Rosas carmesí


Rosas carmesí
4:30 de la mañana, el gallo canta y deshace todo vestigio nocturno. Doña Carmen estira sus piernas, le crujen los huesos y el alma como la hojarasca. Mirar a su esposo roncar, preparar café y enrollar el petate ha sido su vida durante 40 años. No se quería casar, era tímida pero libre, suya, como sólo una niña de campo puede serlo, hasta que un día la llevaron a casa de Don Guillermo para comprometerla con Braulio, hijo mayor, de incendiario  carácter y manos más duras que la vida misma. Carmen es hija del sol, mujer tierna hasta el punto de la vulnerabilidad, devota del maíz y de uno que otro santo sordo a sus plegarias. Su esposo le parecía un niño, pero un día muy borracho la golpeó tras una pequeña discusión. Así su vida, así los años. No pudo tener hijos, su amor y dulzura son para las flores, los huertos, los animales y para Tonalli, un gato precioso y gordo que ella encontró hace algunos años, indefenso y solo, como ella. Disfruta la vida a su manera, por la noche se embriaga de estrellas y del cantar de los grillos hasta que llega Braulio irrumpiendo toda belleza, renegando, azotando y maldiciendo a su mujer por todo y por nada.

Hoy Carmen salió desde temprano al monte para buscar a Tonalli que desde hace dos días no aparece. Tristísima y sin éxito, de regreso a casa toma un descanso sobre un viejo tronco y mira a Braulio llegar cargando un poco de leña y un hacha. Él pasa junto a ella sin percatarse de su presencia, Carmen lo sigue sin dejar de mirar atrás buscando a su gato. Entran al jacal y perciben un olor a quemado, — ¡los frijoles! — exclama llena de temor. Braulio transforma su rostro sepulcral al de un demonio exigiendo un plato de comida y ella se apresura para hacer  tortillas con sal. El monstruo se dirige a su esposa, la jala pero Carmen logra zafarse, aterrorizada intenta huir, pero tomándola de su trenza la tira, dejándola expuesta al infierno que sólo ella conoce. Entre gritos y golpes la mujer alcanza a tomar uno de los leños que Braulio dejó sobre una pequeña mesa de madera. Decidida y con las manos adoloridas se defiende, golpea tan fuerte la cabeza de Braulio que lo hace tambalear y caer boca abajo. Débil y patético, el hombre comienza a gemir de dolor. Carmen se dirige con paso lento y seguro hacia la puerta tomando el hacha. ¡Un hachazo en la espalda y un grito horrible! La sangre brota y ella embelesada siente que a sus pies escurren rosas carmesí. Surge algo en el corazón de una mujer temerosa tan hermoso y devastador como el mar, como el Fénix,  como la muerte. Braulio desangrándose, es, ante los ojos de Carmen más bello que las estrellas y las flores juntas. En ese momento de paz Tonalli entra ronroneando y ella hipnotizada por la justicia de sus manos siente una profunda alegría cuando ve de nuevo a su gato. Suelta el hacha, toma entre sus brazos al pequeño y sucio felino mientras el cuerpo de su esposo comienza a retorcerse, grotesco,  inhumano y perfecto. Tonalli baja de los brazos de Carmen, camina hacia Braulio que aún respira, se mancha las patitas, lo huele, lo reconoce, comienza de nuevo a ronronear y lo lame como si intentara salvarlo, pero no; Tonalli, hambriento e insaciable,  con los ojos dilatados y el instinto envolviéndolo todo, el cuerpo destrozado del viejo parece gustarle.


Elena Pineda.

La sombra de Prometeo

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