La impunidad de los parásitos: el lujo más noble de los poderosos

Por Genaro Tolosa Vizcarra 

Nietzsche: “¿Qué me importan a mí propiamente mis parásitos? […]; ¡soy todavía bastante fuerte como para permitirlo!”[1]

Marx: “Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina, en vez de destrozarla. […], consideraban la toma de posesión […] del Estado como el botín principal.”[2]


I.              Introducción.

Es espectacular el hecho de que haya sociedades cuyos poderosos sean inmunes a la abundancia de los parásitos dañinos, donde la justicia se ausenta, “acabando, como todo lo bueno de la tierra, por suprimirse a sí misma”[3], dice Nietzsche en su escrito Genealogía de la Moral. También en este tipo de sociedades, y en tiempos más actuales, el que su “poder ejecutivo, […] con su compleja y artificiosa maquinaria de Estado, […] este espantoso organismo parasitario”[4], el hecho de que esta maquinaria esté por encima de las necesidades de la sociedad es desconcertante, así lo ve Marx en su obra El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte.


Un ensayo que se ha nutrido del pensamiento de dos notables filósofos de la sospecha (así los apodó Paul Ricoeur), alemanes del siglo XIX y de bastante vigencia, que pretende ser un nuevo punto de vista apoyado en tales autores, no debe ofrecer irreflexivamente respuestas mediáticas: falta de valores, gobierno de vendepatrias, Estado fallido que requiere ser reformado (¿por quién y para quién?), etc. Por lo tanto, el porqué de la impunidad de los parásitos, que pertenecen a un tipo de sociedad a definir, se comprenderá gracias a la exposición de conceptos tanto de Nietzsche y su Genealogía (vistos de modo socioeconómico) como de Marx y su Brumario. Al final de este breve ensayo se establecerán juicios acerca de las concepciones vertidas y su valoración.

II.            ¿De qué tipo de sociedad se está hablando?

En primera instancia hay que hablar de sus actores: poderosos, subordinados y parásitos. Para mencionarlos en términos actuales: los poderosos son las clases financieras y empresariales, los subordinados son los pequeños empresarios y los asalariados, los parásitos son los desclasados (delincuentes civiles) y hay que tomar en cuenta también a los funcionarios públicos: los corruptos y los haraganes.

Todos aquellos integran una comunidad, la cual aquí se considera a nivel nacional, en un territorio llamado país: un estado. Para Nietzsche, la comunidad llega a desarrollar su poder a tal grado, su capacidad de ser más, poder obviamente siempre para el goce de los poderosos, que hay un debilitamiento gradual en la rudeza del derecho penal (hace mil años se martirizaba ante la muchedumbre, ahora, legalmente, suele haber encierro), ya la proporción creciente de infractores a las leyes es menor comparada con la masa adiestrada (¡atención!: adiestrada) para el funcionamiento de esas máquinas descomunales de riqueza material que son las sociedades actuales. De hecho aquí, el lujo más noble, más digno de su autoconcepción como poderosos, es el que ya se ha mencionado: ¿qué les importan a ellos sus parásitos? Que vivan y prosperen dicen en su voz interna con palabras de Nietzsche.

¿Y Marx qué dice al respecto del tipo de sociedad que se está analizando? Él analiza el desenvolvimiento de un caso concreto: la centralización del poder del gobierno francés que se suscita desde la revolución de 1789 hasta el golpe de Estado de Napoleón III en 1851. Esa Francia que después de 1789 tenía la arenga de “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, terminaba en 1851 humillada murmurando la de “Infantería, caballería, artillería”: por doquier había estado de sitio. Es con Napoleón III cuando la sociedad francesa es gobernada por un estado sojuzgador que adquiría plena autonomía, pero donde sus grandes burgueses (empresarios), sus verdaderos poderosos, se dedicaban tranquilamente ya de lleno a los negocios ante la represión de las politizadas y empobrecidas masas, ante la dictadura que en un inicio fue el Segundo Imperio: ¿qué les importaba el poder político a ellos, a los poderosos? “Que lo detentara Napoleón III mediante su ejército, sus alborotadores y millones de funcionarios que adiestraban a los millones de embrutecidos campesinos para no cuestionar al régimen”.

Entonces, ¿de qué tipo de sociedad se está hablando?: la que siendo vieja no acaba de morir, la que no siendo nueva no acaba de nacer, es decir, sociedades actuales y en crisis.

