Maquiavelo ante Rousseau: ¿por qué el poder puede ser inmoral?

Por Genaro Tolosa Vizcarra



  • 1. Introducción

¿Cómo comprender en el ámbito social los modos de conservar o adquirir la dirección de un Estado que Maquiavelo prescribe? Es una pregunta inquietante que me ha asaltado al analizar su célebre texto El príncipe. Es, a mi parecer, digna de contrastarse la doctrina política de Maquiavelo ante la de Rousseau, por mencionar la de algún pensador destacado que hacía énfasis en lo que debe ser patentemente el poder y no en aceptarlo tal como es. Pero para mí, lo que menos podemos negar, es que, nos guste o no nos guste, el pensamiento político de Maquiavelo refleja, a primera vista y en gran medida, cómo funcionan en su proceder lo que llamamos gobiernos.

La obra política de Maquiavelo parece ser también la de una psicología del poder, una psicología que se detiene ahí, en ser psicología descriptiva, y no tanto un sugerir acciones para establecer otras relaciones de mandato y obediencia que se puedan dar entre gobernantes y gobernados, relaciones justas, más igualitarias, menos imperfectas. Y tal vez por lo anterior es tan imperecedera su obra. El cómo se comportan los que tienen el privilegio de tomar decisiones de Estado siguen en esencia, hasta ahora, ese mismo rol, ese escandaloso proceder, y descontextualizado hoy en día, mediante el cual Maquiavelo, creemos, aconseja tantas controvertidas razones de Estado a Lorenzo de Médecis.

¡Muy curioso! Los que han leído al florentino, incluidos muchos de los políticos de ayer y hoy, han puesto en práctica lo que más se ha adecuado a su corrupta y nada virtuosa manera de ser, en sí, lo qué más se puede interpretar de la obra de Maquiavelo para sus egoístas intenciones; tal vez por eso oímos usualmente más acerca de El príncipe que de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Por todo lo que ya he mencionado, me pregunto: ¿por qué desde el poder se pueden realizar actos que en el trato entre ciudadanos se consideran inmorales, y por qué así se pueden sostener en el poder los individuos que lo detentan? ¿Será, acaso, porque brindan tales actos una utilidad pública, un beneficio de muchos y un perjuicio de pocos? A estas preguntas trato de construirles respuestas para aseverar conclusiones, las cuales espero retomar posteriormente para adentrarme con mayor profundidad en la obra maquiaveliana.

Para verificar si hay bien mayoritario en las razones de Estado, se puede comparar el pensamiento de Maquiavelo ante ciertas concepciones de Rousseau, para ver si la razón de Estado puede coincidir con el bien público. Es tarea, pues, de este escrito de tan limitados alcances, el comprender, en una muy breve exposición y principalmente desde Maquiavelo, por qué la moral de Estado puede diferir a veces tanto de la moral común.


  •   2. Maquiavelo y su método histórico-utilitario de Estado.

El método de Maquiavelo tiene dos dimensiones fundamentales. Su primera dimensión es histórica porque se remite a las experiencias políticas del pasado; su otra dimensión es utilitaria porque juzga como correcto cualquier acto de un mandatario del pasado, sea jefe de Estado o líder militar, si logró conservar o desarrollar la unión política (Estado) a corto, mediano o largo plazo, de lo contrario, ¡son errores que no deben ser repetidos!

