La revolución comunista teñida de rojo

Por Eduardo Ruiz

En 1989 los rumanos emprendieron una revolución para desconocer y derrocar al dictador socialista Nicolae Ceaucescu. Durante su mandato (25 años), el jefe del partido comunista rumano mató a más de 435 000 personas a lo largo de su tiranía, destrozó la economía y racionó los alimentos a la población, mientras él y su élite gozaban de amplios privilegios y extravagancias.   

Movimientos masivos orquestados por el pueblo exigían su renuncia, ante estas manifestaciones ordenó al ejército disparar contra la población, más de 80 000 personas murieron en un par de días.  

¿Cuáles fueron las palabras de Ceaucescu para justificar tal orden militar? Lo dice en su último discurso:

"Es claro que hay una acción conjunta de círculos que quieren destruir la integridad y soberanía de Rumania para detener la construcción del socialismo, para de nuevo poner a nuestra nación bajo la dominación extranjera”.

"Debemos actuar con fuerza contra cualquiera que intente debilitar la unidad de nuestra nación, porque ellos están del lado de los imperialistas y de varios servicios de inteligencia que buscan dividir a Rumania, para esclavizar de nuevo al pueblo”.

Finalmente a través de un órgano político alterno FSN (Frente de Salvación Nacional), se ordenó la captura y el juicio contra Ceaucescu y su esposa por los cargos de genocidio y daño a la economía nacional.

El matrimonio fue fusilado (comparto el link de un pequeño documental que muestra el juicio y la ejecución del presidente del partido comunista rumano)[1].

Hoy Venezuela vive una situación que retrata esa tiranía pintada de rojo, lo cual hace incomprensible la postura de naciones que respaldan el régimen de Maduro, aunque curiosamente aquellos "jefes" de Estado corresponden a dictaduras como a gobiernos de corte socialista.

La pregunta que surge ¿es necesario que miles mueran acribillados para justificar el derrocamiento de un gobierno represor, despótico y villano, que habla en nombre del pueblo pero sin el pueblo?  

En su momento, aquél intelectual uruguayo, simpatizante del socialismo, rectificó su postura, como lo volvió a hacer antes de morir al hablar sobre el error del chavismo y su falta de conocimiento del mundo: "No volvería a leer “Las venas abiertas de América Latina", porque si lo hiciera me caería desmayado, cuando lo escribí no sabía tanto sobre economía y política".

Las palabras y reflexiones de Eduardo Galeano significan sinceridad intelectual y compromiso con la realidad, algo que hoy parece estar en extinción. Existe una conexión íntima entre la inocencia (por no decir estupidez) de gran parte del pensamiento intelectual sobre el ideal revolucionario y utópico que ofrece el socialismo. Aquellas castas revolucionarias que se encumbran en nombre del pueblo y de la causa socialista han matado y destrozado generaciones, no sólo refiriendo a sus opositores sino a los mismos integrantes de sus partidos y naciones. Para ellos, los “enemigos”, los “otros”, merecían la expropiación; se merecían el aniquilamiento de sus ideas, de su forma de vida, de su cultura. Si la causa revolucionaria consideraba conveniente la muerte, entonces merecían morir. Al administrar la derrota de sus adversarios, el partido era el instrumento de la historia y de su inmensa venganza impersonal. Todos estos regímenes totalitarios y unipartidistas, han establecido la mentira en el lugar que le correspondía dentro del ideario comunista elevándola a la apoteosis de la “verdad”.

No todas las dictaduras son producto del socialismo, pero sí todos los socialismos desembocan en dictaduras, ¿acaso los hechos y la historia pueden negarse? Lenin, Stalin, Hitler, Castro, Ceaucescu, Mao, Chávez y hoy Maduro impusieron el terror totalitario, que se traduce en sumisión totalitaria. Para estos inquisidores no es suficiente que un Galileo se arrepienta y renuncie para siempre al decir en voz baja appur si muove. El terror hace que la mentira traspase la mera supresión del discurso. A partir de entonces los Galileos estarán sujetos a ejecución sumaria por el mero hecho de percatarse de lo obvio, de que pudieran pensar que eppur si muove. Ya Orwell lo describe de manera perfecta en su novela “1984”, con la descripción de lo que es “doblepensar”[2].

La adoración de la mentira lleva dentro de sus entrañas la función ideológica de la doctrina marxiana, asimilada hábilmente por sus portavoces. Ésta consiste en el adoctrinamiento de un pensamiento moral, casi religioso, a través de los intelectuales que propagan esta nueva forma de fe, pues el socialismo se construye a partir de conjeturas morales, de buenas intenciones que prometen el paraíso terrenal; sin embargo el gran antídoto ante tal oscurantismo se encuentra en los hechos, hechos que se muestran a la largo de la historia, los cuales exponen de manera contundente que lo más cercano que han construido es el infierno sobre la tierra.




[1] http://www.rtve.es/alacarta/videos/documentos-tv/documentos-tv-muerte-ceaucescu/325908/

[2] Doblepensar significa el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente. El intelectual del Partido sabe en qué dirección han de ser alterados sus recuerdos; por tanto, sabe que está trucando la realidad; pero al mismo tiempo se satisface a sí mismo por medio del ejercicio del doblepensar en el sentido de que la realidad no queda violada. Este proceso ha de ser consciente, pues, si no, no se verificaría con la suficiente precisión, pero también tiene que ser inconsciente para que no deje un sentimiento de falsedad y, por tanto, de culpabilidad. El doblepensar está arraigado en el corazón mismo del Ingsoc, ya que el acto esencial del Partido es el empleo del engaño consciente, conservando a la vez la firmeza de propósito que caracteriza a la auténtica honradez. Decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego, cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido sólo por el tiempo que convenga, negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar ni por un momento de saber que existe esa realidad que se niega... todo esto es indispensable. Incluso para usar la palabra doblepensar es preciso emplear el doblepensar. Porque para usar la palabra se admite que se están haciendo trampas con la realidad. Mediante un nuevo acto de doblepensar se borra este conocimiento; y así indefinidamente, manteniéndose la mentira siempre unos pasos delante de la verdad. En definitiva, gracias al doblepensar ha sido capaz el Partido —y seguirá siéndolo durante miles de años— de parar el curso de la Historia.

La sombra de Prometeo

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