III.           Conceptos nietzscheanos: moral, memoria, culpa y mala conciencia.

La moral es un elemento imprescindible para que la sociedad funcione y sea fuente de inagotable vida humana, para que les funcione a los poderosos, también a los subordinados y, aunque no parezca, también a los parásitos. No todos pueden ser parásitos, se requiere quién trabaje, quién se gane el pan con el sudor de su frente, quién sea moral. Lo que se debe tomar en cuenta es lo siguiente, pues Nietzsche argumenta que

“fueron ‘los buenos’ mismos, es decir, los nobles, los poderosos, los hombres de posición superior y elevados sentimientos, quienes se sintieron y se valoraron a sí mismos y a su obrar como ‘buenos’, o sea, como algo de primer rango, en contraposición a todo lo bajo, vulgar y plebeyo.”[5]

Es así que el autor de Así hablaba Zaratustra, mediante sus estudios históricos, hace esta atrevida inferencia: los poderosos han decidido qué es lo bueno, qué es lo malo para sí mismos y para los demás, en cambio, los subordinados se han atenido a formarse conductualmente bajo decisiones no propias. Los poderosos inventan valores, los subordinados los ejecutan, los parásitos sacan provecho de ello.

Pero los valores no sirven si no se les recuerda, si no les tiene presente para ejecutarlos. Es preciso hacer del hombre común alguien que le sea lícito hacer promesas, alguien que tenga memoria y cumpla lo que promete: trabajar, intercambiar los bienes acordados, hacer cumplir las leyes para el beneficio de los poderosos, etc. Este sería el oscuro pasado del adiestramiento de la memoria humana: 

“Cuando peor ha estado ‘de memoria’ la humanidad, tanto más horroroso es el aspecto que ofrecen sus usos, en particular, la dureza de sus leyes penales nos revela cuánto esfuerzo le costaba a la humanidad lograr la victoria contra la capacidad de olvido, y mantener presentes, a esos instantáneos esclavos de los afectos y de la concupiscencia, unas cuantas exigencias primitivas de la convivencia social.”[6]

¿Cómo han cambiado los tiempos? ¿Qué barbarie la de hace miles de años? En la región del Congo, en pleno inicio del siglo XX, les cortaban las manos a los esclavos negros que no recolectaban suficiente caucho[7]. Así les hacían recordar lo que debían recordar: caucho a granel para satisfacer las demandas de la naciente industria automovilística. Las llamadas telefónicas de múltiples acreedores pueden fastidiar a cualquier deudor, pero ahí es evidente una nueva forma con la que se forja memoria actualmente, una forma que es una bendición recordando la del Congo.

Por lo ya visto, moral y memoria, procesos psíquicos forjados hace milenios, han requerido de una relación de poderosos y subordinados. Qué esperanzas ver en esos tiempos de tantas carencias la abundancia de los parásitos, no podían darse los lujos que los poderosos de ahora se permiten. Los castigos, ya se ha visto, eran implacables. ¿Y la culpa?, ese sentimiento que libera al poderoso del tedio y gasto de recursos que son los castigos físicos para forjar memoria, pues es un recordatorio psíquico que el propio subordinado aplica hacía sí mismo, para no transgredir los valores, valores que no ha elegido. ¿Cómo ha surgido?:  

“El sentimiento de culpa, de la obligación personal, […], ha tenido su origen, […] en las más antigua y originaria relación personal que existe, en la relación entre compradores y vendedores, acreedores y deudores; fue aquí donde por vez primera se enfrentó la persona a la persona, fue aquí donde, por vez primera, las personas se midieron entre sí.”[8]

Sentirse culpable, asevera Nietzsche, significaba “tener deudas” (schulden), término que dio forma a la palabra “schuld” (culpa). Esos subordinados sentían tener deudas, pero no culpa, sentían que su transgresión a los valores los podía enemistar con otros, no se sentían mal ni sufrían por transgredir el valor en sí mismo. Para que se diera este último paso hubo subordinados en la siguiente situación: impotencia total de descargar sus pulsiones más fuertes, vetadas por los valores y en circunstancias que les eran de vida o muerte; sentirse mal consigo mismos les permitió sobrevivir. Y he aquí las consecuencias del surgimiento y significado de la mala conciencia:

“Aquellos terribles bastiones con los que la organización estatal se protegía contra los viejos instintos de la libertad –las penas, sobre todo, cuentan entre tales bastiones– hicieron que todos aquellos instintos del hombre salvaje, libre, vagabundo, diesen vuelta atrás, se volvieron contra el hombre mismo. […] Pero con ella [la mala conciencia] se había introducido la dolencia más grande, la más siniestra, una dolencia de que la humanidad no se ha curado hasta ahora: el sufrimiento del hombre por el hombre […].”[9]