Para el investigador Federico Chabod, el florentino no trató de sumergirse en los porqués, en esas disquisiciones especulativas de su tiempo, sino en los cómos: cómo se han comportado los que han gobernado en el pasado, cuáles han sido sus aciertos y desaciertos, qué acciones de gobierno históricamente han traído beneficios y perjuicios para los Estados. Para él, la historia es “la maestra de la acción política”. Maquiavelo, en el escrito Del modo di trattare i popoli della Valdichiana ribellati, mencionó lo siguiente:
“Yo he oído decir que la historia es la maestra de nuestras acciones, y máxime las de los príncipes, y el mundo estuvo siempre habitado de la misma manera por hombres que siempre han tenido las mismas pasiones, y siempre ha habido quien sirve y quien manda, y quien sirve de mala gana, y quien se rebela y es vuelto a someter (…). Luego, en siendo verdad que las historias sean la maestra de nuestras acciones, no hubiera estado mal que quien tenía que castigar y juzgar las tierras del valle de Chiana, tomara ejemplo e imitara a los que han sido amos del mundo (…).”[1]

¡Hay que aclarar muy bien el asunto que estamos tratando!, a diferencia de los que creen que dirigir al Estado es exactamente lo mismo que tratar como ciudadano a sus semejantes. La perspectiva que toma Maquiavelo es de que, en ciertos aspectos, el bien del Estado es el bien de la mayoría de sus individuos, que el uso estatal y eventual de medios censurados entre los individuos es por el hecho de que la mayoría de los hombres están muy lejos de ser virtuosos, que si la moral no puede dirigirlos hacia el bien público, ¡a través de otros medios sí!:
 “(…) siendo mi intención escribir algo útil para quien lo entienda, me ha parecido conveniente ir directamente a la verdad efectiva de la cosa, más que a la imaginación de la misma. Y muchos han imaginado repúblicas o principados que nunca se vio ni supo que fueran verdaderos; porque tan apartado está el cómo se vive del cómo se debiera vivir, que quien abandone lo que se hace por lo que debiera hacerse, aprende más bien su ruina que su preservación; porque un hombre que en todas partes quiera hacer la profesión de bueno, es lógico que se arruine entre tantos que no son buenos. Por donde le es necesario, a un príncipe que quiera mantenerse, aprender a poder ser no bueno, y usarlo o no usarlo según la necesidad.”[2]

¿Y los métodos deleznables que hay en El príncipe? ¿Cómo omitir esto? Bien podrían cuestionarse lo anterior los que han leído muy bien tal obra y que no han de creerse, según ellos, eso de que había algún rastro de moralidad en Maquiavelo. Sí, es verdad, hay ahí relatos sobre asesinatos crueles, mentiras, simulación (la pretensión del político de ser lo que no es), acciones que se develan como posibles estrategias para la consecución del poder, estrategias que, por cierto, Maquiavelo no describe como práctica cotidiana en lo político, sino como recurso extraordinario para poner orden donde no lo hay. ¿Qué más ominoso que la anarquía, que la opresión de hombres de otras nacionalidades hacia los dispersos y desunidos habitantes de la Italia de los tiempos del florentino? Seguridad, paz y posibilidades para el desarrollo propio cultural era lo que pasaba por la mente del redactor de esa obra tan polémica, El príncipe.

Juzgar a este autor por solo una de sus obras, es como juzgar un libro solo leyéndole un párrafo. Es en los Discursos donde Maquiavelo se preocupa no tanto por la conquista del poder, conquista del poder que en tiempos del florentino se hacía muy frecuentemente de manera violenta, se preocupa más bien por varias de las características de las instituciones que pueden permitir la estabilidad y auge del Estado. Es en los Discursos donde está el Maquiavelo que describe las posibilidades de la práctica política del día a día y no la de la práctica que funda la política en un ámbito social determinado: la conquista del poder, la descrita en El príncipe.  

  • 3. El porqué de la inmoralidad que puede haber ocasionalmente en el ejercicio del poder: Maquiavelo y Rousseau.

