Primaveras

 Primaveras


El sol entra adueñándose de nuestra habitación azul cuando abres la puerta. Las mañanas son más bonitas desde que te amo. Entras ofrendando silencio para no despertarme. Huele a café, siento tu cuerpo hundirse en el colchón y somnolienta, alcanzo a ver sólo una taza sobre el librero. ¿Recuerdas cuando me traías el desayuno a la cama? me sentía la mujer más amada del mundo. Escucho  a lo lejos una voz preguntando si iremos a Comala y nadie responde, parece que la noche difuminó todo a mi alrededor. Das un último trago y te diriges rápido hacia la sala, en cambio yo hace mucho tiempo que no siento prisa. Me levanto, me pongo linda y me siento un rato en la hamaca del balcón, desde ahí se ven lindísimos los volcanes y los tejados. La tranquilidad abunda, huele a galletas, de esas que tu tía nos regala cada vez que venimos de visita a casa de tus padres. Disfruto del breve paraíso. Bajo a la sala,  me están esperando, supongo. En estos muros sólo queda el eco de los niños que ya no juegan hace tantos años. Tu casa es verde, grande, con los detalles suficientes para perderse en su memoria.

Salimos. Tus padres ya están muy viejitos, pienso mientras los veo desde el asiento trasero de la camioneta. Estás más callado que de costumbre, te miro, busco tu sonrisa sin respuesta, tomo tu mano y me recargo en tu hombro. El camino es fresco, como si la vida ahí recién naciera, las flores amarillas embellecen todo, como tú. Parece que estás enojado, ni siquiera me buscas como antes, como cuando inventábamos motivos para reír y besarnos, pero no me importa, tú me gustas de todas las formas.

Llegamos, miro las nubes de vaivén delicadísimo, parecen olas en perpetua calma. Me alejo de ustedes para subir al quiosco, cuento los escalones, pienso en Juan Rulfo, en su nostalgia y en su Pedro Páramo. Tu familia camina por la alameda, sus pasos suaves combinan con las casas blancas. Tan mío y de nadie, sentado allá solito eres más guapo que todos y el cielo parece una extensión de tus pensamientos. El viento apenas puedo sentirlo, el calor no tiene piedad ni quiero que la tenga. Un día me prometí disfrutarlo todo incluso si me incomoda, como el clima, la tristeza o la ausencia. Camino hacia ti, el mundo es un lugar mejor cuando te miro. Me siento contigo, te sonrío y tú no dejas de mirar a todos lados y hacia la nada, el punto es que tus ojos y los míos ya no se encuentran. Me pones triste. Tu aroma me trae un recuerdo: el día que te besé por primera vez, olías igual. Bien dicen que las cosas se extinguen cuando dejas de nombrarlas o las olvidas. Internada en tu silencio, tratando de adivinar lo que sientes, veo que te mojas los labios,  de pronto murmuras “¿estás aquí?” y yo desconcertada, me angustio, me pongo frente a ti, en un segundo todo se desgarra. Te grito pero no me escuchas, tomo tus mejillas, sacudo tus hombros, el mundo se detiene y tú, inmutable. Hace mucho que no me escuchas. Todo tiene sentido ahora: a  veces se me olvida que estoy muerta. Olvidé que aquí en Comala los mundos se cruzan, que el velo entre la vida y la muerte se rompe y por un momento, por un bellísimo instante, puedes sentirme.




Elena Pineda.


La sombra de Prometeo

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