Y así se gestó la posibilidad de un dominio sin igual en términos psíquicos para los poderosos: subordinados que se sienten mal por tener deudas, no por las consecuencias coercitivas al respecto, sino porque el valor que no han creado (y que endiosan) y, sobre todo, no lo han ejecutado (en el peor de los casos: transgredido) es un mal en sí mismo a sufrir mentalmente. He ahí la “buena voluntad” para los subordinados, actuar más allá del bien y del mal para los poderosos y vivir del trabajo de los que tienen “buena voluntad” para los parásitos. Polémica postura, radical, escandalosa y que parte de conceptos nietzscheanos vistos de modo socioeconómico. Hay que esperar las conclusiones.


IV.          Conceptos marxistas: lucha de clases y bonapartismo.

La sociedad no se reduce a la moral, sus individuos establecen relaciones materiales intrincadas, complejas para poder sobrevivir y elevar su nivel de vida; toda esta estructura económica se va construyendo independientemente de la voluntad de todos los que la integran, incluso de los poderosos, aunque sean ellos quienes obtengan los mayores beneficios[10]. Y todo tipo de sociedad, sea de ayer o de hoy, son sociedades donde se pueden identificar grupos sociales que riñen entre sí por obtener más y más beneficios materiales: esta es, a grandes rasgos, la luchas de clases para Marx. Sin embargo, el organismo que garantiza el dominio de una clase, de los poderosos, hacia todas las demás, el Estado, tiende a tomar un papel activo y formador sobre los individuos, e incluso, en ocasiones, tiene la capacidad de despolitizarlos, pues los desagrupa, impide a éstos establecer relaciones sociales por su cuenta, ser una fuerza activa que debe luchar por su autonomía y desarrollo propio. Por lo tanto,

“En la medida en que millones de familias viven bajo condiciones económicas de existencia que las distinguen por su modo de vivir, por sus intereses y su cultura de otras clases y las oponen a éstas de un modo hostil, aquéllas forman una clase.”[11]

De nuevo, los mismos ejemplos históricos al respecto: los campesinos del Segundo Imperio Francés. Con la revolución de 1789, y en adelante, ganaron sus tierras; la tierra fue arrebatada de las manos de la nobleza a sangre y fuego. Pero eran campesinos cuyos terrenos, medios de comunicación, con escuelas y demás servicios de los que dependían fueron otorgados e impulsados por el Estado burgués, el cual recuperaba su inversión oprimiéndolos con altos impuestos para mantener a esa gigantesca maquinaria. Es así que surge un problema: clase no se reduce a individuos compartiendo un modo de vivir en común, más bien es un grupo que lucha por desarrollar tal modo de vida por medios institucionales y, en última instancia, violentos (formas de actuar más a la vista). Y esta habilidad de los Estados, para adormecer la lucha de clases y ejercer los beneficios inherentes a su favor, habría que llamarla bonapartismo:   

“Por cuanto existe entre los campesinos parcelarios [franceses] una articulación puramente local y la identidad de sus intereses no engendra entre ellos comunidad, ninguna unión nacional y ninguna organización política, no forman una clase. Son, por tanto, incapaces de hacer valer su interés de clase en su propio nombre […]. No pueden representarse, sino que tienen que ser representados.”[12]

¿Por qué bonapartismo? Por las ideas napoleónicas, políticas de Estado de Napoleón III, que menciona Marx en la obra ya mencionada: forma estatal de propiedad de la tierra (parcelas), “gobierno fuerte y absoluto”, “enorme burocracia”, “dominación de los curas como medio de gobierno” (actualmente las empresas televisoras cumplen tal papel en ciertos lugares), “la preponderancia del ejército”. ¿Para qué todas estas medidas? Para que el Estado burgués pretenda ser el bienhechor patriarcal de todas las clases, para montar el escenario ilusorio que los poderosos aprovechan para dedicarse solo a sus negocios, mientras este parásito colosal vive de moldear, controlar y reprimir a la sociedad. Esta es la postura de Marx en su Brumario: controversial también; postura a reflexionar igualmente a continuación.

