custodia del hombre para ser cumplida, salvado o echado a perder por aquello que este hace consigo mismo y con el mundo[20]. Esto ayuda a formular una responsabilidad que se mueve en la causalidad finita del mundo, donde los efectos de nuestras acciones repercuten en un futuro más o menos a largo plazo, y que terminan por perderse, y al mismo tiempo se debe tener la atención de las consecuencias de nuestros actos en la divinidad, las cuales jamás se pierden en el tiempo, pues son fines en si mismos, lo cual solo el ser humano lo sabe y lo puede.
Lo dicho por Jonas otra vez parece falaz, lo cual él reconoce al mencionar que recurre al mito cuando los argumentos quieren abordar algo que hasta ahora parece inabordable.  Al participar de la construcción de la divinidad nuevamente se pone a las obras en una causalidad, es decir con consecuencias, lo que cancela su supuesto carácter de fines en sí. Tomando en cuenta que podemos prescindir de la idea de Dios, nos desproveemos del escudo creado por Jonas, y de la responsabilidad de una construcción divina, quedándonos con la ética mundana, acción que al ser finita no puede responder por actos que intenten no serlo, y como la finitud es muerte, los actos finitos no pueden responder por los actos vivos ni buenos, como ya hemos visto. Llegamos así a la conclusión de que no hay necesidad de meter a dios en un monismo integral, ni desemboca uno de éste.
Contraria a la de Jonas, la postura de Bataille abordara la participación del humano en la divinidad, sin negar su finitud ni su violencia. Esto se dará en varios niveles, sin embargo, para los fines de este ensayo parece preciso sólo abordar el cómo se da en el sacrificio, pues es en éste donde aún vemos el juego entre las violencias internas.
En el sacrificio, no solamente hay desnudamiento y muestra de los órganos internos, marcando así, la relación con la actividad sexual humana, sino que, además, se da muerte a la victima. Vemos el juego entre las violencias internas del ser dentro el sacrifico. La participación con la divinidad se da cuando la victima muere, y entonces los asistentes participan de un elemento que esa muerte les revela[21]. Hay aquí una experiencia que se juega con lo divino, una experiencia mística, que se da en la medida en que disponemos de fuerzas para aceptar una ruptura de nuestra vida, en aceptar a la muerte como inserta en el ser y no. El sacrificio como experiencia divina o mística introduce en nosotros el sentimiento de continuidad, de muerte como nada[22]. Diferente a la postura de Jonas la participación con la divinidad no revela una moral, muy al contrario, la experiencia mística nace con la transgresión a la ley que prohíbe las violencias internas, nace en la transgresión de estas leyes, que lejos de subsumirse ante las prohibiciones las supera en el momento en que revela los elementos de la continuidad; de la muerte.


Si bien la propuesta de Jonas busca participar en la inmortalidad no como extensión de vida sino en el instante librado del tiempo, que se ve como generador de movimiento, sigue en su propuesta un deseo de inmortalidad. Así, lo que entra en juego es la preocupación de asegurar la supervivencia del ser personal, sin ir más allá; olvidando, de este modo, que “la muerte lleva a negar la duración individual[23], en cualquiera de sus formas.
La visión de Jonas es insuficiente por no abordar las pasiones del humano donde es posible develar el ser, si bien su postura ante la libertad es bastante convincente su insistencia a ver en el hombre la posibilidad de un alcance metafísico del sujeto moral lo traiciona, pues no es cierto que la filosofía del espíritu incluya en su seno a la ética, ni que la amplitud del interior del hombre lo lleve a hacer de él un acontecimiento de relevancia cósmica. La visión de Bataille no tiene esta pretensión, con lo que su discurso suena más convincente.
Ahora bien, no veo por qué no se puede fundamentar una moral de la acción dentro de la temporalidad, tal vez esto pueda conseguirse viendo honestamente a las acciones como fines en sí, como realmente indiferentes del tiempo. Sin embargo, para esto parece conveniente un replanteamiento de lo que es la moral, posiblemente a partir del análisis de la prohibición, aceptando a la muerte y a la vida como violencias internas constitutivas del ser.

Bibliografía.
BATAILLE, Georges, “El erotismo”, México, Tusquets, 1997, 289p
JONAS, Hans, “El principio vida”, México, Trotta, 2000, 334p.




[1] JONAS, Hans,“El principio vida”, México, Trotta, 2000 p21
[2] Ibíd. p24
[3] El dualismo no será dado cronológicamente después de los monismos ontológicos, es importante precisarlo, pues tanto el idealismo como el materialismo se presentan como doctrinas del ser que ven en la muerte lo cognoscible, es decir tienen un aspecto dualista panmecanicista, y ambos se instalan dentro del pensamiento moderno.
[4] JONAS, Ibíd. p28
[5] Ibíd. p32
[6] Ibíd. p31
[7] Ibíd. p33
[8] BATAILLE, Georges, “El erotismo”, México, Tusquets, 1997,p65
[9] Ibíd. p21
[10] Ver la introducción de JONAS, Hans,“El principio vida”, México, Trotta,
[11] No ignoro el hecho de que Jonas constantemente se refiere a esta postura como de suposición, sin embargo, trata de fundamenta una ética en su teoría.
[12] Los argumentos para refutar una creencia en el más allá de manera general y sustancial pueden verse en JONAS, Hans, “El principio vida”, México, Trotta, 2000 p. 305, en este ensayo es innecesario desarrollarlos.
[13] JONAS, Ibíd. p309
[14] Ídem
[15] JONAS, Ibíd. p308
[16] BATAILLE, Ibíd. p 21
[17] Ibíd. p40
[18] Hay aquí un juego entre razón y violencia dado en el trabajo que Bataille aborda, pero que para los fines de este ensayo se consideraron innecesarios, siendo suficiente con lo que se explica.
[19] JONAS, Ibíd. p 322
[20] Ibíd. p 319
[21] Bataille, Ibíd. p27
[22] Ibíd. p28
[23] El erotismo p.29



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