Para Maquiavelo, si todos los hombres cumplieran, al pie de la letra, los preceptos morales, no habría la necesidad, en ocasiones, de la coerción, del uso racional de la fuerza por parte del Estado, y esto es así para hacerles “entrar en razón” a sus “inquietos” asociados: o como ciudadano haces por gusto lo que es conveniente para la colectividad y para ti mismo, o hay que estar a expensas de las sanciones por fomentar el deterioro del tejido social. Y es que la concepción del hombre que tiene el florentino no es la mejor; la virtud, la bondad, no son las cualidades más patentes que hay para él en el hombre (de su tiempo y también en muchos casos del nuestro):
“Porque de la generalidad de los hombres se puede decir esto: que son ingratos, volubles, simuladores, cobardes ante el peligro y ávidos de lucro. (…), y los hombres tienen menos cuidado en ofender a uno que se haga amar que a uno que se haga temer; (…) No obstante lo cual, el príncipe debe hacerse temer de modo que, si no se granjea el amor, evite el odio.”[3]

Partiendo de su doctrina, podríamos cuestionarnos si son legítimos los actos desde el poder que usualmente podemos denominar como inmorales, incorrectos, que estamos dispuestos inmediatamente en la vida común con nuestros semejantes civiles a censurar, e incluso, recriminar. Para Maquiavelo es claro, basta este y otros ejemplos históricos similares: Rómulo fundó una República, y la fundó no para un provecho exclusivamente propio, sino un provecho que los habitantes de la región romana también vieron como suyo, y mientras los hechos, los del beneficio público (por ejemplo: seguridad y beneficios económicos), justifiquen “medidas extraordinarias”, entonces, las poblaciones absolverán y le darán legitimidad a los que dirigen cualesquier Estado. Veamos:
“Digna de censura es la violencia que destruye, no la violencia que construye. (…), si basta un solo hombre para fundar y organizar un estado, no duraría éste mucho si el régimen establecido dependiera de un hombre solo, en vez de confiarlo al cuidado de muchos interesados en mantenerlo. Porque así como una reunión de hombres no es apropiada para organizar un régimen de gobierno, porque la diversidad de opiniones impide conocer lo más útil; establecido y aceptado el régimen, tampoco se ponen todos de acuerdo para derribarlo.”[4]

¡Qué contraste!, sería la reacción ante lecturas superficiales, comparando las concepciones de Maquiavelo con las de Rousseau. ¡Eso sí!, hay diferencias palpables. “El hombre ha nacido libre, y sin embargo, vive en todas partes entre cadenas” son las palabras famosas al inicio de El contrato social con que Rousseau considera al hombre como ser oprimido y no opresor, como ser bondadoso y no corrompido por naturaleza. He ahí una diferencia, a la vista, con Maquiavelo. Además, tomemos muy en cuenta, que lo que no hay de metafísica en el florentino si la hay en el ginebrino, pues éste se hace preguntas fundamentales sobre su estudio de lo social: no por qué son así las cosas, ¿cómo entender que el hombre viva asociado de tal opresora manera con sus congéneres?, más bien, se pregunta y trata de contestar lo siguiente: ¿qué permite que no desaparezca tal unión social?

Para Rousseau, se puede discutir acerca de las características del pacto entre gobierno y pueblo, así haya sido por la fuerza o no, lo primero, más bien, es saber cómo se ha constituido el pueblo mismo. He aquí otra diferencia, Maquiavelo no se cuestiona si siempre ha habido gobierno, solo le interesa la cruda realidad de sus días, unos cuantos mandan y muchos obedecen; pero a Rousseau, si le interesa cuestionarse tal problemática. Para Rousseau, se tuvo que "encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con la fuerza común la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca sino a sí mismo y permanezca tan libre como antes."[5] Esta forma de asociación de la que habla el ginebrino ha hecho algo en el hombre, lo ha transformado:
“Este tránsito del estado de naturaleza al estado civil produce en el hombre un cambio muy notable, sustituyendo en su conducta la justicia al instinto y dando a sus acciones la moralidad que antes les faltaba. Solo entonces es cuando sucediendo la voz del deber al impulso físico y el derecho al apetito, el hombre que hasta aquel momento solo se mirara a sí mismo, se ve precisado a obrar según otros principios y a consultar con su razón antes de escuchar sus inclinaciones. Aunque en este estado se halle privado de muchas ventajas que le da la naturaleza, adquiere por otro lado algunas tan grandes, sus facultades se ejercen y se desarrollan, sus ideas se ensanchan, se ennoblecen sus sentimientos, toda su alma se eleva hasta tal punto, que si los abusos de esta nueva condición no le degradasen a menudo haciéndola inferior a aquella de que saliera, debería bendecir sin cesar el dichoso instante en que la abrazó para siempre, y en que de un animal estúpido y limitado que era, se hizo un ser inteligente y un hombre.”[6]