V.           Conclusiones

Las concepciones sobre porqué hay impunidad generalizada para los parásitos han sido vertidas, tanto de Nietzsche como de Marx. Son dos visiones polémicas, que reflexionan acerca de la historia mediante una visión totalizadora. Nietzsche se concentra en la evolución de fuerzas mentales, interiorizadas, producto del relacionamiento histórico entre poderosos y subordinados, cómo han surgido hombres que se maniatan a ellos mismos y renuncian, sin saberlo, a la auto-determinación mediante la auto-represión para seguir simplemente sobreviviendo. Marx enfoca su análisis en una sociedad concreta, la francesa y del siglo XIX, pero sin perder de vista análisis válidos cuyo objetivo es pensar lo universal: cómo el Estado clasista es esa fuerza externa que condiciona la voluntad de los individuos, pues les dicta sus modos de vida, los subordina para el funcionamiento del sistema e inhibe para que interactúen entre sí por el impulso de moldearse socialmente a sí mismos, y todo para que los poderosos gocen principalmente la inmensa riqueza material que aquellos crean.

¿Son absolutamente válidas estas teorizaciones nietzscheanas y marxistas? ¿Brindan una certeza total? Por lo menos, si uno se sigue remitiendo al pensamiento de estos dos filósofos, la respuesta es no, pues Nietzsche, ahí mismo en su Genealogía, asegura:

“Existe únicamente un ver perspectivista, únicamente un «conocer» perspectivista; y cuanto mayor sea el número de afectos a los que permitamos decir su palabra sobre una cosa, cuanto mayor sea el número de ojos, de ojos distintos que sepamos emplear para ver una misma cosa, tanto más completo será nuestro «concepto» de ella, tanto más completa será nuestra «objetividad».”[13]

Y de hecho, un hegeliano como lo era Marx no podía admitir la verdad absoluta, pues, en cuanto a la sociedad, dice en su cuarta Tesis sobre Feuerbach lo siguiente: “lo primero que hay que hacer es comprender ésta en su contradicción y luego revolucionarla prácticamente eliminando la contradicción”[14]. Y si no se le ha eliminado la contradicción es porque no se le ha comprendido bien o revolucionado bien, por tanto, este proceso de comprensión-revolución hay que practicarlo hasta resolver las contradicciones correspondientes y susceptibles de ser erradicadas.

Es así que Nietzsche y Marx no han dicho la última palabra sobre estos problemas tan complejos, los que posibilitan la existencia de sociedades en que abundan los parásitos. Además, pretender que una teoría, sea científica o filosófica, agota un tema es un obstáculo para comprender y modificar la problemática en la realidad, pues siempre el avance de nuestros conocimientos y acciones demuestra cuántas cosas no comprendíamos, cuánto seguimos ignorando, cuánto podemos mejorar en sentido social.

Y sin embargo, Nietzsche y Marx iluminan el camino: ¿qué hacer? ¿Mala conciencia a erradicar en los subordinados o inculcar en los poderosos? ¿Reavivar la lucha de clases en los subordinados o hacer que el Estado subordine a los poderosos? Estas son unas cuantas preguntas de las posibles y obligadas por hacer. Por lo menos, el objetivo principal para cualquier sociedad ha de ser que ningún grupo que las integre pueda presumir: “para nosotros, la impunidad de los parásitos es el lujo más noble”.
Ensayo elaborado por: 
Genaro Tolosa Vizcarra (getolosavi@gmail.com)  

Bibliografía.

·       NIETZSCHE, Friedrich. Genealogía de la Moral, Grupo Editorial Tomo, México, D.F. 2005.

Links (otras ediciones):



·      MARX, Karl; ENGELS, Friedrich. Obras escogidas, Tomo I, Editorial Progreso, Moscú, 1973.
Links (otras ediciones):


[1] PP. 88-89, parágrafo 10, Tratado segundo (todas las notas de Nietzsche: Genealogía de la Moral, Grupo Editorial Tomo).
[2] PP. 488-489, Capítulo VII (todas las notas de Marx: Obras escogidas, Tomo I, Editorial Progreso).
[3] P. 89, parágrafo 10, Tratado segundo.
[4] P. 488, Capítulo VII.
[5] P. 22, parágrafo 2, Tratado primero.
[6] P. 71-72, parágrafo 3, Tratado segundo.
[8] P. 84, parágrafo 8, Tratado segundo.
[9] P. 106-107, parágrafo 16, Tratado segundo.
[10] Explicación dada por Marx en el prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política, consúltese en: http://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm
[11] P. 490, Capítulo VII.
[12] P. 490, Capítulo VII.
[13] PP. 161-162, parágrafo 12, Tratado tercero.
[14] P. 8, Cuarta tesis.


La sombra de Prometeo

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