Los hombres, nos guste o no, están sometidos a pasiones, nos diría Maquiavelo, y para eso está lo coercitivo que hay en el Estado, está para suplir la insuficiencia de la moral, está para asegurar la asociación de la que habla Rousseau. Éste acepta que hay inclinaciones, impulsos que alejan al hombre del comportamiento moral, de esas pautas de conducta, mediante las cuales son posibles las inmejorables ventajas de vivir asociados para los hombres. Y he aquí una coincidencia: la valoración del vivir asociados para los hombres, aunque el enfoque común de Maquiavelo sea desde el punto de vista de lo que denominamos gobiernos, mientras que el de Rousseau sea desde el enfoque de lo que concebimos ahora como ciudadanos. ¡Pero qué drástica oposición!, bien se podría decir. Maquiavelo habla de que incluso matar, en ciertas circunstancias, para el que dirige o quiere dirigir el Estado es benigno. ¿Y Rousseau? Demos una breve mirada a la siguiente cita de su Contrato:

"Existe, pues, una profesión de fe puramente civil, cuyos artículos deben ser fijados por el soberano, no precisamente como dogmas de religión, sino como sentimientos de sociabilidad sin los cuales es imposible ser buen ciudadano ni súbdito fiel. Sin poder obligar a nadie a creer en ellos, puede expulsar del Estado a quien quiera que no los admita o acepte; puede expulsarlo, no como impío, sino como insociable, como incapaz de amar sinceramente las leyes, la justicia y de inmolar, en caso necesario, su vida en aras del deber. Si alguno después de haber reconocido públicamente estos dogmas, se conduce como si no los creyese, castíguesele con la muerte: ha cometido el mayor de los crímenes, ha mentido delante de las leyes."[7]

“Castíguesele con la muerte”: No es lo mismo la pena de muerte para quien viole la ley que el asesinar para la conquista del poder, muchos dirían. En los dos casos se mata a un ser humano. ¿En realidad hay tantísima diferencia? En los dos casos hay que entender los contextos bajo los cuales plantean sus argumentos tanto Maquiavelo como Rousseau. Maquiavelo habla del asesinato en un escenario donde no hay ley, donde si hay Estado, este es muy débil; es deber fundarlo como corresponde y si fundarlo requiere de medidas que la moral censura en el día a día, hay que fundar tal Estado, ¡eso sí!, mientras el pueblo legitime tales medidas.

¿Qué les parece este castigo?: castigar con la muerte al que no respete la ley, y he aquí un ejemplo: muerte al que robe y simule no ser un ladrón (¿qué ladrón presume ser lo que es?), ya que el robar nunca ha sido muy legal que digamos. ¿No nos parece muy excesivo hoy en día? (tal vez parece ser así hoy, pero en otros tiempos era cuestión de elemental supervivencia inhibir tales conductas); Rousseau es tajante: quien simule cumplir las leyes violándolas, hay que matarlo, con individuos así no puede haber pueblo, no puede haber asociación fructífera entre los hombres. ¡Eso sí!, Rousseau no habla explícitamente de robar, aunque en esos ayeres cualquiera que interpretara al ginebrino, y probablemente el mismo, habría visto bien que los “amantes de lo ajeno” recibieran si no el descanso eterno, sí algún doloroso correctivo carente de toda apariencia moral. Aun así, hay que estar al tanto, de que para Maquiavelo y Rousseau, la estabilidad del Estado requiere de instituciones que traten a veces de modo distinto al moral a los miembros del mismo, las instituciones solamente. Es en base a este criterio que vemos mal un linchamiento, hoy en día, pues así unos cuantos deciden si vive o no un sujeto, y no los aparatos institucionales correspondientes.

[1] FEDERICO CHABOD, Escritos sobre Maquiavelo, FCE, México, D.F., 1984, p. 382.
[2] NICOLÁS MAQUIAVELO, El príncipe, Capítulo XV.
[3] Ibíd., Capítulo XVII.
[4] Ibíd., Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Libro I, Capítulo 9.
[5] JUAN JACOBO ROUSSEAU, El contrato social, Libro I, Capítulo 6.
[6] Ibíd., Capítulo 8.
[7] Ibíd., Libro IV, Capítulo 8.


  •    4. Conclusiones

¿A qué conclusiones podemos llegar? Así es, desde el poder se pueden realizar actos que comúnmente se consideran inmorales y se pueden sostener en el poder los individuos que lo detentan, ya que tales actos suelen tener una utilidad pública, un beneficio de muchos y un perjuicio de pocos. Aunque no es grato decirlo, hay casos históricos algo escandalosos que lo confirman: el régimen nazi de los años treinta del siglo XX en Alemania, época antes de que esta nación desencadenará la Segunda Guerra Mundial. La política de tal régimen fue de quitarles, poco a poco, todos sus derechos de ciudadanos a la población judía. ¿Por qué no hubo los disturbios y protestas que uno bien pude imaginarse que se debieron dar? En Alemania había mayoría religiosa no judía y el antisemitismo no solo proliferaba en el partido nazi, sino en la población alemana, antisemitismo que en Europa ha sido una intolerancia religiosa histórica.

Podríamos escudriñar más en la historia, pues sería lo más coherente e indispensable para dar respuestas más satisfactorias, más argumentadas que las que he alcanzado a ofrecer, ya que al método de Maquiavelo, que es histórico, hay que juzgarlo de varios modos, pero también bajo su mismo criterio, según mi opinión: mediante los datos históricos. Hay que añadir también que si se percibe de mi escrito en verdad pocas similitudes entre el florentino y el ginebrino, no nos queda más que remitirnos al mismísimo Contrato una vez más: Rousseau no solo cita su nombre, sino las obras que ya he mencionado de Maquiavelo, que de una u otra manera influyeron la obra política de este pensador de habla francesa. Si bien no concuerdo con el ginebrino, junto a Chabod, en el punto de que El príncipe es una obra de espíritu republicano disfrazada con recetas para los déspotas (pues pocas pruebas hay al respecto, es más, ni lo publicó Maquiavelo en vida), sí concuerdo, espero que también lo estén lectores tan atentos como lo fue Chabod al pensamiento del florentino, en lo siguiente: “(…) este profundo político no ha tenido hasta ahora más que lectores superficiales y corrompidos.”[1]
  
Bibliografía
ABBAGNANO, NICOLA. Diccionario de Filosofía, FCE, México, 1992.
BROM, JUAN. Esbozo de historia universal, Ed. Grijalbo, México, 1995.
CHABOD, FEDERICO. Escritos sobre Maquiavelo, FCE, México, 1984.
CHEVALIER, J. J. Los grandes textos políticos, Ed. Aguilar, Madrid, 1979.
MAQUIAVELO, NICOLÁS. El príncipe, Ed. Porrúa, México, 2002.
________________. Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Ed. Losada, Buenos Aires, 2004.
ROUSSEAU, JUAN JACOBO. El contrato social, Ed. Porrúa, México, 1987.


[1] Ibíd., Libro III, Capítulo 6.



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